miércoles, 7 de julio de 2010

¡Cuernos!

Me he quedado atrás. No oigo el chapoteo de los pies de Ydorn ni las órdenes que espeta secamente a sus esbirros. Realmente no oigo nada, tengo los sentidos taponados, me escuecen las fosas nasales con cada inspiración y me cuesta avanzar con la vista emborronada. La jaqueca de estas últimas semanas se ha convertido en una presión insoportable y tiende a atacarme en los momentos menos oportunos. Fuimos destinados a Nagrand por los arúspices, la hospitalidad de los orcos Mag’har se paga con creces con nuestro trabajo de campo en las forjas de la Legión vecinas a Garadar, ese es nuestro trabajo aquí, reconocer y señalizar, contabilizar las tropas y reconocer los efectivos. Nada mejor que dos brujos para tal menester a los que tampoco nadie echaría de menos si se los comiera el señor del foso de turno. Por que estas malditas forjas no son moco de pavo, los gan’arg trabajan a destajo en los cañones y los dispositivos de traslados de tropas, inspeccionados por los mo’arg que a su vez son coordinados por un señor de la forja, que en el último caso se trataba ni más ni menos que de un jodido eredar. No se por que hemos vuelto, pero hemos vuelto, debería pesar más nuestro instinto de conservación que ninguna recompensa moral o material, no es que tenga mejores cosas que hacer, pero preferiría estar agonizando con esta migraña infernal en un jergón de Garadar que en medio de una ciénaga contaminada por los residuos de una forja atestada de demonios.

Sigo sin saber donde coño está Ydorn, se me hunden los pies hasta el tobillo y me cuesta caminar, el aire se vuelve cada vez más corrosivo, cada bocanada me araña en los pulmones y se enreda en mi estómago con una nausea imparable. Cierro los dedos en el cieno, y me doy cuenta de que estoy vomitando con las manos perdidas bajo el agua pantanosa. Me está invadiendo, algo se ha desbordado ahí dentro, algo que no es mío y a lo que no puedo detener por más que lo intente o desee. El fuego asciende hasta mis ojos, el mundo se ha convertido en un resplandor líquido, ardiente, que me cerca en todas direcciones, me aprisiona y me abrasa. Oigo el crujido y sé que me estoy rompiendo, como si una garra imparable se me hundiese en el cráneo y fijase los dedos en los sesos. Estoy gritando… no lo haría de ser consciente, los demonios de la forja han debido volverse al unísono hacia la zona pantanosa. Y esa fuerza que tira de mi pechera y me eleva unos metros sobre el agua es demasiado grande para ser nada humanoide. Me retuerzo como una serpiente, intentando llevar aire a los pulmones como si acabase de nacer… el dolor es insoportable, pero sobre él destella con fuerza el instinto de supervivencia, y un instinto extraño y más soterrado, algo que no soy yo y me hace arder la piel con fuerza. Los enormes ojos del eredar me observan con sorna, se está riendo, me mira como lo haría con una rata. Su voz retumba en la forja cuando ordena volver al trabajo a los pequeños gan’arg que nos cercan inquietos y hambrientos. Ellos obedecen, y el demonio de piel carmesí se ríe mientras me eleva.

- Curioso espécimen. ¿Has venido a la charca a eclosionar?

He venido a la puta charca a reventar.

No soy capaz de decirlo, pero el demonio debe estar notándolo cuando el fuego estalla a mi alrededor, liberándose de mis propias entrañas, es un restallido violento de llamas glaucas y un cúmulo de sombras que se estrella contra el rostro del enorme demonio. El cieno amortigua el impacto cuando me suelta, y grito de furia dejando que el fuego siga consumiendo a mi alrededor, convirtiendo el agua en vapor y mi sangre en calor. Hasta que no queda más que la inconsciencia, de color verde jade y rojo sangre, y ascuas que se prenden y se apagan tras mis párpados.

- Hum… Esto es del todo fascinante.

Parpadeo. Me duele la cabeza, me pesa horrores todo el cuerpo y noto la piel tirante como si hubiese pasado dos días al sol de Tanaris. Enfoco la vista en el rostro sorprendido de Ydorn. La brisa de Nagrand es un bálsamo ahora mismo, a pesar del hambre atroz que me está retorciendo las entrañas, me relaja de alguna manera y me devuelve el ritmo constante de la respiración. Estamos bajo un abrigo de piedra, sobre la hierba tierna de uno de los cañones bajo Halaa, oigo el rumor del agua cerca… y no noto la presencia de ningún demonio. Ydorn adelanta una mano y me toca… es un tacto sordo en mi frente, como si me golpease el yelmo que no llevo… por que no lo llevo… y a pesar de eso me pesa demasiado la cabeza. Frunzo el ceño y me llevo las manos a la frente, y me golpeo los nudillos contra algo que antes no estaba ahí, una superficie alargada, ligeramente áspera como el marfil sin pulir.

- ¡Cuernos!.- Exclama mi maestro mientras se limpia el hollín de la cara.- Tienes cuernos.

Hay que joderse. Como si no me hubiese percatado ya.

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