miércoles, 7 de julio de 2010

El perro

Me dejé caer como un fardo cuando llegamos a los restos de nuestro campamento. Estaba agotado, notaba la piel tirante sobre los huesos como si llevase días sin beber, me costaba respirar y la presión de la nausea en el pecho era intensa. Ysbald se sentó en el interior de la tienda, que había dejado de moverse al darnos el viento una tregua en el viaje, me lanzó una de las cantimploras y bebí tratando de contenerme. Estaba temblando.

- Joder… me cago en todos los demonios… – Me quejé, con un susurro pastoso.- No hemos cogido las piedras.

Ysbald sonrió y agitó una bolsa ante si, dejándola caer entre los dos. Los fragmentos verduzcos se desparramaron sobre las mantas de la tienda. En ese momento me importaban poco las piedras y el encargo de mi enajenado Maestro, me sentía morir, me estaba subiendo la fiebre.

- Menos mal que estoy en todo.

Me miró extrañado cuando me arrebujé en las mantas, fuera podrían freirse huevos en las rocas, pero comenzaba a sentir un frio atenazándose en mi columna vertebral que no me era nuevo ni ajeno. Ysbald se acercó, preocupado, limpiándome el rostro con una tela sucia.

- Has cambiado de color. He traido hierbas para la fiebre, y calmantes.

Me mojó el rostro y se puso a rebuscar en sus bolsas. En poco tiempo estaba machacando mixturas de hierbas secas en un bol de madera, mezclándolas con apenas unas gotas de la preciada agua que aun nos restaba. Aplicó el mejunje como una cataplasma sobre mi frente y el olor que desprendía me calmó los crispados nervios y suavizó en algo las nauseas que atenazaban mi garganta. Yo sabía que no serviría para mucho más.

- Gracias…

Debí dormirme al instante. Cuando desperté la noche era profunda e Ysbald se agazapaba en la entrada de la tienda, con las dagas empuñadas y mirando al exterior, tenso. Aquello que me había despertado era un gruñido y un rasqueteo en la arena, y algo semejante al lloriqueo de un perro, que se producía una y otra vez. Gatee hasta la posición del elfo, seguía temblando y tenía la vista emborronada por la fiebre pero tenía la lucidez suficiente para mantenerme en guardia ¿era posible que nos hubiesen encontrado?.

- Mira, es el perro. – Murmuró, señalando hacia el borrón oscuro en la arena, que parecía rebuscar en los rescoldos nuestra hoguera.- Parece herido, va renqueando, no creo que nos esté rastreando.

Avanzó agazapado, con las armas preparadas, sería fácil matarlo, y era lo más prudente, puesto que debía hacer horas que el demonio estaba libre de mi dominación. No obstante algo me hizo agarrar a Ysbald y detenerlo. Se volvió, alzando una ceja, sin explicarse mi acción.

- Espera.

Busqué mi faltriquera y lancé una piedra hacia el animal, que se volvió sobresaltado y gruñó, y luego renqueó hacia el fragmento de alma, que recogió con la lengua y aplastó entre los dientes. Le observé mientras reducía a polvo el cristal y la energía liberada le curaba en parte las terribles heridas de hacha en las patas traseras y el lomo. Sus palpos se extendieron hacia mi, buscándome, Ysbald se tensó a mi lado.

- ¿Que estás haciendo?

- Siempre quise tener un perro…- Susurré, sin darme cuenta de que la angustia había cesado. De que ese olor extraño que emanaba el demonio era más calmante que las hierbas de mi amigo. Lancé otro fragmento, y el demonio avanzó hasta quedar a escasos centímetros de mi. Ysbald retrocedió. Extendí una mano, sin pensar realmente en lo que estaba haciendo, y el perro la tocó con los palpos extendidos, succionando a penas sobre mi piel. Los demonios no sienten agradecimiento, ni siquiera guardan un alma que pueda sentirse conmovida hacia ninguna acción que nadie realice en su beneficio… mucho menos un perro, entrenado para arrancar los miembros a sus enemigos y sorberles el alma. Y a pesar de todo eso se dibujó una palabra clara en mi mente, el impulso de un conocimiento instintivo, un reconocimiento. “Beethum”. Le rasqué la cabeza, no era agradable, tenía la piel correosa y las cerdas pinchaban.

- Y… ¿como piensas llamarle? – Ysbald seguía con las dagas en las manos. Mirándonos con absoluta incredulidad.

- Betún

No hay comentarios:

Publicar un comentario