miércoles, 7 de julio de 2010

Nymrodel

El Sagrario es uno de esos lugares tras los espejos ahumados de Lunargenta en los que puede intuirse un atisbo de realidad bajo los velos de decadencia. Seguramente, el maestro Alamma y su gente no tenga ni idea de lo que sucede más allá de las fronteras de este mundo y les importe bien poco a tenor de la comodidad con la que afrontan la vida, incluso ellos, inmersos en los misterios más viscerales de la Sombra, se toman el lujo de probar las mieles de una vida próspera en la próspera Lunargenta.

Para que negarlo, a mi también me gusta la buena vida. Me gusta dejarme caer en los mullidos almohadones de los reservados del Sagrario, y deleitarme con la hipocresía de los elfos que bajan a hurtadillas, embozados en sus capas caras teñidas de colores aun más caros, intentando no encogerse ni mostrarse temerosos ante el maestro brujo que disfruta como nadie de todo este circo y se debe embolsar unas interesantes ganancias. Me digo que de mayor quiero ser como él y rodearme de un séquito de seguidores que me hagan la pelota y que los nobles vengan a pedirme favores poco honorables y me miren sabiendo que de desearlo podría convertir su vida en una auténtica maldición. Me mirarían con miedo por la calle y se guardarían del desprecio que suelen mostrar en general.

- … es una mierda, Theron….

Vuelvo la mirada hacia el elfo que reposa a mi lado, que me mira con los ojos destellando a causa del efecto de la pipa de maná. Me pasa la boquilla y aspiro lentamente, notando como el cosquilleo en la lengua se extiende agradablemente por el resto de mi cuerpo. Las vaporosas cortinas se mueven en un vaiven lento e hipnótico al pasar Keyanomir, su súcubo pasea las puntas de los dedos por las cortinas y nos guiña un ojo. Me vuelvo a olvidar de Nymrodel hasta que se incorpora y fija la mirada en mi. Es un buen amigo, desde que Ysbald se largase a los reinos del Sur es el único amigo y solemos escabullirnos en este antro cuanto nos puede el hastío, lo cual en un iniciado de los Caballeros de Sangre como es él puede no ser del todo correcto.

- Llevo meses mandándole cartas anónimas. Le he visto leer algunas… se le encienden los ojos. Creo que nadie ha hecho nunca nada así con él.

- Díselo.

- ¿Y si me manda a la mierda?

- Al menos ya no te quedarán dudas.

Se deja caer sobre los cojines con un revoloteo de pelo rojo. Se ha quitado la pechera y los músculos de un cuerpo entrenado se dibujan bajo la camisa de algodón. Es un buen amigo, y un tio con el que podría hablar de muchas cosas y al que apenas le he contado nada de mi. Es el aprendiz de Kirathael, uno de mis hermanos del Ansereg y seguramente el más estirado y repelente de los Caballeros que he conocido en mi vida, no entiendo como Nymrodel puede haberse colado de esa manera de él, no entiendo por que se rie como un idiota cuando me cuenta cosas de él. A mi solo me produce rechazo, y creo que el sentimiento es mutuo a tenor del gesto desconfiado e inquisitivo que el Sagrado Caballero suele dirigirme.

- Tienes razón. Voy a ser valiente, tampoco voy a perder nada. Solo puedo ganar.

Se levanta de un salto y se peina con los dedos la larga cabellera. Le observo medio adormilado mientras se ajusta la malla al pecho y enfunda la espada, en su rostro juvenil se dibuja una sonrisa orgullosa y llena de seguridad.

- Ya te contaré.

Ni siquiera respondo, me hundo más en los almohadones y escucho el tintineo de su armadura cuando camina hacia la rampa de salida. Me imagino la cara de Kirathael cuando se le presente y se le declare y se me escapa una risilla empachada de vapor de maná. Preveo unos cuantos días de ebria solidaridad en honor a la depresión de Nymrodel.

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