miércoles, 7 de julio de 2010

Juicio

Sigo al Vindicador con un nudo en la garganta. Hemos coincidido en el patio en ruinas de Lordaeron, Suzanne estaba hablando con él y su mirada me ha golpeado como el viento helado en el rostro, se me ha cerrado una garra incómoda en el estómago y a medida que nos alejamos de la ciudad la inquietud se revuelve como un animal asustadizo en mi interior. Suzanne está a mi lado, y me sonríe con un gesto tranquilizador, la miro con desconfianza, preguntándome si habrá sido capaz de traicionarme. Llevo tiempo esquivándole, por que los secretos son cada vez más pesados, por que a veces siento que el solo hecho de mirarle me delata, que debe haber algo en mis ojos que le cuente absolutamente todo… cada vez que le he sido desleal, cada pensamiento que he destilado con enfermizo odio hacia él.

Trago saliva. Lo sabe todo, por eso nos adentramos en el bosque, más allá de los claros que delatan nuestro caminar silencioso. Lo sabe todo, y en medio de este bosque cubierto por las brumas de la putrefacción, nadie me va a encontrar en años… si es que alguien lo hace. Miro a mi alrededor y un impulso por salir corriendo se apaga ante una estúpida esperanza por el diálogo, y sigo en silencio, embozado en la capucha, a la estela roja y negra que es el Fénix de Sangre, mientras voy desgranando todos los argumentos para mis adentros. Cuando se detiene y vuelve la mirada, la frialdad en sus ojos se me contagia a la sangre, vuelvo a sentirme pequeño y juzgado bajo esa mirada severa y ese ceño fruncido con decepción.

- ¿Cuándo ha sucedido?- Su voz se abre paso como los truenos entre las nubes, destella como el rayo. Trago saliva.

- ¿Cuándo…?. – Le miro sin entender, reordenando en mi memoria todos los hechos que debo recordar como condenatorios. Sé que me tiembla la voz, y aunque intente mantenerme estoico es su garra la que me está atenazando las entrañas.

- No seas duro con él, querido. Seguro que tiene una explicación.- La voz empalagosa de Suzanne, como si le hablase a un león a punto de saltar a por su presa.

- Esos cuernos. ¿Cuándo te han salido?.

Tomo aire y la garra se afloja solo un poco. Hace semanas que visto estas marcas, mis propios hermanos se han reído de la teatralidad que solemos hacer gala los brujos, disfrazándonos como si pudiéramos dar más miedo por colgarnos huesos y ponernos postizos. Si… yo también me he reído mucho, pero ahora mismo no siento ningún deseo de hacerlo.

- Son… no son de verdad, señor… – Debería haber hablado más alto, no debería temblarme la voz. Le maldigo para mis adentros, por que nunca puedo fingir ante él.- Son solo… atrezo, los brujos de Alterac me los dieron.

- Quítatelos.

Trago saliva. Niego con la cabeza. Creo que he palidecido. Me siento torpe como un niño pillado infraganti en una travesura, intentando dar explicación a algo que solo a mi pertenece y a nadie importa.

- No puedo.
- Oh… Iradiel, no seas desconfiado. Son objetos mágicos, ya sabes como son los brujos, les encanta la espectacularidad, y esos trastos suelen ligarse. ¿Verdad, Solámbar?. Estás siendo injusto con el chico.

Ni siquiera dirige una mirada a su madrastra cuando esta habla. Doy un respingo y me tenso por completo cuando escucho el acero de su espada murmurar, y un calor abrasador me sube al rostro cuando adelanta el filo y veo la punta afilada ante mis ojos.

- Me irrita que me subestiméis de esta manera. – El acero tintinea al chocar contra el marfil, noto el golpe suave y sordo en mi frente. Y me sorprendo conteniendo la respiración. Su voz fría no me tranquiliza. – Así que dejad de intentar camuflar lo obvio.

- Señor, no s…

- Son marcas de vil. – Dice despacio, y su mirada me taladra, se ensarta en mi con más precisión de la que en un momento y otro lo hará su filo.- ¿Verdad?.

Asiento. Un acceso de bilis amarga me inunda la boca. Suzanne ha cogido a Iradiel por el brazo e intenta infructuosamente que baje el arma, murmurándole con ese tono tranquilizador de madre que intenta mediar en una pelea entre hermanos.

- Escúchame bien, Solámbar, por que no voy a repetirlo nunca más.- Despacio, calmado, frio. Peligroso.- Una sola marca más de corrupción… una sola mácula más y me desharé de ti como se hace con las malas hierbas. ¿Entendido?.

Le miro a los ojos y asiento, me muerde el fuego en las venas. Me siento ultrajado de pronto, como si me hubiera desnudado a la fuerza y ahora me juzgase desde una ignorancia supina. La ira va soterrando la vergüenza y la culpabilidad, vuelvo a odiarle por su infalibilidad, por su maldita piel limpia y por la ligereza con la que me sentencia.

- Una marca más y te mataré, Solámbar. No vuelvas a mentirme.

Baja la espada y aparta de un manotazo la mano de su madrastra de su brazo. Cierro los puños y bajo la mirada. Le oigo alejarse con paso tranquilo, y unos segundos más tarde el fantasmagórico relincho de su montura nos llega en ecos. Suzanne me baja la capucha y me observa.

- No pueden entenderlo, joven maestro. – Murmura. La apartó de mi y le doy la espalda al adentrarme en el bosque. Quiero perderles de vista, a todos. Aun escucho esa voz empalagosa mientras me alejo.- Estáis creciendo.

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