miércoles, 14 de julio de 2010

El regalo de Nashidra

Siempre bajamos al submundo para las cosas de las que luego no solemos hablar. El Sagrario es un agujero bajo tierra, forrado de telas caras e iluminado como un prostíbulo, predispone el ánimo a la ilegalidad y al conciliábulo, aquí se me han pagado de diversas maneras los más inconfesables favores a señores y siervos… y también cortesanas. Me resulta muy extraño que sea Eliannor la que tira de mi manga con insistencia, cuchicheando mientras descendemos por la rampa a toda prisa seguidos por la fría presencia de Nashidra cuyas ojeras hacen juego con la toga morada que la cubre hasta el cuello.

- Nashidra tiene que pedirte algo… ya es hora de que espabile.

- Tiene boca para pedirlo por ella misma.

La maga se cruza de brazos y mira a Eliannor de reojo. Lleva la cabellera leonina recogida con una cinta oscura, está pálida y veo en ella un ligero reflejo de mi mismo en estos últimos días.

- Quiero que encierres en una de esas piedras al demonio que habita en mí.

No es que no lo hubiese notado, basta mirarle a la cara para saber que algo no funciona ahí dentro. Nashidra siempre ha tenido una presencia un tanto inquietante pero nunca ha acabado por convencerme su olor… no huele a demonio, o al menos, a un demonio normal.

- No preguntes.- Dice cuando me ve abrir la boca.- Es una historia larga y no te interesa.

Es cierto, no me interesa como ha acabado eso ahí.

- Haré esto por que eres amiga de Eliannor, lo que me pides es algo complicado… por lo que me conformaré con quedarme con esa esencia que te acompaña.

Eliannor sonríe y se acerca para besarle la mejilla. Me aprieta la mano y me da las gracias en un susurro. Lo cierto es que no me tomaría ninguna molestia de no considerar esa extraña presencia de valor para mi. Eliannor me habló de los problemas de personalidad de esta mujer, yo los he sufrido en alguna ocasión, sea lo que sea lo que habita en algún rincón de sus mientes le retuerce la conciencia sutilmente, hasta el extremo de haberla llevado a perder los papeles en alguna ocasión. Y si mi intuición no anda errada ese ser debe agotarla con la constante demanda de energías arcanas para su sustento.Puede que al fin y al cabo si sea digno de interés como demonios ha acabado eso ahí dentro.

La sala está en penumbra, apenas hay movimiento tras los cortinajes de algún reservado, que se agitan perezosamente. El orbe que refulge en el centro de la sala nos tiñe el rostro de verde y enciende aún más nuestras miradas. Indico a la maga que se siente mientras Eliannor se retuerce las mangas de la toga tras de mi.

- Nash… es lo mejor para ti. Esa cosa no te deja olvidar, no te deja ser tu misma y ya es hora de que vivas. Las cosas pueden ir bien.

La maga responde a los ánimos de Eliannor con un breve gruñido, mirándome de reojo al sentarse en uno de los enormes almohadones que rodean el orbe. Creo que jamás la he visto sonreír, pero entiendo que ahora no lo haga, nos une un sentimiento de apatía y tristeza común. Ella ha perdido a su amante, yo he perdido a mi hermano. Le levanto los párpados sin contemplaciones y cierro las manos en su cabeza, presionando con los pulgares en sus sienes.

- No hagas el paripé. Sé rápido o acabaré por arrepentirme… al menos este bicho me hace compañía.

- Déjame trabajar, no vaya a confundirte con el demonio.

Me concentro. No me resulta difícil, tan siquiera en presencia de nadie. El rumor de la energía que desprende el orbe suspendido en el centro de la sala me ayuda, de alguna manera hace más evidente esa presencia agazapada a mis sentidos. He fijado las yemas de los dedos entre los cabellos de la maga y presiono con firmeza al reconocer al ser que se retuerce en su interior. Oigo a Eliannor contener la respiración tras de mi cuando mi voz suena en un susurro imperante, con el acento retorcido del Eredun, siempre suena diferente cuando utilizo el idioma de los demonios, siento las palabras enroscarse en mi lengua y deslizarse en mi interior con su caricia ominosa. Siempre me ha resultado agradable.

- Shi x ze. ¡Ul mannor!

La elfa se tensa, sus manos se cierran en mis muñecas con fuerza. Gruñe y se revuelve, pero no me aparta. La energía se retuerce a su alrededor y se condensa, chisporretea y descarga la electricidad en forma de arcos azulados que comienzan a envolverme las manos. No me dejo impresionar, sigo repitiendo para mis adentros la fórmula, con la cadencia impositiva que uso con cualquiera de mis invocaciones.

Ven a mi. Te invoco. Ven a mi.

- ¡No quiere irse!

- Nash… ¡Suéltalo!. ¡Tienes que despacharlo tu!.- Oigo a Eliannor gritarle.

Tengo la sensación de tener las manos cerradas sobre la cabeza de un enorme reptil que se debate bajo la presa de mis dedos. Latiguea de un lado a otro y se resiste a mi contacto, pero tengo los dedos clavados en su testa y estoy tirando hacia mi. Siento la sangre fluir en las venas, fría como la sombra que despierta y se retuerce, enredándose en esa presencia, en el interior de Nashidra, que ahoga el llanto con los dientes apretados. Nadie dijo que fuera a ser indoloro.

- ¡Vete! ¡Agh, basta!

No basta. La red se va tejiendo en su interior, zarcillos tan fríos que abrasan por donde reptan, se cierran alrededor de la energía que se agota, tejiéndose con precisión. Mi voz marca el camino con el continuo recitar, le oigo gritar como se oyen los pensamientos, tras mis tímpanos, vertiendo en mi mente toda clase de imágenes terribles, de venganzas sangrantes y amargas. Ya les conozco, no me da miedo, y tiro con fuerza, tiro de las manos de Nashidra, tiro de mis hilos oscuros y de la energía que crepita y lucha por no ser absorbida. El frío mordiente se condensa en las palmas de mis manos, esa consciencia alienígena fluye hacia mi, constante, parece que no vaya a agotarse jamás. Oigo el primer cristal rebotar contra el suelo, Eliannor lo mira sin atreverse a recogerlo y entre mis manos siento la dureza de otra gema imposible, formada por el tejido en el que encierro a nuestro amigo, que deja de gritar en el interior de mi cráneo cuando al fin la energía deja de crepitar y Nashidra se deja caer sobre el almohadón, resollando y sudorosa. Eliannor se acerca y la abraza, la oigo sollozar al sentarme en el suelo y coger las gemas en las que ha quedado recluido el demonio. Destellan con una intensidad furiosa, las guardo mientras me arrastro a uno de los almohadones y me dejo caer en él.

Es curioso como actúa el destino, poniéndote en las manos lo que necesitas para dar el siguiente paso.

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