miércoles, 7 de julio de 2010

Lazos

No tiene sentido. No deberiamos hacernos daño… no así, obligándonos a tragar estas espinas. Le tenemos miedo al mundo, somos unos malditos cobardes que no se atreven a mostrarse y gritar, a reivindicar quienes somos ni que queremos. Me siento tan pequeño como debió sentirse ella al salir descalza al altar y entregar sus votos ante el Vindicador, ante la solemne escuadra de caballeros de reluciente armadura, todos más virtuosos que nosotros, más capaces, más honorables, más valientes, más orgullosos y pagados de si mismos. Alzarían las voces al cielo si supieran que el Lord estaba contrayendo matrimonio con una adultera, que gran escándalo sería si todos supieran que la intachable Eliannor se deslizaba entre las sombras del callejón más temido de Lunargenta en busca de los brazos de un aborrecible Brujo, que tremendo golpe a la memoria de su padre, que mancha imborrable para su historial. La escuché tartamudear desde mi apartada posición al pronunciar los votos, al jurarle fidelidad y reafirmar su amor… sentí deseos de gritar, de detener la pantomima, calzarle los zapatos y arrastrarla lejos de allí y demostrarle que ambos teniamos alas, para huir, para ser libres y volar sobre aquella ciudad engalanada de mentiras, que teniamos el valor de afrontar nuestros deseos. Pero no lo tenemos y por eso apreté los puños y callé y me tragué las espinas. Por eso ella terminó la frase y mintió en cada “prometo” y en cada “quiero” y bajó la cabeza a sus pies descalzos.

Todos bailan y se emborrachan en el jardín, hay música, hay flores, hay comida y una tremenda cantidad de invitados… personalidades de Lunargenta, altos cargos, elfos que nos miran por encima del hombro al pasar junto a nosotros. Xenafte está sentada a mi lado, no se ha separado de mi en toda la noche, sus oscuros ojos me miran con preocupación, la tauren intuye lo que estoy pensando y me rodea los hombros con un brazo cálido de suave pelaje corto. No sé por que le preocupo, no sé por que no corrió a contárselo a Iradiel cuando resbaló en el puente de las Pozas de las Visiones y nos descubrió enlazados en un beso con pocas interpretaciones, pero ahora mismo tampoco me importa.

- ¿No sales a bailar?

- No.- Respondo secamente, e intento que mi voz suene más suave al preguntar.- ¿Y tu?

- No, me da vergüenza. – Se rie y me estrecha con suavidad. No consigo sentirme arropado, solo quiero irme y olvidarme de todos ellos.- Alegra un poco esa cara o nos acabará pillando.

Miro hacia los novios, que hablan animadamente con un pequeño grupo de elfas, algunas de ellas familiares de Eliannor a tenor por el ligero parecido entre ellas. El grupo está cerca pero ninguno de los dos vuelve la vista hacia nosotros, todo el mundo desea llamarles la atención. Todos, menos nosotros.

- Cayo de Janeiro…- Oigo a Eliannor. Sé que está esforzándose en sonreir, no se le da mal fingir cuando nos va la vida en ello. – Vamos a tostarnos en la playa bebiendo piñas coladas.

- ¡Oh Eli! Serás la endividia de la playa con un hombre como este a tu lado. – Se rien estúpidamente, Iradiel sonríe y hace un gesto de modestia con la mano que contradice a su habitual talante altivo. – Pero dejaos de piñas coladas… ¿para cuando un niño?

- Estaos tranquilas. Nos pondremos manos a la obra en cuanto abandonemos la fiesta y lo intentaremos todas las veces que hagan falta a partir de ahi.

Ya no puedo más. Me levanto, apartando el pesado brazo de la tauren de mis hombros y me voltéo en silencio. Me arden los ojos, se me ha acelerado el corazón y sé que el acceso de calor a mi piel no tiene que ver con la fiebre. He oido nuestras alas partirse, los lazos que nos unen me estrangulan, se dividen y se convierten en los lazos que les unen. Mientras cabalgo de vuelta a la ciudad, aferrando las riendas con toda la rabia que intento contener, un pensamiento se abre paso con una claridad terrible, y es que no son precarios lazos los que nos empujan a cometer el error de encontrarnos una y otra vez… son cadenas… nos pertenecemos. Me pertenece. Y nada puede cambiar eso.

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