miércoles, 7 de julio de 2010

La verdad

La primera vez que pisé Shattrath recuerdo haberme asombrado por las imponentes ruinas sobre las que habían podido reconstruir una ciudad, un baluarte de la Luz que se mantenía inamovible en medio de un mundo que cada día estaba más próximo a su completa desintegración. Es como el punto que mantiene unido lo poco que queda, alrededor del que gira la vida en este terruño perdido en el espacio. Y en el corazón del corazón de lo que queda de Draenor, gira y canta el que parece ser el culpable de que siga existiendo lucha y vida en lo que debería ser un erial arrasado por los demonios. A’dal levita en el centro de la sala. No sé como puedo saberlo, pero sé que es consciente de los pensamientos de todos los que nos sentamos a su alrededor, su extraña canción hilvana un tejido invisible del que él es una especie de centro y productor. Los primeros días fui incapaz de abstraerme de su presencia, de la fascinación que había despertado en mi la música inaudible de los fragmentos de cristal que lo componían, era capaz de no pensar en nada, de simplemente escucharle y sentirme arropado por una calma nacida de un vacío total de pensamientos. A veces creía que me observaba con curiosidad, como esperando que formulase una pregunta que nunca llegaba a formarse en mis pensamientos. Hasta este momento me había resultado de alguna manera cercano y cálido.

Me doy la vuelta y salgo del bancal de la Luz, dejando atrás la canción que se antoja ajena, los cristales tintinean como una risita que suena burlona a mis oídos. No consigo el consuelo que otras veces me ha brindado, no tengo su bendición y su presencia me resulta frustrante. Hay lugares donde no llega la luz. Me arrebujo en la capa cuando un nuevo acceso de frio me hace contraerme. Dagpit corretea hacia mi cuando alcanzo el tunel de acceso al Bajo Arrabal, donde se había quedado esperando, me sigue en silencio, ha visto en mi cara que no estoy de humor y los diablillos suelen ser irritantes, pero no tienen una pizca de idiotas. Cuando entro en la posada del Fin del Mundo me recibe el vocerío de los parroquianos, una amalgama de razas que difícilmente podrían convivir si no fuera por el efecto pacificador del alcohol y del Draenei y el Sin’dorei que discuten a un lado de la sala, con las armas prestas a terminar con cualquier trifulca a la manera tradicional. Me dejo caer en una de las sillas, y cuando la camarera pelirroja se me acerca ni siquira tengo que pedirle, deja la jarra de bourbon ante mi y me sonríe, volviendo a sus quehaceres con un gracioso contoneo de caderas. Va a ser una tarde larga, me digo, mientras doy un largo sorbo al líquido que ya me sabe a agua. El naaru sigue riéndose con su canción… que le jodan, ellos tienen luz, yo tengo bourbon.

No importa cuantas jarras pueda meterme entre pecho y espalda. No soy capaz de ver con nitidez nada, y la Draenei que baila sobre el escenario solo es un borrón azulado que serpentea ante mi mirada, no soy capaz de pensar con claridad, pero el recuerdo de la noche anterior se repite sometiéndome a una tortura lenta y metódica, teñida por la nausea del alcohol.

- Siéntate y déjame verte.
- No es nada, me he sobreesforzado en la ciudadela… mañana estaré como nuevo.
- Estás ardiendo, Theron, y ese color de cara no es nada saludable. – Se me acerca y le aparto la mano con un movimiento brusco cuando intenta colocarla sobre mi hombro. Iradiel me mira con un gesto de advertencia.- No voy a hacerte daño, no seas imbécil.
- Theron, por favor… Iradiel puede ayudarte, déjale que te eche un vistazo.
- Dejadme descansar. Ya os he dicho que no es nad…
Me ha empujado contra el diván y me está clavando la rodilla en el pecho. Sus manos arden en mi frente y en mi nuca, la Luz se libera como un latigazo que cruzase todo mi cuerpo… me está desnudando, se está colando en mis entrañas y está rompiendo mis muros, estoy indefenso ante ella, por más que gruña y me revuelva e intente rechazarla. Me está mirando, me está observando… y sabe la maldita verdad. Iradiel se me ha quedado mirando con esos ojos espantados que temía ver, durante una fracción de segundo, hay confusión en ellos y cuando me suelta y se yergue pasándose la mano sobre el rostro, sé que sabe la verdad.
- No puede ser… deberías estar muerto.
- ¿Que pasa, Iradiel, que has visto?
Eliannor le agarra del brazo, apremiante y el niega con la cabeza, mirándome. Joder, no quiero tu piedad, no quiero que me mires así.
- Es Plaga…
- ¿QUE?.- La elfa se lleva las manos a la boca y niega con la cabeza, reculando, en ella si veo el miedo, lo huelo, y es como un puñal helado en el corazón.- No… no es posible… yo… Theron… no es plaga… ¿Verdad? No puede serlo, tu no… no podrías…
-… el… el vil ha impedido que se desarrolle… por eso siempre… siempre tengo cerca a uno de mis demonios.
- ¡Hijo de puta!
Se le rompe la voz, me mira con los ojos anegados en lágrimas, con miedo y rabia, y sale corriendo dejando tras de si un revuelo de cortinajes. No puedo respirar, me arden los ojos. Iradiel me mira con expresión incrédula… y esa mierda de compasión fulgurándole en el fondo de la mirada. Yo no te pedí que lo hicieras, joder, no tenías por que mirar.
- Encontraremos una solución, Theron.


Me da la risa. Suena ebria y resbaladiza. La draenei sigue ahí, y la musquilla burlona de A’dal colándose por todos los lados. No podéis hacer nada… solo ser testigos y desnudarme, y apiadaros como si lo necesitase. Si… soy un hijo de puta, un cabrón que oculta las debilidades que podrían hundirnos a todos. Me da igual.

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