miércoles, 7 de julio de 2010

Fuera de lugar

Las hogueras ardían, prendidas aquí y allá rodeando la estatua rota cuya base servía de muestrario improvisado de una multitud de clases de cerveza, tantas como no había visto nunca y probablemente ya había probado más de las que podía haber bebido en mi vida. La música de los violines y los flautines ahogaba las voces de los vendedores y el griterío de los juerguistas y de vez en cuando, la explosión de un petardo o unos cohetes que llenaban por un segundo la noche de colores vibrantes, hacían a los presentes alzar la voz y aplaudir. En la plaza había reunidas multitud de razas que habían ido llegando como grupos diferenciados y a medida que el alcohol corría habían ido mezclándose, los habitantes de Azeroth intentaban aprovechar al máximo los escasos momentos de paz que podían inventarse con más o menos éxito, y rendir culto a la cerveza era una buena excusa para acabar cantando borrachos, sin más preocupaciones que el lugar donde hayas dejado tu jarra. Aquella fiesta no hubiese tenido nada fuera de lo común en cualquier lugar… pero nos encontrábamos en el patio en ruinas de la antigua Lordaeron, festejando sobre la ciudad subterranea de los muertos cuyos guardas, apostados a las entradas, observaban sin inmutarse el ir y venir de los vivos, embriagados por el zumo fermentado. Algunos de ellos se unían al festejo, tocaban instrumentos y reían con sus extrañas voces, otros se limitaban a observar, de camino a la ciudad, con miradas inquisitivas e incluso molestas.
En cualquier caso, nadie se fijaba demasiado en la condición de nadie, yo mismo llevaba horas hablando con un trol, hasta que me di cuenta de pronto de que no entendía una palabra de lo que me decía. El mundo llevaba un buen rato dando vueltas en un vaivén suave, y no sabía si estaba sentado o acaso me movía alrededor de la hoguera. En un momento dejé caer la cabeza sobre algo suave y cálido, como uno de esos felpudos de pelaje largo que visten las alcobas en invierno, sentí la tentación de dormirme, pero una voz femenina, gruesa y que arrastraba las palabras como si le costasen la vida, me sobresaltó, haciéndome levantar la cabeza repentinamente.

- ¿Los has visto, elfo?… están por todas partes, creo que planean algo malo. – Fijé la mirada en el rostro de facciones animales, se me emborronaron las manchas blancas de su pelaje, pero podía ver el brillo inquieto en aquellos ojos negros y redondos, que se hundían tras el hocico rosado. Se me antojó estar hablando con un peluche enorme. – Elekks… Elekks rosas… pícaros, los han traido los draeneis.

- Yo no veo draeneis… señorita. – Vocalicé lo mejor que pude. Señaló con su pezuña hacia las escalinatas y yo intenté ver algo más allá del resplandor trémulo de la hoguera. Uno de sus enormes brazos me rodeó los hombros y me estrujó contra ella.

- No te preocupes, elfo, vamos a arreglar esto. – Dijo en un tono maternal, mientras se levantaba y prácticamente me arrastraba con ella. – Debemos ser cautos y no alzar la voz. Hablaremos con la Reina de los muertos, y ella sabrá que hacer.

Nos tambaleamos peligrosamente en dirección a las puertas de la ciudad, mientras yo intentaba atisbar a los extraños seres de los que hablaba la tauren, sin preocuparme de que su caminar inestable pudiera provocar una caida de la que seguramente yo no saliese vivo. Se me aceleró el corazón cuando algo rosado pasó por nuestro lado a toda prisa, levantando el polvo que reposaba en el suelo, y me pegué a mi protectora esperando que uno de esos Elekks no me envistiese saliendo de la nada… en aquel momento todo aquello me parecía muy lógico.

- ¿Cree que también estarán en la ciudad, señorita? . – Pregunté, atento a los rincones oscuros de los pasillos y las salas por las que nos desplazábamos como si fuerzas extrañas tirasen a ambos lados de nosotros y nos obligasen a caminar de un lado a otro. Pudimos salvar sanos y salvos los pasillos inclinados que desbocaban en los elevadores y milagrosamente no morir aplastados por las puertas de estos terribles asesinos. Mi compañera se puso a disertar sobre la necesidad de combatir a un ejercito de tamaña envergadura, que seguro que aprovecharía la guerra con la Legión para invadirnos a todos, comerse a los demonios y continuar con nosotros. Todo el mundo sabe que los Elekks traman algo malo… y empecé a sentirme inquieto con aquello, me encontraba pensando en como sería rendirle pleitesia a un paquidermo y lo tremendamente vergonzoso que resultaría cuando un fuerte golpe me hizo caer hacia atrás y chocar contra el suelo.

- Siempre haces lo mismo, no tienes ni un minuto para estar tranquilo y quedarte conmigo..

Abrí los ojos y vi la inmensa mole embutida en metal contra la que me habíaa chocado, que tan siquiera parecía consciente de haber sido atropellado por un beodo, y gesticulaba con un gesto cansado, en medio de lo que parecía una discusión. Me levanté, me sacudí la toga mugrienta en un gesto absurdo, y le sacudí la hombrera en un gesto aún más absurdo, por si le había manchado las relucientes placas. El elfo hizo un gesto como si espantase algún insecto que le revolotease cerca de la oreja.

- No puedo eludir mis responsabilidades, Eliannor. Cuando vuelva hablaremos, y tendremos todo el tiempo que desees para pasarlo juntos.

No sé por que ambos se volvieron hacia mi, pero la mirada del elfo de cabello plateado me taladró y levantó un dedo ante mi, que casi volví a caer al recular de no ser por que la tauren me sostuvo y tiró de mi.

- ¿Quien te ha dado vela en este entierro?

- Déjale, Iradiel, vete a hacer lo que tengas que hacer. Solo es un borracho.

La elfa de cabello blanco se remangó la toga y se dio la vuelta, bajando la rampa hacia el banco con un gesto disgustado, mientras el elfo se ajustaba las armas relucientes al cinto. Me dio por reirme mientras la tauren me arrastraba rampa abajo y su mirada volvió a fijarse en mi como un puñal certero. Me callé, centrándome en mi papel de elfo salvador del mundo conocido, apoyandome en mi compañera de armas, que olía a pasto fresco y cerveza rancia. Los dos estabamos henchidos de determinación, avanzabamos con lo que pensabamos era paso firme y nos plantamos ante los guardas que se apostaban en la entrada al barrio real. Carraspeé, era mi momento, tenía que resultar convincente.

- Señores, el mundo está en ple… riglo.- Sin duda, eso debería haber sido convincente. Pero me miraron raro desde debajo de sus yelmos. Entonces continuó mi compañera.

- Los elekks rosas planean conquistarnos desde dentro, tenemos que avisar a la reina ¡es vital!

Los habíamos convencido, ahora su deber era acompañarnos ante la reina, donde hablariamos sobre el malvado plan de los paquidermos y asi, con las fuerzas armadas sobre aviso, habríamos salvado Azeroth y nos colmarían de alabanzas y fortuna. Aquella idea dejó de parecerme fantástica cuando desperté en uno de los escalones de los canales, oliendo a perro muerto y con un tremendo dolor de cabeza, fruto de una contusión de origen desconocido. Mientras me arrastraba de vuelta a mi cubil, esperando que mi Maestro no me encontrase en ese estado, me pregunté que habría sido de mi compañera tauren… y por alguna razón volvío a mi la imagen de la elfa de cabellos blancos y expresión triste, como un recuerdo difícil de encajar en el ambiente oscuro de la ciudad. Tenía un largo día de resaca por delante para dilucidar donde la había visto y en que condiciones y días de fiesta etílica para refrescarme la memoria entre otras cosas.

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