miércoles, 7 de julio de 2010

La Espiral Descendente: Solsticio III

Seguimos ascendiendo. No ha apartado su mano firme de mi hombro, he desistido de intentar atisbar al brujo que nos sigue, no ha vuelto a abrir la boca. La salmodia se ha intensificado, las voces suenan más claras a medida que avanzamos, resbaladizas, encajan unas con otras hasta convertirse en una sola… profunda y extraña, susurrante… es una lengua húmeda que intenta acariciar mi psique. El brujo me zarandea con suavidad, su risa suave es un murmullo que se pierde entre los cánticos.

- ¡Relájate, caramba!. Estás más tenso que la cuerda de un arco.- Le miro, tiene razón, no consigo controlarme, no consigo actuar, he bajado la guardia… ¿realmente había necesidad…?. Su voz se torna calmada, refleja los años en caminos tortuosos, la sabiduría que esconden las sombras… los recovecos dolorosos de caminos que pocos pueden transitar. – Creeme, yo te entiendo. No es fácil ser lo que somos… todos hemos pasado por periodos de rechazo, puede llevar años, hay quien no lo supera. El camino por el infierno persigue un fin, cada individuo conoce las razones en el fondo de su ser… y las críticas, las culpas, no son más que la hipocresía de un mundo que envidia la capacidad de tomar decisiones y de ignorar las voces de mando que los llevan por donde solo unos pocos deciden.

Relajo los puños. Los muros han dejado de constreñirme, el aroma del incienso y la sangre relaja mis crispados nervios… el ambiente es húmedo y cálido, el peso de la mano del brujo sobre mi hombro invitador y amable. Mi corazón late rítmico, algo en mi garganta afloja la fuerza con la que apretaba. Le escucho… le estoy escuchando, y sé que todo es un espejismo, y que tengo que actuar, y cuando sonrío me convenzo a mi mismo de que finjo, de que el cántico me afecta.

- Sé lo que piensas…

No, no lo sabes… no puedes saberlo. Os odio… no soy como vosotros… no soy…

- No es camino para aquellos incapaces de decidir. No es camino para los débiles, ni para aquellos que carecen de razones para luchar. – Me mira, con los ojos límpidos, azules, sinceros, es como si extendiese la mano, y mi estremecido silencio es semejante a aceptarla, sé como me ve, sé qué está viendo… y no puedo permitirlo.- …y es duro andarlo solo.

Las negras túnicas se abren a nuestro paso. Hemos llegado al pozo, oigo los gemidos ahogados de la ninfa… suenan tan dulces. Me invade una sensación de seguridad, aun con las miradas que se posan sobre nosotros, desnudándome hasta el hueso… no me importa, sé lo que ven. La doncella de Cenarios pende de las cadenas, las runas son heridas abiertas que la laceran hasta el límite de la inconsciencia, el Sátiro bufa a su lado, excitado por el olor de la sangre. Su sangre…

- Su sangre es poderosa. – Susurra en mi oido el orco, y no puedo apartar la mirada del cuerpo de la doncella.- Capaz de iluminar el Solsticio. Todos saldremos de aquí más fuertes de lo que eramos. – Veo su gesto por el rabillo del ojo, llama al Sátiro, que se acerca con la daga en la mano.- Déjale a él…- Le dice.- Tiene que aprender algo.

Y me vuelvo, sorprendido, negándome una y otra vez el deseo que está inundándome, presa de un leve temblor. Intento decirle que no, pero no me responde la voz cuando coloca la daga en mi mano, y me empuja con la suavidad con la que un leon empujaría a una cría hacia su presa moribunda. Sé lo que esperan… sé lo que quieren.

Está sufriendo… no hay otro camino… si lo rechazo me descubriré… lo sabrán. Yo no soy como ellos

Me arden los ojos, se me enturbia la visión al posar la mirada en la ninfa y me acerco, mis pasos reprimiendo premura alguna… no estoy ansioso, no puedo estarlo, son sus miradas las que me ponen nervioso. La criatura alza la cabeza al escuchar mis pasos, y miro a la concurrencia, sintiendo un extraño e íntimo orgullo… sé lo que esperan, sé lo que quieren. Acaricio la hiedra que forma sus cabellos, las cuencas vacías de sus ojos sangran, sus labios cuarteados susurran algo que no soy capaz de entender, sé que me suplica, sé que estoy sonriendo… que estoy excitado. Tiro de sus cabellos, obligándola a descubrir la gárganta, y sus gemidos se unen al mantra, alimentan el cruel deseo que se desepereza en mi interior, hambriento. Algo queda enmudecido, solo puedo oir el cántico, el círculo se cierra, me abandono a las sílabas que ya han dejado de tener sentido, solo es una pulsación, una energía conformada por la confluencia de muchas voluntades. Hay un hilo conductor que nos une a todos, soy capaz de ver la energía, fluyendo como un torrente desde ella… y entiendo, los ciclos, las estaciones… todo… está en el pulso de la magia que contiene la criatura.
Ya no tiembla la hoja en mi mano. Afianzo sus cabellos con fuerza, no hay pensamientos, solo energía, solo el canto desbocado y el deseo de todos, convertido en uno, mi deseo. La daga se clava en su garganta, y rujo, con una voz que no es mía, que es primitiva y feral, rujo mientras tiro con fuerza, abriendo piel y órganos hasta su ombligo, liberando la potente energía, cerrando el círculo del ritual.

Es tan fácil…

Es tan sencillo…

El Solsticio está completo… y yo también. Me he perdido en la vorágine de la energía, no me consume… me da vida, me despoja de toda debilidad, me despoja de pensamientos y dolor, me deja desnudo, riendo… riendo, estoy riendo, como un niño. Pasa a través de mi y se extiende por el círculo. No estoy solo.

- Cuanto has tardado. – Bajo la mirada, la Lilim me observa con sus grandes ojos, con un mohin de protesta, y me agarra la mano que aun sostiene la daga ensangrentada. Me arrodillo, y acerco la mano ensangrentada a su rostro. Me estremezco cuando la punta de su lengua rosada roza mis dedos, tiñéndose de rojo. No sé porque, pero se que el Brujo sonríe a mis espaldas… pero estoy demasiado excitado para darle importancia. Vilanda me observa alarmada… no sabe que soy capaz, puedo subyugarla… y debo hacerlo, debe ser mia. Me llevo la daga a la boca, lamo el filo paladeando la sangre, sin apartar los ojos de los del demonio, siento su aura, poderosa, ardiente, envolviéndome. Los cánticos se han acallado, oigo el sonido pesado de las túnicas al caer, revelando los cuerpos dispares que no diferencian sexo, raza ni edad, se agrupan, se dejan llevar por el torrente que ha liberado el ritual, por el fuego ansioso que ha despertado la energía. Pero ella es mía.

- Creo que deberias pararla.- No les escucho…

- Eres un aguafiestas. – Risas.- Déjala un poco más, creo que le ha gustado.

Mi cuerpo reacciona con violencia, me duele la repentina erección, mi sangre pulsa con fuerza… me enloquece. No hay nada más, nada más que su menudo cuerpo ante mi, y su abrasadora mirada. Mia… ella es mia. Y la agarro con fuerza, soltando la daga, cayendo sobre ella como un felino sobre una gacela, apretando con fuerza las frágiles muñecas contra la piedra fria del suelo.

- Hazme caso… el chaval está un poco verde aun, de hecho, se ha vuelto más poderoso de lo que creo piensa que es.

Y duele, su presencia es como un agujero negro. Mi deseo una urgencia, una necesidad vital… creo que voy a morir… mi corazón late demasiado deprisa, se me nubla la vista de una bruma roja y paladeo el sabor metálico de la sangre en mi boca. Necesito devorarla, necesito tomarla, usarla, necesito penetrarla para encontrar la maldita paz… para que la galopante ansiedad deje de doler como las brasas en mi piel. No puedo respirar…

- Nack Nadrien ¡Danu!

Su presencia se encoje debajo de mi, gruñe. La aprieto contra el suelo mientras intento deshacerme de mis ropajes.

- Obedece ¡ahora!

Y parpadea… desaparece, y me encuentro boqueando con las manos apoyadas en el suelo, incapaz de levantarme, con el cuerpo contraido y el mundo girando vertiginosamente a mi alrededor. El aire pasa en un hilillo hacia mis pulmones, se me aclara la vista.

- Hay que ver como eres… aun tiene que crecer, dale un poco de tiempo. – Oigo al orco. Se acerca a mi y me ayuda a incorporarme, su presencia me resulta tranquilizadora, su brazo me ase con firmeza por la cintura. – Vamos a celebrarlo con algo menos peligroso, chico.

- Sácame… de aqui.- Acierto a susurrar, aun falto de aire, aun estremeciéndome por los coletazos del deseo y el dolor. El orco asiente, y me conduce hasta la salida, hablándome con esa voz tranquilizadora. Me cuelgo de el, practicamente, presa de una dulce debilidad. El aire del exterior me llega con una sensación de alivio instantanea, lo respiro a bocanadas, me atraganto con él, me purifico del humo condensado de sangre y hierbas. El frio va secando la sangre en mis manos, en mi rostro. Algunas figuras salen de la cueva para perderse por el bosque, como sombras furtivas que juegan entre si… juraría haber visto un rostro encendido por una llamarada roja de cabello… familiar. Me dejo caer, sentandome en una de las columnas vencidas por el tiempo.

- Yo no venía por esto… – Susurro, y mi voz se me antoja hueca. El orco me mira y sonrie.

- No me des las gracias

Vilanda se sienta a mi lado, me obliga a reposar la cabeza sobre su pecho, cobijándome en su engañosa aura protectora, noto su respiración agitada, y la humedad de su lengua en mi mejilla cuando se inclina para lamer la sangre de mi rostro.

- Pensaré en eso. ¿Estás seguro de que no quieres volver a la fiesta?.- Me dice con acento invitador… quiero dormir, es lo único que quiero, Y niego con la cabeza en un gesto torvo.- Está bien… espero que vuelvas pronto, chico, tendré la solución.

Y asiento, no puedo hablar. Le veo alejarse con las manos enlazadas bajo las mangas de la túnica, volver hacia la oquedad oscura que es la entrada al nido. Ya escucho los cascos de Malsueño en la lejanía, sin ser consciente de haberle llamado. Vilanda me ayuda a levantarme… me ayuda a montar sobre la pesadilla. Dirijo una última mirada al umbral de Jaedenar… nada ha salido como esperaba.

Y no me importa lo más mínimo

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