domingo, 12 de junio de 2011

Interludio: El palacio de los Caminantes

Al fin hemos alcanzado las puertas del palacio. Llevamos días acampados junto con el Sol Devastado, después de la toma del puerto de Quel’danas conseguimos establecernos y afianzar nuestra base. Nunca imaginé que llegaría a ver draeneis en nuestras tierras, y aun me habría parecido más inverosímil ver a los arúspices de nuevo en el reino. A pesar del dramatismo de la situación este hecho hace que se respireun aire contenido de victoria, y una libertad como hace tiempo no hemos disfrutado aquellos agraciados con la verdad.

Estamos en la vanguardia, Iradiel abre el camino junto con el tauren, Ravenheart, Eliannor permanece a mi lado, y Kirathael protege con sus rezos e invocaciones desde la retaguardia, algo separado de nosotros. Hemos conseguido cruzar las puertas sin demasiados problemas, seguidos por los soldados del Sol Devastado que van dispersándose hacia las distintas zonas del palacio de los Caminantes. Me siento como un sacrílego, como si cada paso que doy fuera una mácula en el pavimento limpio de los jardines. No deberíamos estar aquí, nada debería ser como es, ojala no lo sea, ojala los equivocados seamos nosotros. Dicen que Kael’thas no ha muerto, dicen que sigue aquí… dicen que está perdido, dicen que debe morir. Creo que ninguno lo acabamos de creer, que todos avanzamos con una esperanza débil atenazándonos el corazón en un último suspiro.

Veo en el rostro de mis hermanos lo que esto supone. No es la primera vez que nos vemos forzados a abrirnos paso a costa de las vidas de nuestros hermanos, ellos hacen su trabajo, nosotros tenemos que hacer el nuestro aunque roguemos por estar equivocados. Iradiel nos hace un gesto tenso para que nos detengamos, la frialdad convierte su rostro en una suerte de imagen cincelada, pero veo a la perfección el brillo furioso en sus ojos, teñidos de una amargura que a veces se me antoja un espejismo. Ni siquiera se sienta, Kirathael se acerca a él y al tauren para revisar su estado, tiene parte de la capa quemada y una expresión entre amarga y desdeñosa le destella en la mirada cuando se acerca a mi, mirándome de arriba abajo con su aire de perdonavidas. Un fogonazo de rabia se prende en mi estómago, y por unos instantes me olvido de donde estamos y por qué. La luz destella y muerde en la quemadura de una explosión arcana que me ha alcanzado el brazo, siento ganas de escupirle, pero de mis labios solo brota un agradecimiento rasposo.

- Theron, asegúrate de salvaguardar a Kirathael, le tienen en el punto de mira.

La voz imperativa de Iradiel me devuelve a la realidad. Hemos venido a dejar las cosas en su lugar… yo también tengo cuentas que ajustar. Asiento y miro al paladín que sigue ante mi, que tuerce los labios en una expresión de fastidio, esperando con resignación a que yo haga mi trabajo y le asegure el regreso si uno de esos magos de batalla que protegen el palacio le deja sin aliento. Abro la faltriquera de almas y rebusco entre los cristales, puedo reconocerla con el simple tacto, está más fría que las demás, el corazón luminoso que late en su interior es de un intenso azul en lugar del púrpura profundo de las piedras que suelo emplear, en su interior no late un alma como en las demás. Apenas le doy tiempo a fijarse en ese detalle cuando estrello el fragmento contra su pechera, fijando la mirada en sus ojos un solo instante. Le he golpeado con fuerza, me ha agarrado de la muñeca y me aparta con un tirón brusco, frunciendo el ceño y mirándome con un parpadeo confuso.

- De nada. – Le espeto. Gruñe y se vuelve. Le observo por si se ha percatado de algo, pero toma su posición algo alejado de la maga y de mi. Nadie parece haberse dado cuenta. Aprieto los dientes con la ansiedad y la ira vivificadas en mi interior y les sigo al paso cuando volvemos a reanudar la marcha.

Las sombras se vuelven mordientes, van erosionando la amargura y sustituyéndola por ira, un sentimiento que afronto con más entereza y le da fuerza a mis ataques. Ya ni siquiera me impresionan los despojos de aquellos consumidos por el vil con el que el Príncipe premió a sus mejores hombres. Sigo por inercia, sin detenerme a pensar en cuanto nos parecemos, sigo por inercia hasta que me doy cuenta, como despertando de un sueño profundo, de que no estábamos equivocados, de que el despojo que nos esperaba en la cámara real fue la esperanza de todos nosotros. Despierto con el llanto ahogado de Eliannor, sintiendo que me falta el aire en los pulmones, con la mirada fija en el cristal verde y resplandeciente que le asoma del pecho al que fuera nuestro Príncipe, preguntándome si eso le ha mantenido con vida, si es lo que le ha consumido hasta volverle loco. Los Soldados del Sol Devastado han cerrado el círculo alrededor del cadáver, guardando un silencio de amargo respeto. Siento las miradas de algunos de ellos como cuchillos sobre mi, sé lo que se están preguntando, sé las respuestas a mis preguntas y a las suyas, y no soy capaz de enfrentarlas ahora. Me escabullo entre ellos y me alejo sin mirar atrás, pasando ante un pálido Kirathael, cuya expresión habría hecho mis delicias de no estar quemándome el miedo y la angustia en el interior.

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