miércoles, 14 de julio de 2010

El regalo de Nashidra

Siempre bajamos al submundo para las cosas de las que luego no solemos hablar. El Sagrario es un agujero bajo tierra, forrado de telas caras e iluminado como un prostíbulo, predispone el ánimo a la ilegalidad y al conciliábulo, aquí se me han pagado de diversas maneras los más inconfesables favores a señores y siervos… y también cortesanas. Me resulta muy extraño que sea Eliannor la que tira de mi manga con insistencia, cuchicheando mientras descendemos por la rampa a toda prisa seguidos por la fría presencia de Nashidra cuyas ojeras hacen juego con la toga morada que la cubre hasta el cuello.

- Nashidra tiene que pedirte algo… ya es hora de que espabile.

- Tiene boca para pedirlo por ella misma.

La maga se cruza de brazos y mira a Eliannor de reojo. Lleva la cabellera leonina recogida con una cinta oscura, está pálida y veo en ella un ligero reflejo de mi mismo en estos últimos días.

- Quiero que encierres en una de esas piedras al demonio que habita en mí.

No es que no lo hubiese notado, basta mirarle a la cara para saber que algo no funciona ahí dentro. Nashidra siempre ha tenido una presencia un tanto inquietante pero nunca ha acabado por convencerme su olor… no huele a demonio, o al menos, a un demonio normal.

- No preguntes.- Dice cuando me ve abrir la boca.- Es una historia larga y no te interesa.

Es cierto, no me interesa como ha acabado eso ahí.

- Haré esto por que eres amiga de Eliannor, lo que me pides es algo complicado… por lo que me conformaré con quedarme con esa esencia que te acompaña.

Eliannor sonríe y se acerca para besarle la mejilla. Me aprieta la mano y me da las gracias en un susurro. Lo cierto es que no me tomaría ninguna molestia de no considerar esa extraña presencia de valor para mi. Eliannor me habló de los problemas de personalidad de esta mujer, yo los he sufrido en alguna ocasión, sea lo que sea lo que habita en algún rincón de sus mientes le retuerce la conciencia sutilmente, hasta el extremo de haberla llevado a perder los papeles en alguna ocasión. Y si mi intuición no anda errada ese ser debe agotarla con la constante demanda de energías arcanas para su sustento.Puede que al fin y al cabo si sea digno de interés como demonios ha acabado eso ahí dentro.

La sala está en penumbra, apenas hay movimiento tras los cortinajes de algún reservado, que se agitan perezosamente. El orbe que refulge en el centro de la sala nos tiñe el rostro de verde y enciende aún más nuestras miradas. Indico a la maga que se siente mientras Eliannor se retuerce las mangas de la toga tras de mi.

- Nash… es lo mejor para ti. Esa cosa no te deja olvidar, no te deja ser tu misma y ya es hora de que vivas. Las cosas pueden ir bien.

La maga responde a los ánimos de Eliannor con un breve gruñido, mirándome de reojo al sentarse en uno de los enormes almohadones que rodean el orbe. Creo que jamás la he visto sonreír, pero entiendo que ahora no lo haga, nos une un sentimiento de apatía y tristeza común. Ella ha perdido a su amante, yo he perdido a mi hermano. Le levanto los párpados sin contemplaciones y cierro las manos en su cabeza, presionando con los pulgares en sus sienes.

- No hagas el paripé. Sé rápido o acabaré por arrepentirme… al menos este bicho me hace compañía.

- Déjame trabajar, no vaya a confundirte con el demonio.

Me concentro. No me resulta difícil, tan siquiera en presencia de nadie. El rumor de la energía que desprende el orbe suspendido en el centro de la sala me ayuda, de alguna manera hace más evidente esa presencia agazapada a mis sentidos. He fijado las yemas de los dedos entre los cabellos de la maga y presiono con firmeza al reconocer al ser que se retuerce en su interior. Oigo a Eliannor contener la respiración tras de mi cuando mi voz suena en un susurro imperante, con el acento retorcido del Eredun, siempre suena diferente cuando utilizo el idioma de los demonios, siento las palabras enroscarse en mi lengua y deslizarse en mi interior con su caricia ominosa. Siempre me ha resultado agradable.

- Shi x ze. ¡Ul mannor!

La elfa se tensa, sus manos se cierran en mis muñecas con fuerza. Gruñe y se revuelve, pero no me aparta. La energía se retuerce a su alrededor y se condensa, chisporretea y descarga la electricidad en forma de arcos azulados que comienzan a envolverme las manos. No me dejo impresionar, sigo repitiendo para mis adentros la fórmula, con la cadencia impositiva que uso con cualquiera de mis invocaciones.

Ven a mi. Te invoco. Ven a mi.

- ¡No quiere irse!

- Nash… ¡Suéltalo!. ¡Tienes que despacharlo tu!.- Oigo a Eliannor gritarle.

Tengo la sensación de tener las manos cerradas sobre la cabeza de un enorme reptil que se debate bajo la presa de mis dedos. Latiguea de un lado a otro y se resiste a mi contacto, pero tengo los dedos clavados en su testa y estoy tirando hacia mi. Siento la sangre fluir en las venas, fría como la sombra que despierta y se retuerce, enredándose en esa presencia, en el interior de Nashidra, que ahoga el llanto con los dientes apretados. Nadie dijo que fuera a ser indoloro.

- ¡Vete! ¡Agh, basta!

No basta. La red se va tejiendo en su interior, zarcillos tan fríos que abrasan por donde reptan, se cierran alrededor de la energía que se agota, tejiéndose con precisión. Mi voz marca el camino con el continuo recitar, le oigo gritar como se oyen los pensamientos, tras mis tímpanos, vertiendo en mi mente toda clase de imágenes terribles, de venganzas sangrantes y amargas. Ya les conozco, no me da miedo, y tiro con fuerza, tiro de las manos de Nashidra, tiro de mis hilos oscuros y de la energía que crepita y lucha por no ser absorbida. El frío mordiente se condensa en las palmas de mis manos, esa consciencia alienígena fluye hacia mi, constante, parece que no vaya a agotarse jamás. Oigo el primer cristal rebotar contra el suelo, Eliannor lo mira sin atreverse a recogerlo y entre mis manos siento la dureza de otra gema imposible, formada por el tejido en el que encierro a nuestro amigo, que deja de gritar en el interior de mi cráneo cuando al fin la energía deja de crepitar y Nashidra se deja caer sobre el almohadón, resollando y sudorosa. Eliannor se acerca y la abraza, la oigo sollozar al sentarme en el suelo y coger las gemas en las que ha quedado recluido el demonio. Destellan con una intensidad furiosa, las guardo mientras me arrastro a uno de los almohadones y me dejo caer en él.

Es curioso como actúa el destino, poniéndote en las manos lo que necesitas para dar el siguiente paso.

martes, 13 de julio de 2010

Vacío II

"Me dormí con el olor del cuero impregnado en sus cabellos cosquilleándome en la nariz, abrazado a él como un crío se abraza a su hermano en una noche oscura. Su presencia siempre me ha hecho sentir seguro, creo que me recuerda a Ykrion, algo en su manera de hablar, de mirarme cuando lo hace. Sé que es sincero, puedo leer en él, no me desprecia, no me esconde nada y tampoco yo a él. Le he contado lo que sucedió con Eliannor, le he contado que fui capaz de levantarle la mano en uno de esos vergonzosos accesos en los que la ansiedad me descontrola… nunca hay reproche en sus ojos de oro líquido, él no me juzga, puedo mirarle sin culpas y sé que me escucha en la misma medida en que yo le escucho a él. No le obligué a volver de su cautiverio entre los muertos por que Elriel me lo pidiera… le obligué por que le necesitaba, le obligué por que es mi hermano aunque no compartamos la sangre que corre por nuestras venas. He derramado lágrimas en sus manos, y sus abrazos han calmado las heridas más de lo que podría hacerlo la luz. Fui egoísta, traicioné y engañé para tenerle de vuelta, lo volvería a hacer… obligarle a cumplir sus promesas.

- Todo saldrá bien… encontraremos un remedio."


Los cascos de Desidia fragmentan la tierra cuarteada y reseca. Saltan esquirlas de fuego como si la tierra se prendiera a su paso furioso. Aprieto las riendas hasta que los nudillos comienzan a doler, ahogándome en la atmósfera irrespirable de la Península. El chirriar del cuerno de guerra que es la voz del Atracador llega en ecos a los riscos áridos que bordean el camino, la tierra tiembla y hundo las espuelas en los flancos del corcel, que galopa descontrolado hacia el valle que se abre como una herida sangrante a un lado del camino. No hay oxígeno suficiente… y ahora es fuego lo que respiro, cuando el sonido atronador del galope se convierte en un chapoteo. Y el vacío comienza a prenderse, aúlla con un millón de voces, todas ellas con un aspecto de la ira en la que se transforman el hueco y los fragmentos del recuerdo que se mantienen fijos como cuchillas rotas en la carne.

"Me mira con los ojos acuosos. No entiendo por que se emociona de esta manera, yo estoy jodidamente cabreado, cabreado por que está ciego y le veo correr de frente hacia la pared contra la que piensa estrellarse. Kirathael espera al otro lado del Bancal de la Luz, mirándonos de reojo mientras hablamos entre susurros cortantes.

- Joder Theron… te prometo que no volverá a pasar. Esta vez es distinto… hemos estado hablando, ¿sabes?. Él me quiere, quiere volver… y no veo razones para seguir sufriendo por esto.

- Es tu decisión, Nym… pero te juro que…

Me abraza. Suspiro. Cuando le miro a los ojos veo condensarse las emociones en forma de lágrimas, me guardo las palabras.

- Gracias por preocuparte por mi, Theron. Pero todo irá bien. Ahora es distinto.

Kirathael se ha acercado, impaciente por la espera, solo tengo una mirada de rencor hacia él cuando me vuelvo dispuesto a irme, dejándoles a solas. No hago promesas en vano.

- Si vuelves a joderle te juro que te mataré. "

Los ojos de los demonios parpadean a mi alrededor, como luminarias contagiadas del verde enfermizo de las pozas, sus presencias se abren al paso del corcel encabritado, su relincho resuena como un chirrido en el angosto valle anegado de sangre demoníaca, las cuencas vacías del gargantuesco cadáver del que brota nos observan de lejos. Puedo respirar, el fuego me llena y estalla en mis entrañas, grito dejando salir la rabia que me mordisquea. Desidia caracolea, se levanta sobre los cuartos traseros y parece rugir, agitando las crines prendidas de llamas que se han tornado glaucas, intento detenerla pero se desprende de mi con una sacudida furiosa que me precitita hacia el barro resplandeciente. El clamor en mi interior me ensordece, amortigua el dolor de la caída que me deja hundido en el cenagal, el olor de la sangre me azota los nervios en cada bocanada y hundo las manos en el fango intentando contener la respiración. Los aullidos me golpean los oídos desde dentro, el hambre me devora y evapora los recuerdos, me desnuda sin clemencia. Las runas en mi piel se inflaman, siento como se abren nuevos símbolos como si una cuchilla precisa y al rojo las estuviera grabando en mi carne, el fuego restalla, me alimenta y me consume en un ciclo tortuoso que parece no tener fin. Todo lo que soy, todo lo que fuera comienza a perder sentido, engullido por esa rabia ansiosa, por ese hambre insatisfecha que despierta con más fuerza que nunca, que sepulta bajo la rabia la aridez de la soledad. Algo más ha muerto en ese camastro y no solo el brillo de unos ojos de oro líquido. Algo titila, débil, y se ahoga en el fuego que impregna mis lágrimas.

Recuérdame riendo.

Te quiere ,

Nym.

Vacío I

La mantícora rompe el silencio con el batir constante de las alas. El paisaje rojizo se extiende, salpicado de figuras pinchudas que caracolean de un lado a otro. Observo cada sombra con mirada ávida, esperando encontrarle enfrascado en una lucha contra uno de esos inmensos jabalíes, buscando el sustento para la base de Thrallmar donde fue destinado hace semanas. No hay ninguna presencia a parte de los animales mutados y los demonios que vagan cerca de las forjas. Mantengo el puño apretado, bullendo de inquietud por dentro, me quema el papel arrugado en la mano como si fuera brea prendida.

No tengo palabras para describir la cobardía que es, huir sin darte un ultimo abrazo…

En el campamento nunca hay silencio. Los gritos hoscos de los orcos se elevan sobre el golpeteo de los obreros que reconstruyen incansables las murallas, rugiendo las órdenes a los destacamentos que se envían a las forjas de la legión y la Ciudadela que se recorta entre la bruma abrasiva de la Península. Soldados montados en lobos cruzan las puertas, los sacerdotes se afanan en atender a los heridos que regresan de las misiones rutinarias. Busco entre ellos una mirada ámbar, un destello de cabellos como el fuego, pero no le encuentro entre ellos. La saliva se me está volviendo amarga en la boca, se me seca la garganta de ansiedad en cada paso que me separa de la posada y en la cual no le encuentro. La nota cruje en la palma de mi mano cuando cierro el puño hasta clavar las uñas en el guante.

…marcharme abrumado por el dolor, sintiendo como me sangra en el corazón el amor que siento por ti.

La posada me recibe con una bocanada de aire caliente y el olor rancio de las gachas de hojaespina con las que se alimenta a las tropas. El vocerío parece suavizar el volumen cuando varias miradas reparan en mi presencia, oigo a los orcos con claridad y no se me escapa el gesto de uno de los veteranos deteniendo al orco que se levantaba empuñando su hacha. Pinkus asiente al verme con un gesto de reconocimiento y se acerca a la mesa en la que me siento con una bayeta mugrienta incapaz de hacer otra cosa que esparcir la suciedad cuando la pasa sobre el tablero de madera.

- ¿Qué va a ser?

- Siempre haces la misma pregunta cuando solo tienes la misma bazofia que ofrecer. – Se encoge de hombros mientras miro en derredor. No le reprocho el sabor terrible de sus guisos, es un no muerto. – No vengo a tomar nada. Estoy buscando a alguien.

- ¿A quien?

- Uno de los nuevos… llegó hace poco.

- ¿Cuál de los cientos?

- Elfo, Caballero de Sangre, pelirrojo.- Va negando con la cabeza a medida que desgrano la descripción, hasta que alza las cejas al reconocer algo.- Pelo largo… responde al nombre de Nymrodel.

- ¿Pecas?.- Asiento, el tono del posadero es tan desapasionado como siempre, no importa lo terribles que sean las palabras, las descarga sin más.- Eligió venir a morirse aquí ayer.

Eres el único amigo que he tenido en mi vida, el mejor amigo que nadie hubiera podido tener.

-… que? – La silla ha caído tras de mi al ponerme en pie, ni siquiera oigo el estruendo que hace que los orcos se vuelvan hacia nosotros. Pinkus señala un jergón de paja en un extremo de la sala.

- Lo recuerdo por las pecas. Pensé que estaba borracho o intoxicado del vil, vomitó algo y no se volvió a levantar.

El jergón está vacío, revuelto. Vuelvo a mirar en derredor, los orcos me miran de reojo y hablan por lo bajo. Deben haber cometido un error, debe estar en las dunas, le habrán enviado al zepelin accidentado a por piezas para las catapultas. No está aquí… simplemente. Hace demasiado calor, y no puedo respirar.

- ¿Dónde le han llevado?

- Ni idea. Los orcos sabrán. Yo cuando un elfo la espicha aviso al capitán.

Trago saliva y tomo aire, tengo la sensación de que no me llega a los pulmones, de que no tengo nada bajo las costillas. Los ojos sin vida de Pinkus me observan un instante, se me clavan sus dedos huesudos en el brazo cuando tira de mi.

- Ven… ven muchacho. Llevaba esto consigo…- Reconozco el morral que deja sobre el mostrador, ante mi. Cojo la bolsa y la aprieto contra el pecho.- Solo he cogido lo que me debía.

He sido muy feliz contigo

Aquí no importa una muerte más, han visto cientos de vidas siendo engullidas por esta tierra requemada, nadie llora por nadie. Pinkus señala el consistorio cuando consigo preguntar de nuevo, con la rabia royéndome las entrañas a falta de otra cosa. Me arden los ojos e intento mantenerme frío, aquí nadie llora por nadie. Las voces se mezclan en el exterior, los peregrinos se reúnen en el centro del campamento, con sus togas polvorientas y las manos alzadas hacia el sacerdote que les guía, vomita sus promesas, su voz se me retuerce en el estómago con un latigazo de angustia.

- ¡El maná brota del suelo! ¡Solo tenéis que alzar las manos y tomarlo! – No le oigo, su voz se apaga.- …paraíso… no sufrir más… libres…

Algo se deshace en mi interior en cada paso, como el agua escapándose entre los dedos, o la sangre de una herida demasiado profunda, una herida que no se ve y por la cual gotea el alma. Cada vez que exhalo este aire pegajoso pierdo algo de mi mismo que soy incapaz de contener. Me arden los ojos, pero el fuego consume por dentro. Conozco al elfo que me está hablando, apenas le oigo, estoy concentrado intentando no ahogarme, seguir respirando, recordar como se camina:

- Siempre es duro perder a los jóvenes… - Me ha puesto la mano en el hombro, tiene canas, y la mirada triste, pero no sé que dice.- …en Lunargenta… hace poco que fue ascendido… lo siento de veras.

No veo. No escucho. No siento. Los soldados me apartan a empellones en la salida, el aire en la base no es suficiente, tengo la sensación de arrastrarme bajo el lodo, de estar respirándolo, repta frío y sin vida en mi interior, llenando un hueco doloroso y demasiado profundo que se traga el llanto y las lágrimas que me niego a derramar.

Me diste una vida que no me merecí, y que he desaprovechado amando a quien no debí y que hoy me ha vuelto a matar.

Algo está muriéndose en ese hueco, algo tiene hambre y sed y grita con voz muda, los jirones de un tapiz irreconocible, mancillado y ensuciado por las manos que lo bordasen. No queda nada, solo un hueco que aúlla de hambre.

jueves, 8 de julio de 2010

La promesa del Pastor III

- No lo hemos tocado.- Una voz femenina, entre susurros.- Sangrevalor ha dicho que es de los nuestros.

- Dicen que volvían a levantarse… y sus heridas se cerraban al instante. Tenían esas mismas runas. ¿Por qué no le han ejecutado?

- Luchó para defender a los Caballeros del ataque, cuando le subieron estaba casi consumido. Y es uno de los hombres del Fénix de Sangre.

- ¿Ha despertado ya?

- No… esa herida es terrible, aunque su vida no corre peligro. Parece que el arma con la que le hirieron estaba contaminada.

- ¿De que?

- Aun no lo sé.

Oigo los pasos alejarse. Tengo la impresión de estar sobre la cubierta de un barco que se mece de un lado a otro sin ninguna estabilidad. Cuando abro los ojos, veo a Eliannor sentada, pálida y ojerosa, sujetándome una mano mientras aferra con la otra la mano de su marido inconsciente en el camastro contiguo, la observo en silencio, recuerdo con meridiana claridad todo lo ocurrido y no tengo ninguna palabra de consuelo para ella… ni para mi. Se levanta como un resorte cuando se da cuenta de que abierto los ojos y me ayuda a incorporarme, apartándome el cabello del rostro y dándome de beber. No había sido consciente de la sed que tenía hasta este momento, casi vacío el odre y aun me muerde la sed las entrañas, pero no es agua lo que necesito.

- Lo vieron brillar en la isla donde nacen los dracohalcones.

No respondo, me escurro de nuevo hasta la cama, asintiendo. Iradiel se incorpora de pronto, aferrándose a su espada y soltándola cuando el dolor de la herida vendada le asalta. Le oigo quejarse pero no me vuelvo. Todos estamos vivos… más o menos enteros. No sé si me siento aliviado, tengo la imagen de esos elfos grabada en la mente, como se grabaría el rostro de un hermano que te traiciona, o los ojos de una pesadilla terrible a la que de pronto descubres parecerte. Sé lo que hay en su sangre, como todos saben lo que hay en la mía… sé por que los sanadores me miran así y sé de qué estaba contaminada la espada que hirió a Iradiel.

- Quel’danas. – Murmura Iradiel, apretando los dientes mientras Eliannor le humedece la frente, aliviada al verle despierto.

- Iremos… - Los tres asentimos.- Habrá respuestas… ahora… recuperémonos.

-Si estás allí… bastardo… maldito bast… ¡agh!.

Aprieto los dientes al escuchar el quejido de Iradiel. Apenas tengo fuerzas para que me arda el corazón con la ira… la de todos está adormecida bajo el cansancio y el dolor. No sé si quiero las respuestas, solo quiero que termine la mentira.

La promesa del Pastor II

- Acompáñenos, Sir. El Príncipe querrá estar con los suyos en el cuartel.


Uno de los Guardias se ha acercado a nosotros, Eliannor me mira nerviosa, Iradiel asiente y nos mira un solo instante, acompañando al elfo de uniforme carmesí, los elfos a nuestro alrededor extienden los dedos y tiran de la capa del Fénix, alabándole, alzando los cánticos que van dirigidos también hacia los defensores de la patria. Eliannor se abraza a mi y la estrecho con fuerza mientras observo como Iradiel se pierde entre las puertas abiertas del Cuartel, acompañado por un grupo de Caballeros de su mismo rango. Estrecho a la elfa con fuerza nacida de la tensión, ella sigue llorando, el golpe que le propinase el guerrero se ha vuelto de un color morado oscuro y está cerrándole ligeramente el ojo derecho, me mira con los ojos anegados en lágrimas.


- Quiero verle… ¡Quiero verle!


- Tranquila… Eli… vamos a verle.


Parece haber olvidado lo vivido en Terrallende… la esperanza revive en ella con intensidad, borrando las estancias del Castillo de la Tempestad, los horrores del Mechanar, cada vez que nuestra lucha nos ha llevado a darnos de frente con la verdad de nuestro Príncipe. Quiero creer que las cosas han cambiado… quiero creer que todo ese camino tiene un sentido, que la agonía de nuestro pueblo ya termina, pero en el aire flota ese perfume ominoso que me impide contagiarme de la alegría general.


- ¡Ven, corre! Iradiel me enseñó una entrada secreta.


La maga tira de mi con fuerza, Betún nos sigue gruñendo, enredando los palpos en mi capa. Nos escabullimos en el callejón lateral, donde unos arcos abren paso a un largo pasillo flanqueado por un Guardia, cuya atención parece abstraída en la algarabía. Cuando vuelve la vista la fija en Eliannor, pero ya es demasiado tarde para detenerla.


- ¡Eh! ¡Alto ah…. ¡ ¡Oink!


Parpadeo y observo al pequeño cerdo al que ha quedado reducido el guardia gracias al hechizo de Eliannor. Saltamos sobre él y nos colamos corriendo en el pasillo, escabulléndonos por un sinfín de corredores, a medida que avanzamos se hace más patente la presencia de la Luz, un hormigueo mordiente y furioso que extrañamente no deja oir su canción esta noche, Mu’ru permanece callado, como a la expectativa. Nos detenemos ante la balconada que desemboca en la sala que es la prisión del Naaru, que permanece atrapado por los hechizos de los magísteres. La comitiva está allí, también Lady Liadrin y sus caballeros, los magos que mantienen atado al ser de luz siguen concentrados en renovar sus hechizos. Iradiel permanece al fondo de la sala, junto a los Caballeros. Kael’thas se ha adelantado hasta detenerse ante el naaru, alza la mirada y se baja la capucha. Contengo la respiración, Eliannor parece quedarse sin aliento a mi lado y solo un murmullo se alza desde la sala, la voz ahogada de Lady Liadrin que observa el rostro consumido del Príncipe con la misma expresión desolada que el resto. Cicatrices… la huella de la muerte… el fuego de la corrupción rezumando de su mirada.


- Por Belore…


Un fogonazo termina con el repentino paroxismo, el Príncipe ha extendido sus dedos y el cuerpo enfundado en placas de la Matriarca sale despedido hasta golpearse contra la pared. La tormenta se desata de pronto con el sonido del acero siendo desenfundado, de los embozos que caen y el crepitar de la magia al liberarse con intensidad. La comitiva se ha abierto, los guerreros se lanzan a por los caballeros en un ataque repentino, por un momento me parece ver la escena a cámara lenta, en el instante en el que reconozco el olor de la magia profana, el olor que exhalan los demonios, en el momento en que veo las astas que nacen en la frente de los guerreros de Kael’thas. Las runas brillan en las pieles oscuras, sus voces se alzan con fiereza, distorsionadas. Eli se ha quedado rígida a mi lado, muda por un momento, con las manos trémulas afianzadas a la balaustrada, mirando la sala con expresión de incredulidad.


-¿ Theron que…?


- No lo sé… Pero hay que… ¡Iradiel!


Le he visto desde mi posición, es como un golpe que me despierta del paroxismo, le he visto esquivar a uno de esos guerreros y cortarle la cabeza con un movimiento preciso, ese ataque le ha restado tiempo para defenderse del elfo que se acercaba por su espalda, el acero ha atravesado placas y carne haciendo rugir a Iradiel. Una oleada de magia ahoga el grito de Eliannor cuando salta desde la balaustrada. El Pastor ha elevado los brazos, su voz resuena en la sala y las energías comienzan a fluctuar, la barrera que se alza alrededor de él y del naaru es visible… como una especie de columna de luz roja retorciéndose sobre si misma. Todo sucede con la velocidad de un parpadeo, se elevan, la energía ruge y de pronto solo quedan los jirones de esa magia en el ambiente, y la batalla recrudeciéndose donde antes se encontrasen el naaru y el Pastor. Salto tras Eliannor, sin tiempo para pensar, mi caída es pesada y un dolor lacerante me muerde el tobillo al aterrizar en la sala, Eliannor se ha deslizado liviana hacia el otro extremo de la sala, conducida por los hechizos de caída lenta. Betún ha derribado al caer al elfo astado que se alzaba tras de mi, espada en mano, pongo distancia entre ambos, acercándole a los caballeros que están replegándose hacia el centro de la sala, las sombras comienzan a despertar cuando alzo la voz en una invocación rabiosa, se proyectan hacia el elfo que ha enviado a Betún al suelo de una patada. Varios Caballeros se adelantan ante mi, cubriéndome de los atacantes y dándome espacio para la conjuración, oigo a Eliannor gritar mi nombre, y en algún momento, entre la bruma febril que está comenzando a invadirme, veo a Iradiel enzarzado en una pelea cruenta con el elfo que le hiriese, el más grande entre los astados, el de la armadura más oscura y la mirada más ominosa. Nos están acorralando en el centro, algunos de los Caballeros de Sangre se han vuelto en nuestra contra, pero la mayor parte está defendiendo a Lady Liadrin, que se ha alzado con el rostro ensangrentado y la armadura humeante. Varios de nuestros enemigos salen corriendo cuando alzo la voz en un grito cargado de ignominia, aquellos que me defienden parecen clavarse al suelo ante mi, luchando por no seguir esa carrera descontrolada, he perdido de vista a Betún, y estamos retrocediendo hacia el centro, donde Eliannor acaba de caer de rodillas, sollozando tras detener el ataque de un par de astados a Iradiel. Desato la sombra en todas direcciones, la dejo desbordarse con toda su hambre, buscando la carne envilecida que podrá calmar su ansiedad, la sangre oscura no tarda en mezclarse en el suelo con la de los caballeros que han caído, salpica en todas direcciones cuando el hechizo que ha brotado de mis labios les revienta en el interior. La bruma que me anega la mirada se vuelve glauca, resplandeciente, no dejo de recitar, de incitar a las sombras, entregándome a mi mismo como tributo cuando su sed comienza a devorarme. Los gritos me alimentan, el olor de la sangre me hace arder la piel, el trance me abraza en el culmen del dolor. Oigo el entrechocar del acero, dirijo mi furia por puro instinto, hasta que ya no me queda nada y la corriente ansiosa se me lleva por delante, hundiéndome en un río oscuro en el que alcanzo a escuchar la voz de Eliannor una última vez:


- Caminante del Sol….- El frenesí engulló el sollozo.

La promesa del Pastor I

Creo que estoy soñando... escucho con claridad el sonido de la corriente sanguinea en mis venas, un río helado de lenguas de sombra que a veces se prende con un chisporroteo de fuego esmeralda. Aun siento las descargas bajo mi piel, el mordisco doloroso de las sombras cuya hambre nunca se sacia, ellas siguen inquietas, en algún momento comenzaron a devorarme también a mi e intuyo que esta inconsciencia me protege de ese apetito voraz. Intento recordarme, antes de que la fatiga me venciera, sacudirme de este sueño pesado reconociendo su origen… aun sé como me llamo…

- Theron… Hace mucho tiempo que sé de esto…

Los ojos de Iradiel se fijan en mi, hay algo extraño en su mirada, algo que despunta bajo la frialdad de esos ojos en los que no encuentro el odio que esperaba… que deseaba. ¿Aceptación?, ¿Tristeza?. No es lo que quiero, me duelen más que el odio o el acero. Me late el corazón con fuerza en los oídos.

- La amo… Iradiel, no me importa lo que vaya a ocurrir ahora... pero he entendido algo… durante estos días.

- ¿Qué fue lo que entendiste?. – Se cruza de brazos, la cuchilla fría de su mirada sigue pendiendo sobre mi, no le tiembla la voz y a mi me cuesta elevarla.

- Nos necesita… -Murmuro, enfrentando su mirada, tragando saliva.- Nos necesita a los dos… la he visto cambiar estos días, quiero… ver ese brillo en sus ojos constantemente, no me importa lo que deba hacer para conseguirlo…

- Su corazón te pertenece. – Aprieto los dientes. Mi cuerpo está tenso como antes de las batallas, pero el ataque no se produce.

- Ella me quiere…

- Entonces tu corazón debe pertenecerme a mi.

Trago saliva. Sé que he palidecido, el mundo pierde consistencia un instante, no sé si he asentido, pero el significado de esas palabras es innegable para mi. Le debo esto a Eliannor, me he prometido entregarle la felicidad aunque me cueste mi propia alma. La voz de Iradiel resuena de nuevo al darle la espalda:

- Si esto sale de aquí… os mataré a ambos.

Ya no me da miedo esa amenaza.


Soy Theron Solámbar, sé a quien amo, sé por qué lucho. Las corrientes me arrastran, pero las fauces de las bestias informes ya no me desgarran la carne, las heridas se recomponen. Desde aquí oigo voces conocidas, un llanto suave de mujer, lamentos distantes. Veo la ciudad como en un sueño… las voces resuenan en ecos difusos.

- ¡Ha vuelto!

Eliannor ha salido corriendo hacia la puerta de la posada. Iradiel me mira con gravedad, en sus ojos no se pinta la ilusión desbordada que humedecía los de Eliannor, en los míos solo hay inquietud.

- Vamos Theron… estemos juntos.

Es de noche, los faroles parecen brillar con más intensidad, la comitiva que ha atravesado las puertas de la ciudad va despertando a los habitantes de Lunargenta. Algunos se arrojan a las calles, gritando la bienvenida a su bienamado príncipe. Otros cierran los ventanales y rezan. Nosotros seguimos a Eliannor a empellones, Betún nos abre el paso entre gruñidos y embestidas, aquellos que no se apartan horrorizados son empujados por el Fénix de Sangre que camina a largas zancadas ante mi, con la espada enfundada brillando con un extraño resplandor ígneo. Pronto parece que la ciudad entera ha tomado las calles, la muchedumbre alaba al príncipe, los brazos se alzan hacia el cielo y claman a Belore en gratitud. La Guardia aparta a empellones a los elfos que intentan alcanzar la comitiva. Veo como uno de ellos golpea a Eliannor, arrojándola en brazos de la marabunta cuando intenta acercarse al carromato del Pastor. Conseguimos llegar y sujetarla, sus ojos observan desorbitados el tránsito del Príncipe y su Guardia.

- ¡Aldriel’shala! ¡Pastor del Sol, deja que te veamos!

Hemos ido avanzando con ellos. Los guerreros que acompañan al príncipe van embozados, el ambiente parece cargado de energía, algo en el olor que transporta esta comitiva me resulta familiar… y me inquieta. Sujeto a Eliannor, sabiendo que no tendrán reparos en volver a golpearla si intenta de nuevo alcanzar al príncipe, al que apenas hemos visto al otro lado de las cortinas del carromato tirado por los enormes halcones zancudos, embozado y cubierto con los ropajes del Caminante del Sol. La gente nos empuja, somos transportados por el río enfebrecido, Eliannor se me escurre entre los dedos, zarandeándose desesperada en un intento por llegar al Pastor, la sigo como puedo y la veo postrarse ante uno de los guerreros embozados cuando se detienen ante el Cuartel de los Caballeros de Sangre.

- ¡Por favor! ¡Dejadnos pasar!.- El puntapié de la bota de acero la estrella contra Iradiel, que la sujeta con fuerza mirando con rabia al elfo de facciones veladas, que sigue su camino hacia el interior del Cuartel con el resto de la comitiva.

-¡Bastardo!

Sujeto a Betún y aprieto los dientes. Estamos refrenándonos, sabedores de donde estamos y ante quien. Eliannor llora desesperada, sin darse cuenta de que le sangran los labios. Iradiel la abraza e intenta calmarla. Ante las puertas del Cuartel esperan Lady Liadrin, Sangrevalor y Solanar, postrándose ante el Pastor del Sol cuando este desciende de su transporte. Por un momento se hace el silencio, todos le miramos.

- Príncipe Kael’thas… - Murmura Iradiel, por un instante su mirada se asemeja a la de Eliannor, cuya voz se está uniendo al cántico que comienza a alzarse en las calles.

- Falah’na… Sin’dorei… sine… falah’na, Belore…

La inquietud se me retuerce en el estómago mientras mantengo silencio, sé que una tormenta está a punto de estallar… puedo oler la tierra mojada… y la sangre.

miércoles, 7 de julio de 2010

Recuerdos de sal

Aquella noche, como tantas otras, mi padre se levantó de la mesa sin dirigirnos la mirada, la comida en su plato seguía intacta, tan siquiera había tocado los cubiertos de plata. Melaina le observó retirarse con la expresión sombría. Raras veces increpaba mi madre a Athanas, como si compartiera con él el secreto que cubría sus días de silencio y aislamiento, aquello que nosotros solo podíamos indagar para nuestros adentros. Sus ojos perdían frialdad cuando le miraban, a veces dejaban entrever una herida a medio cicatrizar, un anhelo profundo como el océano. Incluso Ykrion permaneció en silencio el resto de la cena, sin crispar los nervios de Melaina con preguntas que nunca eran respondidas.

Elerion aun no había nacido e Ykrion y yo compartíamos el dormitorio en el amplio ático de la casa, era él el que me arropaba y a veces, cuando no podía dormir, desgranaba historias sobre dragones y hombres insecto que vivían bajo la arena en mundos distantes. Pero aquella noche no quería escuchar sus cuentos, ya había aprendido a fingir en aquella temprana edad y acompasé mi respiración a los ritmos del sueño profundo hasta que escuche la respiración de mi hermano volverse pesada. Apenas se elevó un murmullo cuando me posé descalzo sobre el suelo de mármol y crucé las vaporosas cortinas que daban acceso a la ancha terraza. Los grillos cantaban sus canciones desde los altos árboles y los setos que adornaban los jardines en las calles de Lunargenta, la luz azulada que era el aura de la ciudad nocturna llegaba hasta la terraza y dibujaba los contornos de las estatuas y las plantas con fantasmal imprecisión. Acorté la distancia que me separaba del taller de Athanas con una carrera ligera y abrí la puerta con suavidad. Los altos ventanales resplandecían con la luz dorada de las lámparas de aceite y las velas, el olor de la cera caliente me llegó cuando me asomé al interior de la estancia, recordé el olor del templo cuando Melaina nos llevaba para escuchar a los sacerdotes, algo en esa estancia transpiraba la quietud venerable de los lugares donde se honra a la divinidad y la melancolía irracional de su añoranza. No era la primera vez que me escabullía para observar los quehaceres nocturnos de Athanas, siempre me he preguntado si mi padre dormía, si alguna vez sus manos dejaban de estar ocupadas o abstraía la mente de los bocetos y herramientas, por que no importaba si despertaba en plena madrugada y buscaba el sonido de las piedras de pulir para olvidar alguna pesadilla infantil, no importaba si me escapaba después de la cena para escurrirme en su taller, fuera cual fuera la hora de la noche mi padre creaba, dibujaba, moldeaba, tallaba, lo único que dormía y despertaba en ese taller era la belleza en las piedras en bruto que pasaban por sus manos. Le encontré sentado ante la mesa inclinada sobre la que dibujaba los intrincados bocetos, el agua en los diversos recipientes en los que limpiaba los pinceles devolvía el destello de las llamas de las velas, las lámparas de maná permanecían apagadas. Trepé al taburete que permanecía vacío a su lado y observé el dibujo al que la acuarela y la maestría de Athanas daban vida. Una mujer me devolvió la mirada con los ojos anegados del color de la turquesa, intensos y profundos como un océano veteado de algas brillantes, las cejas oscuras se arqueaban con gesto armonioso sobre ellos, las largas pestañas dibujaban sus formas rasgadas, exóticas, su nariz era recta, ligeramente redondeada en la punta y sus labios carnosos vestían el color desvaído de las violetas. El cabello, negro como el ónice, se enredaba en sus brazos de tan largo que era, devolvía destellos azulados a la luz de una luna que teñía su piel de perla nacarada y la hacía resplandecer.

- Yo conozco a esa mujer…- Murmuré, por que nunca levantaba la voz cuando hablaba con mi padre. Él no me miró, deslizó el pincel mimando los cabellos de aquella mujer de mirada triste y pensé que los dos se parecían mucho. Athanas también se sentaba en la playa, con esa misma mirada llena de promesas incumplidas y tristezas añejas. Alrededor de aquella figura semidesnuda que esperaba en la playa brillaban un sinfín de escamas y conchas vacías, las perlas se prendían en su pelo.

- Es una sirena. – Respondió Athanas, tras una eternidad en la que el cielo que cobijaba el mundo en el que esperaba la elfa se había cuajado de estrellas. Su voz era suave, apenas un murmullo que pareció temblar.

- Se te parece mucho… -Athanas dejó el pincel sobre su base y la observó en silencio, pareció asentir.

- Se te parece a ti.

- Mamá dice que no me parezco a ti.

- Tampoco a mamá… – Murmuró.

Parpadeé y observé a la mujer triste, era tan pálida que parecía un fantasma, resplandecía a la luz de la luna. De su cuello pendía un pequeño caballito de mar dorado, que enredaba la cola y observaba al frente con un ojo del color del zafiro. Reconocí aquella talla, del cuello de mi padre pendía uno plateado, invertido aunque idéntico a esa talla que había dibujado en el cuello de la mujer, con los ojos de turquesa engastada. Cuando alce la mirada hacia el rostro de Athanas, que seguía observando con su habitual expresión el dibujo ante si, las lágrimas descendían lentas y silenciosas por sus mejillas, las dejaba pasar como lo dejaba pasar todo en la vida, ignorándolas, en silencio. Mi padre nunca me correspondió un abrazo pero en aquella ocasión dejó que me ciñese a su cintura hasta dormirme, arropado por el susurro triste de las olas de una playa lejana, que resonaban en un hueco imposible de nuestras almas.

La noche del Hada III

La elfa se arquea debajo de mi, Iradiel me mira con un gesto en un punto amenazante, me golpea en una mano y atrapo su muñeca con demasiada rapidez para el estado en el que me encuentro. No estoy pensando en lo que hago… le acerco la pipa a los labios a Iradiel y lejos de fulminarme con la mirada la acepta con una entrecortada calada, mientras Eliannor le besa el cuello con lentitud, entrecierra los ojos un instante, observándome mientras aprieto su muñeca contra los almohadones y me inclino sobre su esposa, buscando la piel descubierta de su escote mientras los labios de la pareja vuelven a unirse en un beso lento y empapado de absenta. El cuerpo breve y frágil de la maga se tensa debajo de mi, parece suspirar y abandonarse por completo a las caricias. Iradiel se arranca la presa de mi mano para soltar los cordones del corpiño a la espalda de la elfa, la tela va abriendo paso a la piel pálida, húmeda por el sudor perfumado que comienza a despertar. El Fénix se ha inclinado sobre ella, hundiendo las rodillas entre las telas y los cojines, oigo el cristal de una copa repiquetear al encontrarse con el suelo desnudo mientras nuestros cuerpos se enredan, atrapo la prenda entre los dientes y desciendo mientras Iradiel muerde con un gruñido repentino la carne jugosa de uno de los endurecidos senos de la elfa, que gime y se ruboriza.

- Estoy viendo hadas….- Murmura muy bajo. Y le responde la voz ronca de Iradiel.

- Yo también.

Mis manos desabrochan el cinturón que ciñe la toga a la cintura de nuestra hada, su olor me inunda los sentidos con más potencia que el olor del vil en el ambiente, que el de la absenta y el azucar. Huele a hierba de ensueño, a lilas y a mandragora y su perfume se entremezcla con el olor del metal y el cuero, del sudor del fénix que frota su rostro contra sus pechos como un enorme felino. Juraría que le oigo ronronear. Sus manos rudas acarician el cuerpo de la elfa, siento el tacto áspero sobre las mías cuando asciendo por las caderas de Eliannor, la toga ha quedado hecha un guiñapo, perdida entre las telas multicolores, su cuerpo pálido parece resplandecer a la luz difusa de las lámparas de maná. La sed me atenaza la garganta mientras les observo. Mojo un azucarillo en el potente licor e impregno los labios que se entreabren para ahogar los gemidos, trazo un camino brillante sobre la piel blanca hasta encontrar la boca ansiosa de Iradiel, cuyos dientes me rozan los dedos al atrapar el azucarillo. Busco los labios dulces de Eliannor, me deleito lamiéndolos mientras el suave gruñido de Iradiel vuelve a producirse, la elfa se estremece bajo las caricias de nuestras manos, sus labios musitan frases ininteligibles, entre jadeos entrecortados. Su lengua cálida me recorre los labios provocándome un estremecimiento que me hace arquear la espalda. Se mueve con delicadeza, separándose de mis labios para quedar sobre sus rodillas entre ambos, le recorro los brazos con las uñas y agarro sus muñecas para aspirar el aroma que exhalan sus cabellos cuando un tirón brusco me sorprende, la mano fuerte de Iradiel enredada en los cabellos de mi nuca, su otra mano cerrada en la nuca de su esposa. Me arqueo sin soltar a Eliannor, sintiendo el peculiar fuego que despierta el dolor desperezándose en mi interior. Sé que los ojos me arden cuando fijo la vista en él, sé que soy incapaz de controlar que el hambre se destile en mi mirada y su sonrisa me demuestra que es muy consciente de ella. Eliannor ha entreabierto los ojos y nos observa, con la respiración acelerada y la sangre agolpándose en sus mejillas.

- Si… mañana os preguntan…- Murmura con la vocecilla casi rota.- Ninguno nos… acordaremos de nada.

Su mirada sigue fija en mi, su mano cerrada como un cepo férreo en mis cabellos, tira de ellos con fuerza y en sus ojos reluce el hambre de los depredadores mientras la maga pasea las manos como mariposas sobre la piel desnuda y bruñida de su torso marcado por una infinidad de batallas. La sed me atenaza la garganta, algo me quema bajo la piel y suelto a Eliannor para tirar de los correajes de mi túnica en un intento por liberarme de ella que se trunca con el violento gesto del Fénix al tirar con fuerza de mis prendas. Oigo el tejido desgarrarse y resbalar sobre mi piel, prendiéndose a mi cintura por el cinturón. Me observa con una sonrisa sesgada, sé que las runas fulguran sobre mi piel, pero no me rechaza.

- A ti aun no te he probado.

El repentino tirón vuelve a despertar un latigazo de placer que me hace contraer los músculos. Me estrello contra sus labios sin oponer resistencia, enzarzándome en un beso hambriento, invadiendo su boca con la lengua y dejando que explore la mía con el sabor dulzón de la saliva teñida de absenta y maná. He enredado una mano en sus cabellos blanquecinos, y tiro con fuerza hacia mi, la otra explora el cuerpo de la elfa. Somos un nudo de deseo y caricias en el que no acabo de discernir que manos tocan a quien. Solo cuando me suelta con un gruñido me doy cuenta de que estoy desnudo. Su mano me libera, dejándome el recuerdo del dolor en el cuero cabelludo. Eliannor le mira un instante, pasea la mirada entre los dos y apoya las manos en los hombros de Iradiel antes de sentarse sobre sus rodillas. Recorro su anatomía con las manos, pego el pecho a su espalda y desciendo con las puntas de los dedos hacia su vientre mientras Iradiel devora sus labios con ansiedad creciente. Mis dedos se hunden en la cálida humedad de su sexo, se empapan de su deseo y resbalan sobre la piel mojada y palpitante.

-Me estáis volviendo loca…

La excitación me pulsa en las sienes y me seca la garganta. Mi otra mano ha encontrado el sexo de Iradiel y no dudo en cerrarla con medida fuerza a su alrededor. Le oigo gruñir, pero no escapa a mi contacto cuando recorro la extensión de su tallo, la excitación de ambos alimenta mi deseo, el placer hormiguea bajo la piel y el olor que me inunda el olfato es el perfume peculiar que exudamos en el pequeño reservado. Nuestro perfume. La mirada del Fénix se convierte en la mirada del león hambriento, me aparta la mano con un gesto brusco cuando he alimentado lo suficiente su ansiedad. Recorro los brazos de Eliannor al echarme hacia atrás, arqueándome, ofreciéndole un apoyo cuando Iradiel eleva las caderas y arremete contra el sexo de la elfa, que ha dejado caer su cabeza sobre mi hombro y ha enlazado los brazos alrededor de mi cuello mientras beso el suyo y la aprieto contra mi intentando amortiguar las embestidas del elfo. Cierro las manos en sus pechos mientras ahoga un grito, la noto tensarse como una cuerda, hacer frente a las arremetidas entre jadeos entrecortados. Cierro una mano en su boca, ahogando los gritos que se muerde hasta que Iradiel se tensa y resuella casi sin aire, con el espasmo inequívoco. La beso al apartar la mano, cuando la intensidad de las arremetidas del elfo decrece hasta detenerse, ahogo sus jadeos entre mis labios, la saboreo hasta empujarla con suavidad contra su esposo. Ella cede, apoyando la mejilla en el hombro fuerte de Iradiel, que aun resuella por el reciente clímax.

Cierro las manos en sus caderas, ella las eleva, invitadora, abrazándose a Iradiel mientras me reclama, y yo acepto la invitación, hundiéndome en el almíbar cálido de su interior y dejando escapar el aire contenido en mis pulmones. Placer y alivio se manifiestan y me muevo como mecido por la zozobra del alcohol y las drogas, entrando cada vez más profundo, retirándome lentamente, al compás de los gemidos que nos regala y que Iradiel devora al besarla con el hambre saciada. Busco su sexo con los dedos, pegándome a su cuerpo en cada movimiento, no la invado, dejo que su cuerpo me absorba, la noto palpitar a mi alrededor, estremecerse y constreñirme en cada espasmo de placer. Mueve los dedos entre los pliegues de su sexo, les observo mientras se besan en un intento por acallar los gemidos de la maga y he de hacer un esfuerzo por no desbordarme antes de notar los espasmos del orgasmo en su interior. Es su carne contrayéndose a mi alrededor, la manera en la que curva la espalda y alza el rostro para gemir sin importarle que puedan escucharla en la sala común lo que me hace morderme los labios y ahogar los gemidos cuando me derramo en su interior con una sensación explosiva y cálida. Un segundo de paroxismo, pongo los ojos blancos y ella cae desmadejada sobre su esposo, que la abraza y se deja caer entre los cojines que los acogen. La espiral del alivio me absorbe, las corrientes que aun tensan mis músculos me hacen perder el ritmo de la respiración, y caigo al lado de la pareja, abandonado a la zozobra dulce del clímax que aun reverbera en mis venas. El sueño me está arrastrando a su territorio cuando noto las manitas suaves de Eliannor arroparme entre las telas, me abrazo a ella, con el calor intenso del Fénix de Sangre al otro lado y el sonido ronco de su respiración de gran felino. Nos dormimos abrazados a ella… inconscientes de haberla compartido en ese instante confuso entre la noche y el día… tras haber bebido la sangre de las hadas y haber dejado que inundase nuestros corazones.

Mañana pensaremos en el significado de todo esto… y el silencio será un sudario que no tardaremos en arrancarnos a la luz de las verdades desdibujadas entre gemidos y vapor de maná.

La noche del Hada II

- Los gnomos lo llaman licor de pixie… me lo ha dado el posadero.

Eliannor asoma entre los cojines con el rostro enrojecido y la voz pastosa. El reservado es una estancia pequeña, apenas aislada del exterior por las cortinas vaporosas. Los mullidos almohadones nos han absorbido a los tres. Iradiel observa a su esposa intentando enfocar la mirada, repantigado como un rey en un banquete, me tiende la boquilla de la pipa y aspiro en profundidad, observando el humo azulado de las piedras de maná ascender, como si en ese vapor pudiera leer los augurios.

- Si los gnomos estrujan hadas para hacer ese licor me parecerán menos ñoños a partir de ahora. ¿Qué es?

Eliannor se rie mientras extrae de su bolsa una especie de cuchara perforada, ha preparado tres copas sobre una bandeja.

- Es absenta. No creo que cojan hadas para echarlas ahí.

-Que pena… eso le daba un toque siniestro a esa escoria. – Se hunde algo más en los almohadones, claramente decepcionado.

-No la he probado nunca…- Intento hablar con un ritmo normal, pero el mundo parece ir a cámara lenta.

Eliannor me mira y se parte de risa, estaba colocando los azucarillos sobre las cucharas de plata y ha terminado derramando el recipiente donde estaban sobre los almohadones. Sigue riéndose mientras los recoge.

- Yo pensaba que tu le dabas a todo lo malo.

- Pues no, ¿a que es sorprendente?

- Lo que sorprende es que Eliannor haya encontrado algo que no has probado y que aun no se haya abierto. – Dice Iradiel mirándome con una media sonrisa, a veces me recuerda a mi hermano.

- ¿Por quien me tomáis?, no soy un drogadicto.

Parpadeo con indignación, y nadie responde a esto. Eliannor abre la botella que resplandece con una tonalidad fulgurante del color de la esmeralda, y nos mira alternativamente.

- Esto hay que hacerlo así…- Explica mientras escancia el líquido verde sobre los azucarillos. – Cuando se cuele os lo teneis que beber. A lo peor nos envenenamos.

- Ya hemos vivido suficiente.
- Ya hemos vivido suficiente. – Decimos a la vez, y me entra la risa, aunque es lenta y pegajosa.

- Y así me ahorraré una boda.- Apunta Iradiel, riéndose entre dientes.

-Al tercer vaso dicen que ya ves hadas. – Eliannor sigue explicándonos la metodología.

Yo ya he cogido mi vaso y lo estoy mirando al trasluz. Bebemos a la vez y supongo que los tres estamos poniendo la misma cara, de ceño fruncido y labios apretados cuando el licor nos quema en la garganta, con el sabor dulce del anís y la amargura mordiente del ajenjo. Eliannor suspira y se recuesta con la copa en la mano.

- Pues yo creo que Alysia se casa por qué…- Da un pequeño sorbo, las mejillas se le han encendido aun más, parece una muñeca de porcelana de las que pintan a mano los artesanos del bazar.- … no tengo ni idea de por que se casa con ese retrasado…

- Yo no me casaría con alguien que pasa la mayor parte del tiempo con una bestia.

Entrecierro los ojos, Iradiel ha vuelto a pasarme la boquilla de la pipa, aspiro profundamente y me lleno los pulmones con la sensación efervescente del maná, es ácido y amargo, todos sabemos de donde sacan esta mercancía, no parece importarnos. Les escucho hablar como sumido en un sueño, mientras las copas vuelven a llenarse como por arte de magia y los almohadones parecen querer retenernos aquí para siempre.

- Khoril dice que como cazador es un desastre… es que ella le pega……. Insulta… llama cabestro.

Parpadeo y vuelvo a coger la boquilla que se me ofrece. Observo a Iradiel y veo el resplandor glauco intensificado en sus ojos, mi aspecto no debe ser mucho mejor.

- ¿Visteis a Relo en la fiesta amenazando a la estufa?.

La escucho reírse y vuelvo la mirada hacia ella, se lleva la mano a la frente dejándose caer sobre los almohadones, riendo como una niña. Iradiel no tarda en corearla y al poco no entiendo de que coño me estoy riendo, pero lo estoy haciendo. Me doy cuenta de que llevo rato mojando azucarillos en el licor verde y royéndolos con parsimonia.

- Casthorel ha sacado a Ix afuera para enseñarle su Forjaluz…- Esa ha sido mi voz, entre risas, llevamos rato hablando sobre los invitados a la malograda fiesta.- Tendríais que haber visto su cara al volver.

- ¿No me digas que ha hecho eso? – Eliannor levanta la cabeza y me mira con los ojos muy abiertos antes de volverse a partir de risa, revolcándose sobre los almohadones.

- Debe ponerse tontorrón al ver su armadura colgada. – Añade Iradiel, dando otra calada a la pipa. El aire está atiborrado de los vapores del maná.

-Si yo fuera una mujer y me dijeran “Ey nena… ¿Quieres ver mi Forjaluz?”… lo abofeteaba.

- Pobre Ix…- Iradiel habla gesticulando con la boquilla en la mano, arrastrando algunas palabras.- Pero es normal, es la clase de hombre que solo se tiraría a su gemelo.

- O a Presea…- Apunta Eliannor a punto de ahogarse con su propia risa.- Pero bueno… son iguales.

- Ya me jodería que hablasen así de mi.- Suspira el Fénix, echando la cabeza hacia atrás. Eliannor ha elevado las manos y se mira los dedos ladeando la cabeza.

- De ti solo dicen cosas buenas.- Le respondo pasándole la boquilla de nuevo, nos estamos terminando la pipa entre los dos.

- ¡Soy el paladín con mi Forjaluz! ¡Vengo a traerte la verdad y la iluminación! – Eliannor ha comenzado a hacer hablar a sus manos como si fueran marionetas, la manera con la que arrastra las sílabas hace que la imitación pierda mucho.- ¡oooh mi señor! ¡Soy toda vuestra! ¡Y de él… y de él… y de él!.

- Eres malvada, Eliannor. – Digo entre risas resbaladizas.

- Malísima. Mi marido me hará arrepentirme.

- Si… con su Forjaluz…- Replico.

-Además, mi marido es más sexy que ese tipo. ¿A que si Theron?

- Claro que si, di que si.

- Diré lo que sea con tal de no sufrir el castigo del Forjaluz.

- Ya quisieras tu… que te forjaran un rato. – Eliannor levanta la cabeza y me mira entre risas.- Además… tu necesitas un exorcismo.

Intento cubrirme del repentino ataque, pero es demasiado tarde y cuando intento darme cuenta la tengo sobre mi, cojín en mano, dispuesta a darme mi merecido a base de golpes mullidos.

- ¡Golpe de cruzado!

- Eh… ese golpe es mio. – Comenta Iradiel, mirándonos mientras da una digna calada.

- ¡Sal de él, yo te exorcizo! ¡Toma martillazo!.- El cojín desciende a tal velocidad que se me clava en uno de los cuernos, las plumas salen volando en todas direcciones y Eliannor se queda en silencio un instante, mirándome antes de echarse a reir en un repentino ataque. Mis mermados reflejos me dan para abalanzarme a por ella en un contraataque nada elegante que la hace caer sobre los brazos de Iradiel, que sigue fumando tranquilamente mientras forcejeamos sobre su regazo. Es una amalgama de cojines, jirones de túnica y piernas que intentan patearme cuando comienzo a hacerle cosquillas en los costados, ataque al que no tarda en unirse Iradiel. Eliannor intenta replicar entre las risas ahogadas, sacudiéndose como una anguila entre los dos.

- ¡JA! Ni el Forjaluz puede salvarte ahora.

- aaaaaaajajajaja mal…jajajajaja… maldit… – El dolor de una certera patada me hace hundir las manos entre los cojines, el mundo da vueltas y aunque me duela la entrepierna como el infierno no puedo dejar de reirme. Me dejo caer sobre ella, resollando.

- ¿Ves como no hace falta Forjaluz?- Iradiel habla con la pipa entre los dientes, debe haber dejado de hacerle cosquillas a su esposa, por que ha dejado de moverse y trata de recuperar la respiración entre risillas débiles.

-Me vengaré…- Replico.

- Oh… paladín… voy a morir ¡Dame la absolución!… o algo. – Alzo la mirada y le quito la pipa a Iradiel. Eliannor ha estirado el cuello y enredado las manos tras la nuca del Fénix.

- Y luego te llenaré de Luz.

Doy una calada larga y les observo mientras se besan, sé lo que significa el suave golpe de la rodilla de Iradiel en mi hombro, pero decido malinterpretarlo, exhalando el humo de la calada en el rostro de ambos mientras se besan, afianzando las manos en las caderas redondeadas de Eliannor.

Es curioso… el cosquilleo que se despierta en mi interior mientras les observo no es el mordisco punzante de los celos…

La noche del Hada: I

Lunargenta es una puta de lujo que te hace olvidar con brazos cálidos el frío del acero y el dolor de las heridas de guerra, sus velos resplandecientes solo dejan paso al sol estival, cubriendo con su ensayada banalidad los inviernos y las sombras. Deben ser esos velos y el tamiz benevolente del alcohol los que me hacen pensar por una noche que el mundo no es un lugar tan terrible. El tañido alegre de las arpas y el sonido estridente de los flautines solo deja paso a los pensamientos ligeros, la posada ha sido invadida por el jolgorio una vez más, pero no son los juerguistas de siempre, que celebran por celebrar, entre aquellos que bailan y ríen a mandíbula batiente se encuentran los más regios representantes de algunas de las órdenes militares más influyentes de la ciudad, por una noche parecen olvidar sus galones y brindan con aquellos con los que suelen luchar codo con codo. Siento un cosquilleo agradable de algo parecido a orgullo al encontrarme entre todos estos honorables beodos, como si el hecho tan absurdo de ser invitado a una despedida de soltero fuera un reconocimiento extraño y retorcido de mi posición e importancia para ciertos sectores en esta ciudad. Algo aquí me trae recuerdos de mi antigua vida.

Las campañas en Terrallende han sido fructuosas para los nuestros, seguimos vivos mientras bailamos sobre el filo del heroísmo y la traición a la patria. Si los hombres del Príncipe descubrieran para quien trabaja la mayoría de esta sala llena de borrachos y elfos semidesnudos sería una buena ocasión para una ejecución sumarísima, y una forma nada desagradable de morir para la mayoría… borracho o en brazos de una ramera. Puede que sean los brazos de Lunargenta, pero tengo la seguridad de que eso no va a ocurrir, no esta noche, de que de pronto el mundo es un lugar perfecto donde solo hay música y risas y uno tiene la oportunidad de ver a un superior bailando a pecho descubierto sobre una mesa. Me atraganto con el bourbon cuando Iradiel hace girar el tabardo del Ansereg sobre su cabeza y agita la larga y lustrosa melena mientras se engaña creyendo que baila al ritmo que marcan los flautines. Voy a tener que mantenerme lo suficientemente sobrio para recordar esto, pero si sigo riéndome de esta manera voy a terminar por no ver nada a causa de las lágrimas. No ha tardado en formarse un corrillo en torno al Fénix de Sangre, algunos hombres animan con palmas y sus risotadas a veces ahogan la estridencia de la música. Eliannor ha dejado de bailar para animar el baile de su marido, con las mejillas sonrosadas y la risa cantarina. He reprimido los impulsos por sacarla a bailar, y he de volver a hacerlo, me limito a paladearla desde lejos, con el recuerdo como único sentido, el momento histórico que protagoniza Iradiel deja de tener importancia cuando sus ojos me miran durante un segundo, destellando con una sonrisa sincera, hasta que algo le hace volver la mirada con un gesto cuasi felino. Juraría que por un instante ha brillado el fuego en sus ojos.

- Apártate de mi marido.

Las elfas que coreaban al Fénix de sangre se han apartado ante el empujón que Eliannor acaba de propinarle a Presea. La expresión de indignación de la agredida es digna de ser retratada, se recoloca el pelo con gran elegancia mirando a la maga con la barbilla alta. No es la primera vez que se enzarzan en una pelea, la rivalidad de ambas es conocida por todos los presentes, Eliannor no desaprovecha ninguna ocasión para hundirla en la miseria cuando se presenta con sus ínfulas de gran dama y heroína trágica. Pero esta vez ha sido la debilidad de Presea hacia el Fénix de Sangre la que ha hecho saltar la chispa, no sería la primera vez que revolotea a su alrededor reclamando sus atenciones de la más vulgar de las maneras.

-Solo estaba bailando, Eliannor, no tienes por que ser tan grosera.

- Por Elune… ¿Bailando?. Bájate un poco más el escote, puede que así te preste más atención.

- Eres una insegura irremediable.

- Pues estoy muy segura de que tu eres una buscona deplorable. Podrías tener la elegancia de no hacerlo tan evidente.

A estas alturas Iradiel ya se ha percatado de la situación y está mirando a ambas elfas desde las alturas de la mesa, ha tenido la deferencia de dejar de bailar, las mira con perplejidad.

- ¿Qué insinúas?- Ha abierto mucho los ojos y la mira escandalizada.

- No insinúo nada. Afirmo que eres una loba.

Eliannor aprieta los puños, la mira con esa expresión peligrosa, la misma que pone cuando está a punto de hacer reventar a un demonio en Terrallende. Iradiel ha saltado de la mesa y la agarra de los brazos, ha debido intuir lo mismo que yo, que no sé en qué momento me he puesto de pie y me he acercado a la zona de conflicto.

- Eres muy grosera, Eliannor.

- No, pero si quieres puedo serlo.- Se agita intentando soltarse de Iradiel. – ¡Zorra!

Si no la llegase a tener sujeta se habría lanzado a por Presea, cuyos ojos acuosos se han fijado en los presentes como lo harían los de un cachorrito indefenso o una damisela maltratada por la vida. Esa expresión me hace entender la repugnancia que siente Eliannor hacia ella. Me acerco para ayudar a Iradiel a sacar a Eliannor de la sala, sigue lanzando improperios cuando la acompañamos a la salida, y ya estamos en el exterior cuando la voz de Presea nos llega clara, los músicos han dejado de tocar:

- ¡PUES ESTA ZORRA PODRÁ DARLE HIJOS A SU MARIDO! ¿QUÉ PUEDES HACER TU?

Siempre tiene que haber alguien que la joda. El repentino sollozo de Eliannor me congela la sangre, forcejea con nosotros intentando volver al interior de la posada, con el mismo deseo que me bulle ahora mismo en las venas de sellarle la boca a esa zorra a base de fuego, pero me limito a caminar, casi arrastrándola por el frontal de la muerte:

- No la escuches Eli… eso es una tontería.- Iradiel le habla calmadamente, me mira un instante.- No vamos a dejar que una idiota nos fastidie la fiesta. Olvídate de lo que ha dicho y sigamos celebrando por nuestra cuenta. ¿Qué te parece?

Se abraza a él y aun llora durante unos instantes en los que encuentro pocas excusas para no hacer caso a la voz que me insta a volver y arrancarle la lengua a Presea.

- Nadie nos molestará en el Sagrario… y dudo que os busquen a ninguno ahí.
Estamos parados ante los arcos que dan acceso al Sagrario de los brujos de Lunargenta. Ninguno de sus habitantes se escandalizará al ver a un Fénix de Sangre en la sala, tan siquiera yendo semidesnudo como va Iradiel, con la naturalidad del que porta las más finas galas. Iradiel me mira un instante y asiente, limpiándole las lágrimas a su esposa con los pulgares y sonriendo como si no hubiera pasado nada.

- ¿Qué nos dices?

- Que esa zorra no me va a amargar la noche. – Responde Eliannor, sorbiendo por la nariz.

Juicio

Sigo al Vindicador con un nudo en la garganta. Hemos coincidido en el patio en ruinas de Lordaeron, Suzanne estaba hablando con él y su mirada me ha golpeado como el viento helado en el rostro, se me ha cerrado una garra incómoda en el estómago y a medida que nos alejamos de la ciudad la inquietud se revuelve como un animal asustadizo en mi interior. Suzanne está a mi lado, y me sonríe con un gesto tranquilizador, la miro con desconfianza, preguntándome si habrá sido capaz de traicionarme. Llevo tiempo esquivándole, por que los secretos son cada vez más pesados, por que a veces siento que el solo hecho de mirarle me delata, que debe haber algo en mis ojos que le cuente absolutamente todo… cada vez que le he sido desleal, cada pensamiento que he destilado con enfermizo odio hacia él.

Trago saliva. Lo sabe todo, por eso nos adentramos en el bosque, más allá de los claros que delatan nuestro caminar silencioso. Lo sabe todo, y en medio de este bosque cubierto por las brumas de la putrefacción, nadie me va a encontrar en años… si es que alguien lo hace. Miro a mi alrededor y un impulso por salir corriendo se apaga ante una estúpida esperanza por el diálogo, y sigo en silencio, embozado en la capucha, a la estela roja y negra que es el Fénix de Sangre, mientras voy desgranando todos los argumentos para mis adentros. Cuando se detiene y vuelve la mirada, la frialdad en sus ojos se me contagia a la sangre, vuelvo a sentirme pequeño y juzgado bajo esa mirada severa y ese ceño fruncido con decepción.

- ¿Cuándo ha sucedido?- Su voz se abre paso como los truenos entre las nubes, destella como el rayo. Trago saliva.

- ¿Cuándo…?. – Le miro sin entender, reordenando en mi memoria todos los hechos que debo recordar como condenatorios. Sé que me tiembla la voz, y aunque intente mantenerme estoico es su garra la que me está atenazando las entrañas.

- No seas duro con él, querido. Seguro que tiene una explicación.- La voz empalagosa de Suzanne, como si le hablase a un león a punto de saltar a por su presa.

- Esos cuernos. ¿Cuándo te han salido?.

Tomo aire y la garra se afloja solo un poco. Hace semanas que visto estas marcas, mis propios hermanos se han reído de la teatralidad que solemos hacer gala los brujos, disfrazándonos como si pudiéramos dar más miedo por colgarnos huesos y ponernos postizos. Si… yo también me he reído mucho, pero ahora mismo no siento ningún deseo de hacerlo.

- Son… no son de verdad, señor… – Debería haber hablado más alto, no debería temblarme la voz. Le maldigo para mis adentros, por que nunca puedo fingir ante él.- Son solo… atrezo, los brujos de Alterac me los dieron.

- Quítatelos.

Trago saliva. Niego con la cabeza. Creo que he palidecido. Me siento torpe como un niño pillado infraganti en una travesura, intentando dar explicación a algo que solo a mi pertenece y a nadie importa.

- No puedo.
- Oh… Iradiel, no seas desconfiado. Son objetos mágicos, ya sabes como son los brujos, les encanta la espectacularidad, y esos trastos suelen ligarse. ¿Verdad, Solámbar?. Estás siendo injusto con el chico.

Ni siquiera dirige una mirada a su madrastra cuando esta habla. Doy un respingo y me tenso por completo cuando escucho el acero de su espada murmurar, y un calor abrasador me sube al rostro cuando adelanta el filo y veo la punta afilada ante mis ojos.

- Me irrita que me subestiméis de esta manera. – El acero tintinea al chocar contra el marfil, noto el golpe suave y sordo en mi frente. Y me sorprendo conteniendo la respiración. Su voz fría no me tranquiliza. – Así que dejad de intentar camuflar lo obvio.

- Señor, no s…

- Son marcas de vil. – Dice despacio, y su mirada me taladra, se ensarta en mi con más precisión de la que en un momento y otro lo hará su filo.- ¿Verdad?.

Asiento. Un acceso de bilis amarga me inunda la boca. Suzanne ha cogido a Iradiel por el brazo e intenta infructuosamente que baje el arma, murmurándole con ese tono tranquilizador de madre que intenta mediar en una pelea entre hermanos.

- Escúchame bien, Solámbar, por que no voy a repetirlo nunca más.- Despacio, calmado, frio. Peligroso.- Una sola marca más de corrupción… una sola mácula más y me desharé de ti como se hace con las malas hierbas. ¿Entendido?.

Le miro a los ojos y asiento, me muerde el fuego en las venas. Me siento ultrajado de pronto, como si me hubiera desnudado a la fuerza y ahora me juzgase desde una ignorancia supina. La ira va soterrando la vergüenza y la culpabilidad, vuelvo a odiarle por su infalibilidad, por su maldita piel limpia y por la ligereza con la que me sentencia.

- Una marca más y te mataré, Solámbar. No vuelvas a mentirme.

Baja la espada y aparta de un manotazo la mano de su madrastra de su brazo. Cierro los puños y bajo la mirada. Le oigo alejarse con paso tranquilo, y unos segundos más tarde el fantasmagórico relincho de su montura nos llega en ecos. Suzanne me baja la capucha y me observa.

- No pueden entenderlo, joven maestro. – Murmura. La apartó de mi y le doy la espalda al adentrarme en el bosque. Quiero perderles de vista, a todos. Aun escucho esa voz empalagosa mientras me alejo.- Estáis creciendo.

¡Cuernos!

Me he quedado atrás. No oigo el chapoteo de los pies de Ydorn ni las órdenes que espeta secamente a sus esbirros. Realmente no oigo nada, tengo los sentidos taponados, me escuecen las fosas nasales con cada inspiración y me cuesta avanzar con la vista emborronada. La jaqueca de estas últimas semanas se ha convertido en una presión insoportable y tiende a atacarme en los momentos menos oportunos. Fuimos destinados a Nagrand por los arúspices, la hospitalidad de los orcos Mag’har se paga con creces con nuestro trabajo de campo en las forjas de la Legión vecinas a Garadar, ese es nuestro trabajo aquí, reconocer y señalizar, contabilizar las tropas y reconocer los efectivos. Nada mejor que dos brujos para tal menester a los que tampoco nadie echaría de menos si se los comiera el señor del foso de turno. Por que estas malditas forjas no son moco de pavo, los gan’arg trabajan a destajo en los cañones y los dispositivos de traslados de tropas, inspeccionados por los mo’arg que a su vez son coordinados por un señor de la forja, que en el último caso se trataba ni más ni menos que de un jodido eredar. No se por que hemos vuelto, pero hemos vuelto, debería pesar más nuestro instinto de conservación que ninguna recompensa moral o material, no es que tenga mejores cosas que hacer, pero preferiría estar agonizando con esta migraña infernal en un jergón de Garadar que en medio de una ciénaga contaminada por los residuos de una forja atestada de demonios.

Sigo sin saber donde coño está Ydorn, se me hunden los pies hasta el tobillo y me cuesta caminar, el aire se vuelve cada vez más corrosivo, cada bocanada me araña en los pulmones y se enreda en mi estómago con una nausea imparable. Cierro los dedos en el cieno, y me doy cuenta de que estoy vomitando con las manos perdidas bajo el agua pantanosa. Me está invadiendo, algo se ha desbordado ahí dentro, algo que no es mío y a lo que no puedo detener por más que lo intente o desee. El fuego asciende hasta mis ojos, el mundo se ha convertido en un resplandor líquido, ardiente, que me cerca en todas direcciones, me aprisiona y me abrasa. Oigo el crujido y sé que me estoy rompiendo, como si una garra imparable se me hundiese en el cráneo y fijase los dedos en los sesos. Estoy gritando… no lo haría de ser consciente, los demonios de la forja han debido volverse al unísono hacia la zona pantanosa. Y esa fuerza que tira de mi pechera y me eleva unos metros sobre el agua es demasiado grande para ser nada humanoide. Me retuerzo como una serpiente, intentando llevar aire a los pulmones como si acabase de nacer… el dolor es insoportable, pero sobre él destella con fuerza el instinto de supervivencia, y un instinto extraño y más soterrado, algo que no soy yo y me hace arder la piel con fuerza. Los enormes ojos del eredar me observan con sorna, se está riendo, me mira como lo haría con una rata. Su voz retumba en la forja cuando ordena volver al trabajo a los pequeños gan’arg que nos cercan inquietos y hambrientos. Ellos obedecen, y el demonio de piel carmesí se ríe mientras me eleva.

- Curioso espécimen. ¿Has venido a la charca a eclosionar?

He venido a la puta charca a reventar.

No soy capaz de decirlo, pero el demonio debe estar notándolo cuando el fuego estalla a mi alrededor, liberándose de mis propias entrañas, es un restallido violento de llamas glaucas y un cúmulo de sombras que se estrella contra el rostro del enorme demonio. El cieno amortigua el impacto cuando me suelta, y grito de furia dejando que el fuego siga consumiendo a mi alrededor, convirtiendo el agua en vapor y mi sangre en calor. Hasta que no queda más que la inconsciencia, de color verde jade y rojo sangre, y ascuas que se prenden y se apagan tras mis párpados.

- Hum… Esto es del todo fascinante.

Parpadeo. Me duele la cabeza, me pesa horrores todo el cuerpo y noto la piel tirante como si hubiese pasado dos días al sol de Tanaris. Enfoco la vista en el rostro sorprendido de Ydorn. La brisa de Nagrand es un bálsamo ahora mismo, a pesar del hambre atroz que me está retorciendo las entrañas, me relaja de alguna manera y me devuelve el ritmo constante de la respiración. Estamos bajo un abrigo de piedra, sobre la hierba tierna de uno de los cañones bajo Halaa, oigo el rumor del agua cerca… y no noto la presencia de ningún demonio. Ydorn adelanta una mano y me toca… es un tacto sordo en mi frente, como si me golpease el yelmo que no llevo… por que no lo llevo… y a pesar de eso me pesa demasiado la cabeza. Frunzo el ceño y me llevo las manos a la frente, y me golpeo los nudillos contra algo que antes no estaba ahí, una superficie alargada, ligeramente áspera como el marfil sin pulir.

- ¡Cuernos!.- Exclama mi maestro mientras se limpia el hollín de la cara.- Tienes cuernos.

Hay que joderse. Como si no me hubiese percatado ya.

Efectos secundarios

La brisa sopla desde las colinas de Nagrand y arrastra consigo el olor de la hierba húmeda, calentada por el sol que ya debe estar cayendo por el horizonte en aquellas tierras en las que la atmósfera aun permite divisarlo. En Shattrath no es apreciable el crepúsculo, que bañado por la luz que brota constantemente del naaru que danza en su centro se convierte en un nuevo amanecer. Nymrodel y yo dejamos colgar las piernas del balcón de los arúspices mientras observamos el haz de luz que surge del edificio central de la ciudad. Me resultan extraños algunos rasgos en su rostro, que han comenzado a armonizarse y parecerse más al alma que encierra ese cuerpo en su interior que a su anterior propietario. Sus gestos no obstante, son los mismos que recuerdo del anterior Nymrodel, la manera en la que se coloca el pelo tras la oreja, el brillo soñador en la mirada, la sonrisa sincera y límpida:

- Elriel no se ha separado de mi.- Se vuelve hacia mi, su cabello destella un instante con un brillo carmesí, es un poco menos corpulento, sus labios algo más finos.- Tengo mucho que agradeceros… y mucho a lo que adaptarme.

Le veo torcer el gesto y volver la mirada hacia el bancal de nuevo. El entusiasmo con el que me ha recibido ha quedado olvidado, parece avergonzado, cansado a un nivel psíquico y por la manera en la que se encorva, dolorido a un nivel más físico:

- Supongo que es cuestión de tiempo, Nymrodel. Has estado… atrapado mucho tiempo.

- Apenas recuerdo eso. Me despierto por las noches gritando, asfixiándome, y no soy capaz de recordar más que negrura. No quiero recrearme en eso, estoy decidido a salir adelante. Me habéis dado una oportunidad, una vida nueva, y no voy a… desperdiciarla como hice anteriormente.

- Has sobrevivido íntegro a esto, es una lección que te estás dando a ti mismo.

- He sobrevivido.- Me corrige, y le observo ladeando la cabeza con un gesto interrogativo.- No puedo decir con certeza que mi integridad siga ahí. Hace unas semanas no era capaz de moverme de la cama, Theron, he vuelto a nacer… pero hay cosas a las que no logro reponerme.

Hay un leve regusto angustiado en su voz. Su estado ha mejorado considerablemente, si, pero bajo sus ojos se marcan unas sombras violáceas, su piel se ha tensado sobre los pómulos y parece haber perdido algo de peso. Cuando fija la mirada en mi, parece adivinar en qué estoy pensando.

- Tengo hambre… constantemente. – Dice en un susurro y por un momento veo un destello confuso en su mirada.- No importa cuanto coma o qué coma, no me llego a sentir saciado y si en algún momento lo hago apenas dura unos minutos. Con la bebida me pasa igual y por las noches me desvelo, si consigo dormirme cuando el amanecer ya está cerca me despiertan las pesadillas… creo que no he conseguido dormir ni alimentarme en condiciones desde que desperté.

- Te estás adaptando… tal vez sea un reflejo de lo que has experimentado mientras estabas atrapado o…

- O un efecto secundario del ritual.

Asiento cuando completa mi frase y le observo en silencio, preocupado. Me da la impresión de que de seguir así acabará por consumirse, pero sea lo que sea lo que le impide la asimilación de los alimentos y el descanso, estoy seguro de que tiene una solución. Nada me parece lo suficientemente alarmante habiéndole tenido al borde de la desaparición absoluta.

- Elriel me trae distintos tipos de alimento… a veces me siento como una cobaya en manos de un alquimista chiflado.

- Un adolescente chiflado y además sacerdote.- Le corrijo.- Lo cual da más miedo.

Se ríe. El timbre de su voz me resulta extraño, pero su tono es el de siempre, suave y modulado. Se pone en pie y se estira, haciendo un alarde de la habilidad que ha desarrollado en su nuevo cuerpo, y para rematar su demostración me abraza con fuerza cuando me levanto, golpeándome la espalda con firmeza.

- Dentro de unos días comenzaré el entrenamiento en serio. Ya he comunicado a los arúspices mi disponibilidad, estoy esperando a que me comuniquen mi destino.

- Ándate con ojo, no te vayas a olvidar de caminar.

- Mientras no vaya a olvidar otras cosas. – Se encoge de hombros, apartándose y fija los ojos del color de la hierba fresca en los míos, suspirando.- Gracias Theron… eres un buen amigo.

Le observo volver hacia la posada de la Grada, mientras cruza la capilla en penumbra, y un cosquilleo de esperanza me hace esbozar una sonrisa. Está de vuelta y nuestros lazos se han estrechado en el tránsito doloroso que está viviendo, al que le hemos empujado por no dejarle en brazos del olvido. Es una sensación extraña… el mundo parece menos vacío y menos pesado de pronto.

Interludio

En este sitio siempre hace calor. Entre las paredes de la taberna debería poderse respirar, pero el ambiente se condensa, el aire se hace pesado y el olor de la comida me causa nauseas últimamente. Eliannor me ha arrastrado hacia uno de esos nichos excavados en la pared que hacen las veces de dormitorio, y ha corrido la cortina con un gesto presuroso, sentándose ante mi mientras escarba en sus bolsas y desparrama frascos de desinfectante, pociones y vendas. Tengo la impresión de despertar de un sueño inquieto y que este se materializa cuando noto el fluir caliente y lento de la sangre en mi brazo. También me duele la cabeza… eso no ha cambiado estos últimos días.

- Deberías habernos hecho caso.- Noto el tono enfadado en su voz, mientras me limpia la herida del brazo.- Ya teníamos suficientes muestras, Theron. Es mejor esquivar esas pozas mientras se pueda.

- Es mejor asegurarse.

- No. Has desafiado la autoridad de Iradiel atacando a ese demonio… y mira como has acabado.

- No es para tanto, llevábamos un buen ritmo y me he emocionado… eso es todo.

- Theron… sabes que confío en ti. Pero desde que nos hemos establecido aquí… en fin… creo que deberías tomarte un descanso, volver a Lunargenta y relajarte, este sitio afecta especialmente a nuestra raza, mellamin.

- El frente está aquí. Es donde debo estar y es donde quiero estar

Suspira. Con un aire resignado mientras corta la venda y rompe el extremo para atarla. Sus gestos son cuidadosos, delicados. Hace apenas una semana que salió de la convalecencia y ya ha vuelto a Thrallmar, a las incursiones, a ocupar su lugar al lado de Iradiel. La observo mientras me venda, veo la sombra bajo sus ojos y un brillo de tristeza acentuado en su mirada, es lo que he estado esquivando durante incontables días:

- Ve con cuidado, Theron, por favor. Me has tenido preocupada…

- Ha sido una… temporada muy extraña… Eli. Lo siento…

Posa el dedo índice sobre mis labios y los besa después, acercándose para ordenarme el cabello mientras me recorre el rostro con la mirada, con una sonrisa suave y dulce, como lo son sus gestos. La tristeza se diluye un ápice en sus ojos mientras me observa, convirtiéndose en una melancolía que afloja el nudo en mi garganta. No puedo contarle la verdad… pero puedo compensarla por mis errores.

-Un día nos iremos… mellamin.- Murmura.- Nos iremos a la torre blanca, a la torre abandonada en la orilla del mar…

- Invocaré huestes del torbellino para que guarden la torre… mi amor, para que nadie pueda separarnos nunca, te investiré en Diosa y Reina y no tendrás que irte nunca más.

- No le daremos explicaciones a nadie… no nos deberemos a nadie, cariño, seremos libres.

Vuelve a besarme con delicadeza, y sus finos dedos me recorren el rostro, dibujan las runas que se marcan sobre la piel. Doy un respingo cuando recorre mi frente, cuando una repentina punzada de dolor me hace contraerme ligeramente, y ella entrecierra los ojos apartando las manos y mirándome preocupada:

- ¿También te ha golpeado en la cabeza?

- Creo que fue la última incursión en la Ciudadela, los orcos de los hornos son especialmente bestias…

- Y tu eres especialmente delicado.- Replica, riéndose con su voz clara.

- ¿Delicado?…no me obligues a demostrarte lo duro que soy…

- Hum…tendrás que esforzarte para que me crea eso.

Soy consciente de cuanto la necesito. Mientras la beso, inclinándome sobre ella, un pinchazo amargo me estremece el corazón, el deseo despierta al amparo de un sentimiento agridulce que se funde entre nuestros labios. Soy consciente de cuanto la quiero. Su respiración se agita y la siento estremecerse, tira de mis ropas y casi solloza al separar un instante sus labios de los míos, me mira sedienta y entregada. Soy consciente del daño que le hice. Me hundo en ella y busco su piel de perla, por que no puedo vivir demasiado tiempo sin su aroma y su sabor de almíbar caliente. Soy consciente de que no hay vuelta atrás.

La Espiral Descendente: Gratitud III

- Mostrándoos lo que he aprendido… maestro.

Mi voz se ha vuelto sibilina. Tal vez ha sido el estremecimiento de ver el repentino terror en sus ojos, cuando sus manos se engarrotan y se arquea en una convulsión tras recibir el beso envenenado. Sonrío, y me deleito en un su sufrimiento un instante. La súcubo de alas violáceas ha intentado saltar hacia nosotros, el restallido del látigo de Vilanda la ha detenido… pero no estoy prestándole atención a ellas, sé que mi súcubo es capaz de controlar la situación ahí detrás. Estoy apretando demasiado la mano que aun sostengo, mientras busco la daga demudando la expresión en una máscara cruel… el fuego comienza a arder mientras se libera… se extiende por mis venas.

-… lo supe… desde que entraste.- Se esfuerza en hablar, entre jadeos, luchando por respirar.- Piénsalo… ¿Y si… la maldición… no desaparece nunca?

Ladeo la cabeza, le observo con los ojos imbuidos de un brillo furioso, como un depredador al que un movimiento ha llamado la atención, y salto sobre él, sentándome a horcajadas sobre sus piernas, apretando las rodillas contra los muslos del orco. Hago pendular la daga ante sus ojos.

- No le escuches.- La voz de Suzanne suena cargada de veneno, a mis espaldas.- Mátalo. Es un hilo del conjuro, sin él se debilitará.

- ¿Crees que el hecho de que vivas o mueras podría cambiar eso?- Ignoro la voz de Suzanne, quiero disfrutar con esto. Las venas se dibujan bajo la piel de su rostro, oscuras como la sombra que está corroyéndole las entrañas.

- Tal vez… sé cosas que… tu no sabes…

- No me importa… maestro.- Enfatizo la última palabra, cargándola de veneno mientras le agarro del mentón. Él aprieta los dientes con fuerza, poniendo la mirada en blanco un instante. – Intentaste manipularme… esa lengua casi hace que me postre a tus pies como el resto de tus estúpidos seguidores. Abre la boca.

- ¿Cuántas… veces te has sentido… parte de algo?.- Es admirable su esfuerzo, la agonía es intensa, noto su tensión debajo de mi, está temblando, contrayéndose.- ¿Cuántas veces… han intentado ayudarte? Dime si… cuanto estuviste aquí… no te sentiste tu mismo. – Un hilillo negro resbala entre sus labios.- Y dime… si fui yo o… fuiste… tú.

- Mátalo… ¡Mátalo!

-¡Abre la boca!- Convulsiona, un borbotón de ese líquido negro vuelve a surgir. Le abro la boca en un movimiento violento y tiro de su lengua, posando el filo de la daga sobre ella. Sigue convulsionando mientras cerceno, cerca de la muerte, no se si es consciente, tampoco me importa, no voy a dejarle ir tan fácilmente. – Vas a tener mucho tiempo para pensar en esto.

- No tengas piedad de él.- Suzanne me pasa un brazo alrededor de la cintura y apoya el mentón en mi hombro, observando al orco mientras me susurra.- Le he visto sacrificar niños. Descuartizar a criaturas inocentes, arrancar fetos de los vientres de sus madres para sus rituales. Haz que le duela… todo será poco.

- La muerte no es suficiente… maestro. Veremos si aun te queda un resquicio de alma.

He amputado su lengua venenosa, me desharé de ella como es debido, pero esto no es suficiente, su vida se apaga ante nuestros ojos, entre estertores y gruñidos ahogados en su propia sangre infectada por la maldición. Coloco las manos en su pecho y musito, el orco parece recuperar un atisbo de conciencia al reconocer las palabras del hechizo, y grita en un gorgoteo sanguinolento, incapaz de resistirse. Creo que estoy excitado, la sombra crepita en la punta de mis dedos, se cristaliza en la palma de mis manos, atrapando su esencia, su alma corrupta y miserable.

- Primero él… luego los demás.

La pálida súcubo del brujo aparece arrastrándose de detrás de un biombo, ensangrentada, grita en infernal intentando detener el ataque, cuando la pezuña de Vilanda se estrella en su cabeza y la aplasta contra el suelo, mirándome después, satisfecha. Dejo escapar un jadeo y aprieto los dientes cuando el cuerpo del orco se queda rígido debajo de mi y la piedra de alma arde al contacto, con el brillo furioso de una consciencia atrapada.

-Alguien debió haberlo hecho hace tiempo… haces justicia. –Me llevo el filo de la daga a la boca, lamiéndolo con un gesto que roza la lujuria. Las manos de Suzanne me recorren el pecho, que se agita con la respiración desbocada. Me siento henchido de una fuerza que no creía poseer, que muerde en las venas y se revuelve en mi interior con el latigueo de una serpiente. No es suficiente.- Solo has empezado… ahí afuera hay un hormiguero… esperando a ser aplastado… mátalos… limpia este veneno… hazles saber lo insignificantes que son… ¡Hazlo!

Me vuelvo y la agarro con fuerza mientras hundo la lengua impregnada de sangre en su boca, me enredo en ella unos instantes, sintiendo la fiebre aumentar y amenazar con consumirme. Están golpeando la puerta, la oigo crujir y ceder y entonces los gritos de los acólitos, las maldiciones en eredun de los demonios. Suelto a la elfa, y basta un deseo para que el fuego que se revuelve en mis entrañas sea liberado con toda la fuerza de su rabia. Pronto está lamiendo el mobiliario y alcanzando togas y carne. Vilanda patea el suelo y se lanza al ataque a latigazos y coces de sus poderosas piernas. No nos van a detener, no pueden detenernos, no ahora que la sombra silba a mi alrededor, no me hiere, me alimenta, su mordisco frío se acumula en mi interior, y es escupido de vuelta con una virulencia implacable, reventando en el interior de los acólitos que nos salen al paso mientras ascendemos sin detenernos, a golpe de látigo, fuego y sombras.

Cuando alcanzamos el piso superior la sangre ya impregna mi toga, gotea desde la daga que sigue hambrienta y cuando Vilanda abre la puerta de una de las salas de una coz, me tomo unos segundos para relajarme y quedarme con los matices de la mirada de la orca que se vuelve sobresaltada y nos mira con un repentino terror brillándole en los hermosos ojos. Es hermosa, si, y está semidesnuda, su piel resplandece en un tono glauco, sudorosa, y las manos de los orcos que la flanquean han quedado petrificadas en su cuerpo unos instantes, antes de que su intento de huida se vea cortado por Vilanda, les oigo gritar a mis espaldas mientras me acerco a la orca que se pone en pie precipitadamente.

- ¿Nos esperabas?

- N… por favor…- Gime, y cae de rodillas. Me acerco, jugueteando con la daga manchada entre las manos, mi voz es un susurro casi dulce.

- No tengas miedo. Venimos a liberarte.

- Tu eres uno de nosotros… quédate… podrías guiarnos… podrías… juntos podríamos hacer tantas cosas…

- Que estupenda idea…- Murmuro, arrodillándome ante ella y tomando sus cabellos, agarrándolos con suavidad en su nuca. Sus labios son apetitosos, los olfateo, acercándome a su boca al hablar.- Llevar a la Legión a la victoria…

- Acéptanos… sé nuestro Maestro… – Cierra los ojos con fuerza y se aferra a mi túnica, cerrando los puños.- Guíanos… te has mostrado merecedor…

- Aun soy dueño de mi alma.

La sangre resbala desde su boca cuando hundo la daga en su estómago. Recuerdo el proceder, y doy un tirón hacia arriba, provocándole un grito que se ahoga en el gorgoteo de la sangre que mana entre sus labios. Suzanne se arrodilla a mi lado, su mirada vuelve a estar transida, se abalanza sobre la orca y pega los labios a su boca aun caliente, oigo el ruido de la deglución cuando traga la sangre con un gesto abandonado y hambriento. Le aparto el pelo del rostro, y la observo unos instantes antes de que deje caer el cuerpo y sea yo el que me abalance sobre ella.

El aroma de la sangre y la carne quemada atiborra el ambiente. Aun no hemos terminado… aun tenemos que festejar, sellar los rituales como es merecido, conduciéndonos a la cresta de la ola hasta perder el sentido. Mi maestro merece que le honremos como es debido… le siento revolverse atrapado en las sombras, seguro que es de puro goce.

La Espiral Descendente: Gratitud II

- Esos elfos se sorprenderán con la llegada de la primera lluvia.

Reconozco esa voz. El orco ha salido de la oquedad tras la catarata. Seguido de una súcubo de alas violaceas y piel blanca, y se ha puesto a hablar con la matrona.

- Luego arreglaremos eso…- Respondo a la orca, con el mismo tono lascivo y una sonrisa cargada de promesas. – Primero tengo que hablar con el maestro. Espéranos.

- Claro. Intenta no desmayarte por el camino. – Se da la vuelta con una carcajada y no tarda en desaparecer por el túnel de acceso a la caverna.

Hago un gesto a Vilanda, que nos sigue hasta que nos detenemos tras el orco. Se me da bien aparentar sumisión, por eso espero a que vuelva su atención hacia mi con la mirada baja y las manos cruzadas bajo las mangas de la túnica. La matrona se nos ha quedado mirando.

- Vaya. Saludos muchacho.- Sonríe con un gesto afable, con ese aspecto de viejo sabio. Sus ojos azules me observan casi con alegría. – Hacía tiempo que esperábamos tu visita… y curiosa compañía traes.

Extiende la mano y acaricia los bucles rojizos de Suzanne, sonriendo esta vez con malicia y un aire de complacencia. La matrona sigue observando a Vilanda, oigo su siseo a mis espaldas, y me tenso imperceptiblemente cuando la matrona retrocede amedrentada, intuyendo lo que tiene ante ella. El orco no parece haberse percatado, pues sigue prestando atención a Suzanne.

- Gatita, lo haces todo tan bien. – Sonríe y vuelve la mirada hacia mi. – ¿Te trajo Suzanne los libros que le di?

Asiento. La pálida súcubo del brujo se acerca a él y le agarra del brazo intentando llamar su atención, pero la aparta de un manotazo:

- No te pongas pesada. El joven Nar’shin y yo tenemos asuntos que tratar.- Se acerca y me agarra del brazo. – Ven, demos un paseo.

La matrona queda en la caverna, observándonos con un brillo de desconfianza mientras nos adentramos tras la cascada, seguidos por su súcubo, Vilanda y Suzanne. Como siempre la presencia del orco resulta engañosamente tranquilizadora, como la de un padre que solo tiene buenos consejos para un hijo perdido:

- ¿Qué tal ha ido?
- Nada mal, maestro. Nada mal desde que me di cuenta de algunas cosas… y sé que irán a mejor. – Mantengo la mirada baja, la actitud de respeto de un aprendiz o un iniciado. – He estado pensando en vuestras palabras, he pensado mucho en ellas.
- Vaya, eso es estupendo, chico.- Me sonríe, y habla con ese suave tono de voz, casi empalagoso.- He estado investigando sobre lo tuyo, y creo que he encontrado algo.
- No teníais por qué molestaros. Fue un error mío.
- Bah. – Me palmea la espalda y niega con la cabeza.- Por cierto, ¿te fueron de utilidad los libros?
- Sin duda… fueron decisivos, maestro. Demostrasteis ser hombre de palabra.

El pasillo desciende en espiral y las teas crepitan, iluminando nuestro paso a intervalos. Oigo el repiquetear de las pezuñas a nuestras espaldas. Vilanda está en tensión, en guardia.

- Deberías venir más por aquí.

Cuando al fin llegamos a la acogedora habitación de muebles de caoba y hogar encendido que recuerdo de mi última visita me permito relajarme un poco al comprobar que el orco no tiene visita hoy. Y sonrío camuflando mi complacencia con un gesto de humildad al sentarme en el sillón que me ofrece antes de ocupar su lugar ante el fuego crepitante.

- Háblame sobre lo que has aprendido estos meses.
- Algo fundamental para alcanzar el verdadero poder… maestro. He aprendido a valorar lo que soy, y lo que podría llegar a ser.

Suzanne se sienta a mis pies, con las rodillas juntas, acomodándose y apoyando la mejilla en mi rodilla, con un gesto felino y mimoso.

- Me alegra oír eso. El camino de la negación es el camino a la propia destrucción.
- Sois sabio.- Hablo mientras acaricio distraídamente el pelo de Suzanne, que frota su mejilla contra mi mano.- Vos me hicisteis ver eso.
- ¿Si?…vaya, solo siento que tu instructor no te hiciese partícipe de eso mismo.
- Mi maestro no supo instruirme como es debido, me temo. – Siento el tacto húmedo de la lengua de Suzanne recorrerme los dedos. El fuego arde dentro, he de ahogar un estremecimiento.- Alguien que alberga dudas no puede transitar el camino del poder… eso me ha hecho perder mucho tiempo.
- Les pasa a muchos.
- Habéis dicho que disteis con la solución…
- Ah, si, es sencillo, pero necesitaré que me ayudes… haremos un mannequin y con algunos componentes confío en que podrá revertirse.

Se acomoda en su asiento y enlaza las manos. Suzanne ha fijado su mirada en mi, penetrante, en estos instantes ni siquiera me fijo en la verticalidad que han adoptado sus pupilas, solo noto el roce de su lengua en mi pulgar cuando se lo mete en la boca. Asiento imperceptiblemente y vuelvo la mirada al brujo.

- Creo… que se como agradecer todo lo que habéis hecho por mi… maestro.

Aparto a Suzanne con un suave gesto y me acerco al orco, ahora sí fijo la mirada en sus ojos, y sé que está viendo prenderse la incandescencia en ella, el fuego arde dentro y sé que debo estar mirándole con una expresión ansiosa, casi arrebatada mientras me arrodillo entre sus piernas y tomo su mano con delicadeza.

-…y… ¿como piensas hacerlo, joven elfo? – Estrecha los ojos, hablando con su voz suave, mientras rozo la piel áspera de su mano con los labios.

La Espiral Descendente: Gratitud I

El ambiente se condesa en la húmeda caverna. Una cascada vierte sus aguas frías en un pequeño estanque que se hunde en el suelo rocoso, su murmullo se entremezcla con los cánticos que se repiten una y otra vez, palabras a media voz, surgidas de gargantas transidas que comienzan a sumergirse en un extraño e inevitable trance. Suzanne ha dejado caer su túnica y responde sumisa a mi tirón cuando la obligo a arrodillarse en el círculo ritual. Su cintura se ve comprimida a un límite que debe resultar doloroso por un corsé de rígida piel oscura, su cabello se desparrama en una cascada de bucles de fuego cuando se inclina y ajusto la mordaza en sus labios. Vilanda permanece apartada, vigilante y ansiosa por participar en un ritual del que la he excluido, puedo sentir su descontento y su excitación cuando el sátiro me tiende la fusta para que pueda unirme al círculo como es debido. El demonio parece supervisar el rito con la compañía de una matrona súcubo de piel purpúrea, que se pasea con la mirada complacida y ardiente, relamiéndose.

No he pasado por alto la figura que se adivina tras la cascada, oculta en la oquedad que se abre tras esta, mientras descargo el primer golpe en la espalda de la elfa, que se contrae y muerde la mordaza en silencio. Mis sentidos están dispersos aunque la letanía luche por tirar de mi voluntad hacia el ritual. El círculo es amplio y las runas dibujadas en el suelo hablan de maldiciones, infertilidad y tormentas, son una mácula sobre la tierra que los brujos alimentan con su particular sacrificio de sangre y dolor. Castigan a sus siervos, que arrodillados en una actitud de sumisión y éxtasis, brindan su tributo y alimentan las fuerzas que comienzan a despertar. Lo siento con cada golpe, cada chasquido y cada gemido despierta un estremecimiento en las entrañas, el poder que crepita y responde a la voluntad, voluntad que se somete a la función del círculo. Todo conforma una extraña canción que lame desde dentro y se retuerce en un intento por seducirme, y la lengua que la desglosa se desliza bajo mi piel y se escurre hacia mi sangre. Me siento arder, el fuego se acumula en mi estómago deseando ser liberado, me cosquillean los dedos y descargo los golpes con mayor ímpetu, dejándome arrastrar por lo que las sombras provocan en mi… las abrazo, las llamo y las encierro dentro de mi para que alimenten el fuego. La contención me hará fuerte, alimentará la furia cuando deba ser liberada.

Las pezuñas de la matrona repiquetean en el suelo cuando se mueve alrededor del círculo. A través de las brumas ardientes soy consciente de todo, y la veo acercarse a uno de los siervos, un elfo con la espalda en carne viva y maniatado, con la expresión ausente del trance en el rostro al que toma de los cabellos obliga a enterrar la cara entre sus piernas. Un sonido gutural surge de la garganta del demonio que arquea la espalda y extiende las alas membranosas. Vilanda se revuelve a mis espaldas, la oigo murmurar:

- ¿Puedo hacerlo yo también? – Pide con voz melosa, a lo que respondo con un gruñido antes de descargar un nuevo golpe sobre Suzanne, cuya piel se ha perlado de sudor y ya comienza a sangrar. La oigo chasquear la lengua y apartarse y la siento estremecerse de deseo cuando el gorgoteo de la sangre surge de la garganta del elfo, que atravesada por la daga de la matrona derrama el cálido y rojizo líquido sobre el ávido sexo del demonio, que una vez superado el culmen de su éxtasis suelta el cadáver sobre el círculo de runas. También el ritual está alcanzando el clímax, las voces han acelerado los cánticos, aquellos que permanecen de rodillas y reciben los inclementes golpes dejan caer las cabezas hacia adelante y se tensan, los sellos alimentados por la sangre fulguran sobre la roca y la energía se arremolina a través de nosotros. No puedo evitar que arrastre algo de mi furia… pero la mantengo dentro, atada e incombustible mientras me dejo caer de rodillas, resollando… ni lejanamente agotado. El pelo se me pega a la cara y me oculta el rostro, observo a Suzanne con una punzada de preocupación, deslizando una piedra de salud al posar una mano sobre su mano. Le arranco la mordaza y su resuello acelerado casi se rompe en gemidos. Mantenía los ojos cerrados con fuerza, y al abrirlos veo la excitación brillar con fuerza en el fondo de una mirada de pupilas dilatadas.

- Suzanne

Intento apremiarla a reaccionar cuando se acerca a nosotros una de las brujas que mantenía el círculo. Una orca de sugerente anatomía y mirada rasgada. Me pongo en pie, agarrando a Suzanne del brazo y obligándola a incorporarse conmigo.

- Te recordamos…- Me dice casi en un susurro, deslizando un dedo por la correa del corsé que comprime el sexo de Suzanne, mientras me mira.- Tu eres quien abrió el vial… la última vez.

- No yerras. – Sonrío con un aire de orgullo. El fuego se comprime en mis entrañas.

- Tu puta se ha mojado tanto que podría ahogarse.- Su tono de voz suena lúbrico mientras aparta la mano del cuerpo de la elfa, que sigue resollando, apoyándose contra mi. – Subid conmigo a la planta superior… podemos pasar un buen rato los tres.