miércoles, 7 de julio de 2010

Interludio

En este sitio siempre hace calor. Entre las paredes de la taberna debería poderse respirar, pero el ambiente se condensa, el aire se hace pesado y el olor de la comida me causa nauseas últimamente. Eliannor me ha arrastrado hacia uno de esos nichos excavados en la pared que hacen las veces de dormitorio, y ha corrido la cortina con un gesto presuroso, sentándose ante mi mientras escarba en sus bolsas y desparrama frascos de desinfectante, pociones y vendas. Tengo la impresión de despertar de un sueño inquieto y que este se materializa cuando noto el fluir caliente y lento de la sangre en mi brazo. También me duele la cabeza… eso no ha cambiado estos últimos días.

- Deberías habernos hecho caso.- Noto el tono enfadado en su voz, mientras me limpia la herida del brazo.- Ya teníamos suficientes muestras, Theron. Es mejor esquivar esas pozas mientras se pueda.

- Es mejor asegurarse.

- No. Has desafiado la autoridad de Iradiel atacando a ese demonio… y mira como has acabado.

- No es para tanto, llevábamos un buen ritmo y me he emocionado… eso es todo.

- Theron… sabes que confío en ti. Pero desde que nos hemos establecido aquí… en fin… creo que deberías tomarte un descanso, volver a Lunargenta y relajarte, este sitio afecta especialmente a nuestra raza, mellamin.

- El frente está aquí. Es donde debo estar y es donde quiero estar

Suspira. Con un aire resignado mientras corta la venda y rompe el extremo para atarla. Sus gestos son cuidadosos, delicados. Hace apenas una semana que salió de la convalecencia y ya ha vuelto a Thrallmar, a las incursiones, a ocupar su lugar al lado de Iradiel. La observo mientras me venda, veo la sombra bajo sus ojos y un brillo de tristeza acentuado en su mirada, es lo que he estado esquivando durante incontables días:

- Ve con cuidado, Theron, por favor. Me has tenido preocupada…

- Ha sido una… temporada muy extraña… Eli. Lo siento…

Posa el dedo índice sobre mis labios y los besa después, acercándose para ordenarme el cabello mientras me recorre el rostro con la mirada, con una sonrisa suave y dulce, como lo son sus gestos. La tristeza se diluye un ápice en sus ojos mientras me observa, convirtiéndose en una melancolía que afloja el nudo en mi garganta. No puedo contarle la verdad… pero puedo compensarla por mis errores.

-Un día nos iremos… mellamin.- Murmura.- Nos iremos a la torre blanca, a la torre abandonada en la orilla del mar…

- Invocaré huestes del torbellino para que guarden la torre… mi amor, para que nadie pueda separarnos nunca, te investiré en Diosa y Reina y no tendrás que irte nunca más.

- No le daremos explicaciones a nadie… no nos deberemos a nadie, cariño, seremos libres.

Vuelve a besarme con delicadeza, y sus finos dedos me recorren el rostro, dibujan las runas que se marcan sobre la piel. Doy un respingo cuando recorre mi frente, cuando una repentina punzada de dolor me hace contraerme ligeramente, y ella entrecierra los ojos apartando las manos y mirándome preocupada:

- ¿También te ha golpeado en la cabeza?

- Creo que fue la última incursión en la Ciudadela, los orcos de los hornos son especialmente bestias…

- Y tu eres especialmente delicado.- Replica, riéndose con su voz clara.

- ¿Delicado?…no me obligues a demostrarte lo duro que soy…

- Hum…tendrás que esforzarte para que me crea eso.

Soy consciente de cuanto la necesito. Mientras la beso, inclinándome sobre ella, un pinchazo amargo me estremece el corazón, el deseo despierta al amparo de un sentimiento agridulce que se funde entre nuestros labios. Soy consciente de cuanto la quiero. Su respiración se agita y la siento estremecerse, tira de mis ropas y casi solloza al separar un instante sus labios de los míos, me mira sedienta y entregada. Soy consciente del daño que le hice. Me hundo en ella y busco su piel de perla, por que no puedo vivir demasiado tiempo sin su aroma y su sabor de almíbar caliente. Soy consciente de que no hay vuelta atrás.

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