miércoles, 7 de julio de 2010

La Espiral Descendente: Gratitud III

- Mostrándoos lo que he aprendido… maestro.

Mi voz se ha vuelto sibilina. Tal vez ha sido el estremecimiento de ver el repentino terror en sus ojos, cuando sus manos se engarrotan y se arquea en una convulsión tras recibir el beso envenenado. Sonrío, y me deleito en un su sufrimiento un instante. La súcubo de alas violáceas ha intentado saltar hacia nosotros, el restallido del látigo de Vilanda la ha detenido… pero no estoy prestándole atención a ellas, sé que mi súcubo es capaz de controlar la situación ahí detrás. Estoy apretando demasiado la mano que aun sostengo, mientras busco la daga demudando la expresión en una máscara cruel… el fuego comienza a arder mientras se libera… se extiende por mis venas.

-… lo supe… desde que entraste.- Se esfuerza en hablar, entre jadeos, luchando por respirar.- Piénsalo… ¿Y si… la maldición… no desaparece nunca?

Ladeo la cabeza, le observo con los ojos imbuidos de un brillo furioso, como un depredador al que un movimiento ha llamado la atención, y salto sobre él, sentándome a horcajadas sobre sus piernas, apretando las rodillas contra los muslos del orco. Hago pendular la daga ante sus ojos.

- No le escuches.- La voz de Suzanne suena cargada de veneno, a mis espaldas.- Mátalo. Es un hilo del conjuro, sin él se debilitará.

- ¿Crees que el hecho de que vivas o mueras podría cambiar eso?- Ignoro la voz de Suzanne, quiero disfrutar con esto. Las venas se dibujan bajo la piel de su rostro, oscuras como la sombra que está corroyéndole las entrañas.

- Tal vez… sé cosas que… tu no sabes…

- No me importa… maestro.- Enfatizo la última palabra, cargándola de veneno mientras le agarro del mentón. Él aprieta los dientes con fuerza, poniendo la mirada en blanco un instante. – Intentaste manipularme… esa lengua casi hace que me postre a tus pies como el resto de tus estúpidos seguidores. Abre la boca.

- ¿Cuántas… veces te has sentido… parte de algo?.- Es admirable su esfuerzo, la agonía es intensa, noto su tensión debajo de mi, está temblando, contrayéndose.- ¿Cuántas veces… han intentado ayudarte? Dime si… cuanto estuviste aquí… no te sentiste tu mismo. – Un hilillo negro resbala entre sus labios.- Y dime… si fui yo o… fuiste… tú.

- Mátalo… ¡Mátalo!

-¡Abre la boca!- Convulsiona, un borbotón de ese líquido negro vuelve a surgir. Le abro la boca en un movimiento violento y tiro de su lengua, posando el filo de la daga sobre ella. Sigue convulsionando mientras cerceno, cerca de la muerte, no se si es consciente, tampoco me importa, no voy a dejarle ir tan fácilmente. – Vas a tener mucho tiempo para pensar en esto.

- No tengas piedad de él.- Suzanne me pasa un brazo alrededor de la cintura y apoya el mentón en mi hombro, observando al orco mientras me susurra.- Le he visto sacrificar niños. Descuartizar a criaturas inocentes, arrancar fetos de los vientres de sus madres para sus rituales. Haz que le duela… todo será poco.

- La muerte no es suficiente… maestro. Veremos si aun te queda un resquicio de alma.

He amputado su lengua venenosa, me desharé de ella como es debido, pero esto no es suficiente, su vida se apaga ante nuestros ojos, entre estertores y gruñidos ahogados en su propia sangre infectada por la maldición. Coloco las manos en su pecho y musito, el orco parece recuperar un atisbo de conciencia al reconocer las palabras del hechizo, y grita en un gorgoteo sanguinolento, incapaz de resistirse. Creo que estoy excitado, la sombra crepita en la punta de mis dedos, se cristaliza en la palma de mis manos, atrapando su esencia, su alma corrupta y miserable.

- Primero él… luego los demás.

La pálida súcubo del brujo aparece arrastrándose de detrás de un biombo, ensangrentada, grita en infernal intentando detener el ataque, cuando la pezuña de Vilanda se estrella en su cabeza y la aplasta contra el suelo, mirándome después, satisfecha. Dejo escapar un jadeo y aprieto los dientes cuando el cuerpo del orco se queda rígido debajo de mi y la piedra de alma arde al contacto, con el brillo furioso de una consciencia atrapada.

-Alguien debió haberlo hecho hace tiempo… haces justicia. –Me llevo el filo de la daga a la boca, lamiéndolo con un gesto que roza la lujuria. Las manos de Suzanne me recorren el pecho, que se agita con la respiración desbocada. Me siento henchido de una fuerza que no creía poseer, que muerde en las venas y se revuelve en mi interior con el latigueo de una serpiente. No es suficiente.- Solo has empezado… ahí afuera hay un hormiguero… esperando a ser aplastado… mátalos… limpia este veneno… hazles saber lo insignificantes que son… ¡Hazlo!

Me vuelvo y la agarro con fuerza mientras hundo la lengua impregnada de sangre en su boca, me enredo en ella unos instantes, sintiendo la fiebre aumentar y amenazar con consumirme. Están golpeando la puerta, la oigo crujir y ceder y entonces los gritos de los acólitos, las maldiciones en eredun de los demonios. Suelto a la elfa, y basta un deseo para que el fuego que se revuelve en mis entrañas sea liberado con toda la fuerza de su rabia. Pronto está lamiendo el mobiliario y alcanzando togas y carne. Vilanda patea el suelo y se lanza al ataque a latigazos y coces de sus poderosas piernas. No nos van a detener, no pueden detenernos, no ahora que la sombra silba a mi alrededor, no me hiere, me alimenta, su mordisco frío se acumula en mi interior, y es escupido de vuelta con una virulencia implacable, reventando en el interior de los acólitos que nos salen al paso mientras ascendemos sin detenernos, a golpe de látigo, fuego y sombras.

Cuando alcanzamos el piso superior la sangre ya impregna mi toga, gotea desde la daga que sigue hambrienta y cuando Vilanda abre la puerta de una de las salas de una coz, me tomo unos segundos para relajarme y quedarme con los matices de la mirada de la orca que se vuelve sobresaltada y nos mira con un repentino terror brillándole en los hermosos ojos. Es hermosa, si, y está semidesnuda, su piel resplandece en un tono glauco, sudorosa, y las manos de los orcos que la flanquean han quedado petrificadas en su cuerpo unos instantes, antes de que su intento de huida se vea cortado por Vilanda, les oigo gritar a mis espaldas mientras me acerco a la orca que se pone en pie precipitadamente.

- ¿Nos esperabas?

- N… por favor…- Gime, y cae de rodillas. Me acerco, jugueteando con la daga manchada entre las manos, mi voz es un susurro casi dulce.

- No tengas miedo. Venimos a liberarte.

- Tu eres uno de nosotros… quédate… podrías guiarnos… podrías… juntos podríamos hacer tantas cosas…

- Que estupenda idea…- Murmuro, arrodillándome ante ella y tomando sus cabellos, agarrándolos con suavidad en su nuca. Sus labios son apetitosos, los olfateo, acercándome a su boca al hablar.- Llevar a la Legión a la victoria…

- Acéptanos… sé nuestro Maestro… – Cierra los ojos con fuerza y se aferra a mi túnica, cerrando los puños.- Guíanos… te has mostrado merecedor…

- Aun soy dueño de mi alma.

La sangre resbala desde su boca cuando hundo la daga en su estómago. Recuerdo el proceder, y doy un tirón hacia arriba, provocándole un grito que se ahoga en el gorgoteo de la sangre que mana entre sus labios. Suzanne se arrodilla a mi lado, su mirada vuelve a estar transida, se abalanza sobre la orca y pega los labios a su boca aun caliente, oigo el ruido de la deglución cuando traga la sangre con un gesto abandonado y hambriento. Le aparto el pelo del rostro, y la observo unos instantes antes de que deje caer el cuerpo y sea yo el que me abalance sobre ella.

El aroma de la sangre y la carne quemada atiborra el ambiente. Aun no hemos terminado… aun tenemos que festejar, sellar los rituales como es merecido, conduciéndonos a la cresta de la ola hasta perder el sentido. Mi maestro merece que le honremos como es debido… le siento revolverse atrapado en las sombras, seguro que es de puro goce.

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