miércoles, 7 de julio de 2010

Piedramácula

El aire pasaba a duras penas a mis pulmones, era espeso y olía a carne descompuesta, a la putrefacción de la vegetación y a agua estancada e infecta. Betún avanzaba ante mi con los palpos extendidos, buscando señales de movimiento, y yo le seguía como un ciego a su lazarillo agarrado de las gruesas cerdas de su lomo. A nuestro alrededor chapoteaban en el fango los pies descarnados de los necrófagos a distancias que no era capaz de calcular en medio de la espesa niebla anaranjada. Estaba solo en medio del campo de cultivo sembrado de no muertos.

Estás jodidamente loco. Vas a morir, saben donde estás… te están viendo, te huelen, te huelen a mucha distancia. Maldito iluso… esto no son más que falsas esperanzas, y vas a perder la cabeza por dejarte guiar por ellas.

Estaba temblando. Los pies se hundían en el fango y me quedé clavado en él cuando el demonio se proyectó hacia adelante, gruñendo, furioso y se lanzó contra una silueta difusa que se acercaba a nosotros en la niebla. Escuché un chirrido, un grito extraño y el entrechocar de huesos y una voz que casi era un chasquido invocando en lo que parecía Común. La niebla se condensó en mi piel cuando el fuego respondió a una llamada casi instintiva, no podía pensar, estaba acojonado y tal vez por eso el esqueleto reanimado estalló con aquella virulencia, esparciendo sus huesos por el fango y la niebla. Betún sacudió la testa al acercarse, con un hueso humeante entre los dientes y pude ayudarme con él para sacar los pies del fango en el que me había hundido casi hasta las rodillas. Seguimos avanzando, siguiendo el sonido borboteante de lo que debía ser un caldero en el centro del campo de cultivo. La niebla se volvía más espesa a medida que avanzábamos, hasta el punto en el que me obligó a valerme de un hechizo para dejar de respirar el aire enfermizo.

No existe ese contraagente.

El demonio palpó la piedra oscura con las ventosas y gruñó. El estruendo de la caldera que bullía sin fuego alguno en su base amortiguó los gorgoteos y gemidos de los muertos que la circundaban y que no nos habían visto acercarnos amparados por la niebla. Las enormes cadenas que la mantenían sujeta se agitaban, chirriando.

Es demasiado grande. Estás a tiempo de darte la vuelta. Usa la maldita runa. Saben que estás aquí.

Me agarré de la gruesa cadena y me impulsé como pude, subiéndome sobre el lomo de Betún. Cerré las manos con fuerza en el metal oxidado y avancé, trepando por los eslabones e intentando que los zarandeos no me hicieran caer.

El Alba Argenta no tiene nada. No es la solución.

Maldecí entre dientes cuando el contenido de la bolsa de viales se precipitó hacia el suelo casi tres metros más abajo y me apresuré a vaciar el contenido de varias pociones para sustituirlo por el líquido que salpicaba desde el interior de la enorme caldera. La sustancia quemaba al contacto y no pude evitar que parte de mi mano entrase en contacto con ella al recoger las muestras. Ahogué un grito y cerré las pequeñas botellas cerrando los codos con fuerza alrededor de la cadena. Quiso la suerte que ya hubiese guardado las muestras cuando un golpe frío me hizo caer y chocar contra el suelo.

Vas a morir. Por idiota.


El demonio se abalanzó contra el hechicero y tres esqueletos se cernieron sobre el perro que sacudía la cabeza intentando arrancar la poca carne que aun le quedaba al mago no muerto. El dolor me mordió el costado cuando me levanté a duras penas con el cuerpo entumecido por el frío. En mi interior, no obstante, se derramaba el fuego por mis venas en un incendio desatado y lo sentí arder en la piel cuando las runas se inflamaron en respuesta a las invocaciones. Alcé la voz sobre el estruendo de las calderas y los gruñidos furiosos de los muertos y la niebla se arremolinó alrededor de ellos en el instante antes de que el fuego comenzase a rugir a su alrededor, inflamando el aire y lloviendo con ferocidad sobre sus cabezas. El miedo se había borrado, y solo quedaba una abrasadora furia nacida de un recuerdo soterrado, un odio visceral y doloroso que vomitaba sobre ellos como ácido corrosivo. El hielo de los hechizos siguió golpeándome pero mi voz no se quebró al hilvanar las maldiciones, Betún siguió repartiendo dentelladas, interrumpiendo los hechizos a coletazos y mordiscos y pronto la sombra se consumió a sí misma en un revoloteo de huesos y harapos prendidos. Resollé, y estallé en una carcajada histérica.

- ¡MALSUEÑO! ¡A MI!

Seguía riendo cuando salí a galope del campo, en una carrera alocada sobre el fango que se llevó por delante a un par de necrófagos y esqueletos que volvieron a regalarme el beso frio del hielo a mis espaldas. Al salir al camino, respiraba a grandes bocanadas, gritando al asaltarme la súbita euforia de verme con vida.

A veces vale la pena no hacerse demasiado caso.

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