miércoles, 7 de julio de 2010

Dejarse morir

Las cosas tienen que cambiar. No cabe otra opción, no puedo seguir arrastrando este peso. Me está consumiendo… la está arrastrando.

- No habrá rituales hasta la próxima conjunción.- Torian levanta una ceja mientras extiende el saquillo.- Estoy siendo generoso, con esto me dejas sin existencias por un tiempo.

- Le he pagado para comprar cinco veces esta cantidad. Yo soy el generoso.

Chasquea la lengua. No tengo que darme la vuelta para saber que el hijo de puta está sonriendo, le he dado el gusto de atisbar la debilidad en la palidez de mi rostro, sé el aspecto que ofrezco estos días, sé que se me marcan los pómulos exageradamente, que mis ojeras asustarían a la comunidad de desdichados y que aunque intente disimularlo la fatiga se trasluce en cada paso que doy. Solo han sido tres días, sin invocaciones, sin la familiar presencia de ninguno de mis demonios, sin un maldito hechizo que calme la ansiedad, plagados de ensoñaciones, desvelos, temblores y fiebre… la jodida fiebre que me hace arrebujarme en la toga.

- Un placer hacer negocios con usted, Solámbar.

Que te jodan. Que os jodan. No voy a volver a pisar este lugar. No tardareis en venir a hacerme compañía.

Me apoyo en la balaustrada dorada del acceso al Sagrario, me aseguro de que no hay nadie en la rampa para ayudarme con ella. Siento la nausea en la garganta y una resolución que se atenaza en mis entrañas. Mientras prácticamente me arrastro hacia la posada cada paso es una razón que desequilibra la balanza a favor de la decisión que he tomado.

No cabe otra opción. No hay más salida. No soy como ellos… estoy a tiempo, aun estoy a tiempo.

El humo sabe picante, especiado. Torian prepara esta mierda para empujar al trance a los iniciados, sé cual es la dosis apropiada, soy previsor, he comprado diez veces más de lo necesario. No es la idea que tenía de una muerte digna… tampoco mi vida está siendo como yo había planeado, mis deseos eran sencillos antes de esta locura. Solo quería lo necesario, habría abandonado mi opulenta vida en Lunargenta por una casa en los bosques, cerca de la costa, un taller luminoso, una esposa cariñosa y un jodido melocotonero en el jardín, quería un jardín enorme, a Iriah le gustaban las plantas. Mi madre me hubiese odiado menos por frustrar sus planes de futuro casándome con la frutera de Brisa Dorada, me hubiese retirado la palabra, pero no hubiese caído en vergüenza ni manchado el impoluto apellido de los Solámbar. No puedo evitar reirme al imaginar la cara de Melaina cuando le digan que su hijo se ha quitado la vida como un sucio drogadicto, seguramente lo era, era un brujo, no se puede esperar nada bueno, eso pensaría, eso le dirían, y languidecería de tristeza por que no me concedió una puta oportunidad para despedirme, por que en estos años fuera tan siquiera recibí una triste carta de ella o de mi hermano.

Doy otra calada, y esta vez me sabe como un trago amargo. No he escrito ninguna nota, no he dejado ninguna señal. Eliannor me odiará por esto, pero es lo mejor para ella, es lo mejor para mi, soy el único culpable de sus desgracias, de que lleve convaleciente semanas y no pueda dejar de llorar. No soporto verla así. Me desgarra el alma, pesa demasiado, y ya me pesan demasiadas cosas. Cadenas o muerte, puñales envenenados o muerte. Pues bien, he elegido, soy un cobarde… o tal vez estoy tomando la decisión más valiente de toda mi vida. Comienzo a marearme.

- Sabía que te arrastrarías hasta aquí para ahogarte en tu autocompasión.

Levanto la cabeza. Suzanne es silenciosa, sus pasos apenas levantan un murmullo al rozar la alfombra, ni siquiera la he escuchado descorrer las cortinas. Me mira con los ojos encendidos de un brillo extraño, con la furia agazapada en el fondo.

- Eres un cobarde, joven maestro.
- Déjame en paz.- Respondo con la voz pastosa.- Lárgate de aquí y olvídame.
-¿Qué crees que vas a solucionar con esto?. No enmendarás lo que hiciste dejándote morir. Te estás condenando al no enfrentar tus errores.

Vete, joder, lárgate y déjame solo. Estoy enfrentándome a mi mismo, y he perdido. Me he juzgado y condenado. Déjame en paz.

Se acerca a mi, se arrodilla en el diván y me quita la pipa de entre los labios. Aprieto los dientes y me incorporo intentando coger la boquilla con un gesto torpe. El mundo da vueltas a mi alrededor, se me escurre el sudor por la frente e incluso sus delicadas manos son capaces de contenerme contra el respaldo.

- Toma las riendas de tu vida de una vez, Theron. – Es la primera vez que me llama por mi nombre. Sus ojos chispean, se ha sentado a horcajadas sobre mi. – No conviertas aquello que te hace fuerte en tu debilidad.

- Solo me hace daño, le hace daño a quienes me rodean. Estoy cansado. Déjame en paz. Olvídame.

Apenas siento un cosquilleo cuando la palma de su mano restalla contra mi mejilla. No tengo capacidad ni para sentirme herido por esto.

- Tu eres el que deja que eso le dañe. Tu eres el que ha elegido dejarse arrastrar en vez de llevar el control. ¿Es que no has aprendido nada?. No te espera liberación al otro lado. Y tampoco a Eliannor en tu ausencia.

Tomo aire entre los dientes apretados. Quiero que se calle. La decisión estaba tomada, estaba seguro de ello, y ahora siento estar esquivando mis responsabilidades, estar escondiéndome como un niño asustado.

- Abraza lo que la vida te ha otorgado. Este es tu camino, tu elijes si lo conviertes en condena o en gloria. El poder conlleva esta responsabilidad… trátalo con respeto, trátate con respeto, Solámbar. Toma lo que es tuyo y pon las cosas en su lugar, has venido a este mundo para eso, no para dejarte morir en medio de la ascensión.

- La jodí… no quiero que vuelva a suceder. Es la única manera de enmendarlo.

- No lo es. Es la manera cobarde de hacerlo. No eres consciente de quien eres. – sus manos me acarician el rostro, están frías al contacto con la piel febril. Me limpia el sudor y me besa. Sus palabras son suaves, un susurro entre sus labios.- Enséñales a todos quien eres, Theron Solámbar. Pon las cosas en su lugar… vuelve a Jaedenar e impón tu voluntad, pon las cosas en su sitio. Eres fuerte y no lo sabes. Convierte en fortaleza lo que crees que te hace débil.

Se aparta. El mundo da vueltas, y ella danza en la habitación vertiginosamente. Siento nauseas. Puede que sea tarde para cambiar de opinión. Puede que… el tacto frío del vial en mis labios desencadena el fuego en mi interior. Me quema la boca, araña mi garganta cuando trago sin poder evitarlo. Reconozco esa sensación, pero está mil veces potenciada, mil veces condensada en el líquido espeso y amargo que desciende hacia mi estómago y cuyo calor abrasivo se esparce por mis venas. Me despierta, me enerva, me altera, me llena de una energía que no puedo contener. Y ahora son sus labios lo que atrapo entre mis dientes, y su saliva la que me alimenta, y ya no razono ni recuerdo, me hundo en la oscura redención que me ofrece, me hundo en ella y me dejo consolar y devorar. Si mi corazón no estalla…

Puede que sí tenga elección

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