miércoles, 7 de julio de 2010

¿Castigo?

La fuerza del tauren me impele hacia atrás y me golpeo contra la pared de arenisca de la torre de vuelo de Orgrimmar. Ravenheart no ha mediado palabra, me ha saludado con el golpe seco de sus pezuñas contra mi pecho, intento hablar con la respiración detenida por el golpe y apenas consigo jadear.

- ¿Qué le has hecho a Xenafte?

Niego con la cabeza. No le tengo miedo y el dolor solo despierta rabia. ¿Cómo se ha atrevido a tocarme?. Sus manos me sostienen con fuerza contra el muro, aprieto los dientes reprimiendo la maldición que se dibuja clara en mi cabeza.

- ¡¿Qué le has hecho, brujo?!
- ¡Suéltame!

Me revuelvo y solo consigo que sus manos me aprieten más. Su aliento caliente me golpea la cara, tiene el pelo erizado en las crines y los ojos le brillan de furia. No me cuesta imaginarme atravesado por esos enormes cuernos negros. Pero no le tengo miedo, y cuando hablo lo hago con toda la tranquilidad de que soy capaz.

- Xenafte aceptó ayudarnos… las cosas no salieron como pensábamos, no fue culpa mía.
- No sé que es lo que habéis hecho, pero está destrozada, y se ha sometido al juicio del consejo de ancianos de Cima del Trueno.- Dice entre dientes, apretándome con más fuerza- Te aprovechaste de la confianza de un hermano y la has traicionado, era tu responsabilidad.

Sus palabras se me enredan en el estómago, aprieto los dientes con fuerza, me duele más la conciencia que el golpe que pretende asestarme. Me debato, se diluyen en mi cabeza las fórmulas de defensa, las palabras que le arrancarían de mi sollozando de miedo, inexplicablemente, solo me debato inútilmente.

- ¡Basta!- La voz grave e imperativa de Iradiel desvía el golpe hacia la pared, una llovizna de gravilla se esparce sobre mi hombro, donde el puño de Ravenheart ha quedado incrustado en la arenisca. Resopla, mirándome con rabia.- Suéltale, Raven, y déjanos solos.

- No vuelvas a dirigirte a mi o a ella como un hermano. No te has comportado como tal. No lo eres ni lo serás jamás.

Me suelta y golpea el suelo con las pezuñas antes de darse la vuelta e inclinarse ante Iradiel. Resbalo hasta el suelo, apoyando la cabeza en la pared y frotándome el rostro con las manos, cuando levanto la mirada hacia Iradiel, solo está él, y la vuelvo a bajar, profundamente avergonzado ante su presencia. Odio que me mire así, me hace sentir pequeño e idiota y me basta con sentirme lo segundo.

-¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué he tenido que enterarme por Xenafte, Theron? Podría haberos ayudado, Nymrodel también era amigo mío. Y me has mantenido al margen.

Me muerdo los labios, el sabor metálico de la sangre me inunda la boca. Me duele la garganta y se me hace difícil hablar, me duele, es como una soga en el cuello.

- Pensé… que te enfurecería.- Me arranco las palabras.- Que no estarías de acuerdo.

Alza una ceja y me mira, incrédulo.

- Habría hecho lo que hubiese hecho falta para liberarle, Theron. Pero escogiste la peor de las opciones, me mantuviste al margen. Quiero que me cuentes que has hecho… que habéis hecho, y por que Xenafte ni siquiera ha podido contármelo.

Aprieto la cabeza contra la pared mientras tomo aire. El nudo sigue ahí, y me obliga a hablar con voz queda y susurrante cuando comienzo a desglosar lo sucedido, ahorrándome profundizar en la procedencia de los libros que trajo Suzanne para ayudarnos. Le hablo del guerrero Sunfury ahogado, del elfo que trajo Elriel, de cómo sacrificamos a un inocente por salvar a nuestro amigo. Me escucha en silencio, y cuando termino me encojo sobre mi mismo, sobre el dolor que se está agazapando en mi vientre, espero la represalia, espero que termine lo que Ravenheart empezó, pero no lo hace, y el dolor sigue ahí, esperando un exorcismo que no se produce.

-Arregla las cosas con Ravenheart. Arregla las cosas con Xenafte. Y no vuelvas a ocultarme nada ¿entendido?.

Asiento en silencio. Su mirada me taladra, decepcionada y apenada, pero se mantiene erguido y digno, embutido en su armadura oscura. Siento ganas de insultarle, de mandarle al demonio y empujarle a cumplir con su maldito trabajo. Pero permanezco en silencio, y me quedo solo con él cuando el Fénix de sangre se da la vuelta y se aleja con pasos seguros.

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