miércoles, 7 de julio de 2010

Ysbald

Los ojos de Ysbald eran claros y brillantes y tendían a asomarse a la vida con una inusitada vitalidad. No era capaz de entender como podía seguir parloteando tras el cruento día a través de las sendas quebradas de Desolace, donde el viento que arrastra constantemente la arena reseca la piel hasta el punto de cuartearla. Le sangraban los labios y aun así seguía sonriendo, con la misma expresión aristocrática de su hermano y esa dignidad que les va en la sangre que les hace parecer príncipes aun vestidos de harapos y perdidos en medio de un desierto polvoriento. En ese momento ya sabía mucho de él, nos bastó una semana de intenso viaje para conocernos… más o menos, y sentía algo parecido a la seguridad a su lado, era un tio que emanaba una fuerza intensa, un optimismo fuera de lugar a tenor de la dura vida que le tocó vivir.

- Me echaron por retozar con la esposa del patrón.- Continuó, mientras levantaba las manos ante la fogata que había encendido y se reía.- No es que me importase, en la Luna Negra nunca apreciaron mis talentos, debía ser por eso que no me pagaban una mierda… así que al menos me dediqué a disfrutar todo lo que pude, me lo debían.

Era fácil imaginarlo de saltimbanqui, sobre el escenario de madera engalonado de banderillas de colores, rodeado de un sin fin de utensilios extraños con los que realizar imposibles malabarismos. O vestido de bufón, saltando de un lado a otro y robándoles los pañuelos bordados a las señoritas de bien que se acercaban al jolgorio de la feria, sonriéndoles con descaro mientras se abanicaba con el caro trozo de tela… o escupiendo fuego… o metiendo la mano en los bolsillos de los despistados noblecillos de provincia para amortizar el duro trabajo del montaje y el mantenimiento de la extraña Luna Negra. Eso costaba menos aun de imaginar.

- Tuve suerte de que Ydorn me encontrase, ya estaba pensando en vender mi cuerpo.- Estalló en una carcajada, y le acompañé con una risilla débil mientras me encogía envuelto en las mantas. No tenía ganas de hablar y estaba pensando en la habitación de mi antigua casa en Lunargenta… en sábanas que huelen a lavanda.- Y hablando del estirado… ¿Que quiere exactamente de “Ese sitio”?

“Ese sitio” era como, en un acuerdo silencioso, habiamos convenido en llamar al aquelarre hacia el que nos dirigíamos, por que había un componente intrinsecamente siniestro y terrible en la palabra “aquelarre” y de una forma que no podíamos entender más que instintivamente “Mannoroc” nos producía un rechazo aun mayor, por lo que unir ambas palabras era una tarea harto difícil que no estabamos dispuestos a realizar, bastante teniamos con estar avanzando por el sendero que conducía a “Ese Sitio”.

- Unas piedras

- ¿Nos ha enviado a través del desierto para recogerle unas piedrecitas?. – Una nueva risotada.- Espero que me pague bien por esto, si no las usaré para abollarle su cabeza de membrillo.

- Bueno… no son piedras comunes.- Respondí, alzando un poco la voz. No quería hablar de eso, pero había acatado las órdenes de mi Maestro, sabía que esto era otra prueba y tenía que caminar hacia ella con plena consciencia.- Son… trozos de infernal.

Se le borró la sonrisa de los labios y se arrebujó en las mantas, escondiendo las manos, y por primera vez en aquel viaje mantuvo un largo instante de silencio, hasta que alzó las cejas en un gesto sorprendido y levantó la cabeza.

- He oído que son buenas para la impotencia.

- Entonces vamos a tener que cazarte muchos.

Su risa estalló de nuevo en la quietud del desierto, y el atillo con los escasos víveres que nos quedaban me golpeó en la cabeza como venganza a mi comentario. Ysbald se dejó caer sobre la arena, tomando aire en un profundo suspiro.

- Nos darán un buen pastón por ellas.

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