miércoles, 7 de julio de 2010

Sangre y Acero

Me gustaba la mentira de Lunargenta. Antes de descubrir lo que ocultaba el rostro magnánimo de las estatuas del Pastor todo resultaba más fácil, no rehuías la mirada de los guardias, no te inflamaba la sangre ser testigo de las detenciones de los “alborotadores” que intentaban sublevar al pueblo en contra de su estimado Príncipe, le agradecías el esfuerzo y el remedio y el simple hecho de ver la ansiedad calmada era una razón más que sobrada para respetarle y amarle. Nadie se hacía preguntas sumido en la primavera perpetua, en el ambiente perfumado e idílico de la nueva Lunargenta donde las cicatrices se maquillaban convenientemente y las únicas voces que sonaban alto eran las que cantaban las alabanzas a su gloriosa y mermada raza.

Fue Eliannor quien me abrió los ojos, hablando entre susurros ante una de las estatuas a las que siempre miraba con una tristeza insondable en la mirada. Con la verdad me dio paso al terreno incierto en el que ella misma se movía, me entregó un secreto que me ligaba a ella y a sus hermanos del Ansereg, Kael’thas el Pastor estaba conduciendo a su rebaño hacia la perdición, Kael’thas el Pastor, aquel que recorrió el mundo en busca de una cura para su pueblo, aquel que incluso cruzó el portal de las estrellas para brindarnos la oportunidad de sobrevivir a toda costa se había convertido en un traidor y había vendado los ojos a sus propios hijos para que no pudieran ver cuan desesperados eran sus pasos. Y la mayoría de sus hijos se hundía cómodamente entre los algodones que él mismo había dispuesto, no obstante, lejos de los velos vaporosos de Lunargenta, en una ciudad que pendía de las estrellas se encontraban los Arúspices, conocedores de la verdad y rebeldes a la causa del Caminante del Sol, a los que la orden del Ansereg servía a modo de exploradores, espías y soldados, y a esa orden hermética y desconocida pertenecía Eliannor, que aun soñaba con ver a su amado Príncipe abrir los ojos y rectificar.

-Sé que te pongo en peligro contándote esto, Theron, pero debes conocer… como todos deberían, por todo lo que hemos sufrido y aun nos queda sufrir. Tenemos que luchar por nuestra libertad… pero sé cuidadoso y mantén silencio, cuando llegue el momento te llevaré a la ciudad de Shattrath.

Ahora portaba una máscara, y no podía más que imaginar que todos en la luminosa ciudad de Lunargenta portaban una, que ejecutaban con minuciosidad un baile en el que muchos danzaban ajenos a la música discordante. Me gustaba la mentira de Lunargenta, pero una vez conocida la verdad, una vez despierto del dulce letargo no quedaba otra opción que ejecutar los pasos como mejor supiera, no podía más que seguir ahondando y arrancando los velos hasta descubrir la verdad desnuda, el corazón putrefacto de una ciudad que no era si no el reflejo de los restos de nuestra raza.

Y fue ese impulso el que me llevó a aceptar cuando Iradiel me propuso acceder al círculo del Ansereg. Me di cuenta en el preciso instante en el que uní mis manos con las de Eliannor e Iradiel, cerrando el círculo con el resto de los componentes de la orden y mi propio Maestro, que daba el paso junto a mi en aquella tarde calurosa. No lo hacía solo por evitar las posibles consecuencias de un descubrimiento por parte de Iradiel de la traición de su esposa, lo hacía por que creía en su lucha, por que por fin había encontrado un respaldo en aquellos que ahora uniamos nuestras manos en círculo, por que nos unía el dolor de tener abiertos los ojos y todo el sufrimiento de nuestro pueblo pesaba en nuestra sangre. Eran nuestras cicatrices y aunque cada una contase una historia diferente todas habían sido causadas por el mismo filo ominoso.

- Vivir es sufrir.

Corearon, al unísono y desenfundaron unas pequeñas dagas, rompiendo el círculo mientras recitaban la máxima del Ansereg.

- El sufrimiento pasa.

Siguieron. Iradiel se volvió hacia mi empuñando la daga.

- El espíritu se fortalece.

Sabía lo que tenía que hacer, y envolví con la palma el filo alargado, cerrando la mano en un puño.

- Para el débil no hay vida.

El mordisco frio del acero, y la sangre resbalando. Iradiel cerró su mano libre cubriendo el resto del filo mientras presionaba.

- Para el fuerte no hay muerte.

Tiró con fuerza de la daga, apreté los dientes y le miré ahogando un gemido.

- Sufrir no es nada.

Unimos las manos heridas. Nuestra sangre se mezcló y entendí el significado de aquel juramento de una manera clara y meridiana. No solo estaba dando mi palabra, aquel pacto me únía a él y a mis hermanos con un vínculo forjado en acero y templado con sangre. Comenzaba el ascenso por el sendero de espino hacia la verdad, comenzaba la verdadera lucha y juntos nos haríamos fuertes para afrontar nuestro destino, fuera cual fuera.

- Ahora somos hermanos de sangre. – Sentenció el Fénix de Sangre y al mirarle a los ojos, sin el miedo que me embargaba cada vez que lo hacía, se borró por un instante la envidia y cada pensamiento destructivo que hacia él había dirigido y una extraña sensación cálida, de fuerzas reencontradas, me embargó. A partir de entonces se le uniría la vergüenza al traicionero silencio y a las mentiras, a la rabia que despertaban sus virtudes y al desespero de saberle poseedor de lo que más amaba… y eso nos uniría con más fuerza que la sangre y el acero.

Eramos hermanos, con todo lo que eso significaba.

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