miércoles, 7 de julio de 2010

La Espiral Descendente: Solsticio II

La caverna se ensancha… hemos llegado al primer pozo de sacrificios, nos abrimos paso entre la multitud de túnicas, respirando el ambiente cargado del olor del incienso y la sangre, y me detengo al escuchar el gemido quejumbroso del sacrficio de Solsticio, una Ninfa lacerada, anclada al suelo por sus pezuñas, maniatada. El sátiro que oficia el ritual graba con dedicación las runas sobre su piel, ignorando los gritos de la criatura que se arquea entre las cadenas incapaz de escapar. Me obligo a apartar la mirada, los cánticos me martillean las sienes, los gemidos de la ninfa parecen unirse a la salmodia… casi suena armonioso, casi suena dulce. Vilanda tira de mi, hacia el corredor que desciende hacia el resto de cuevas, me pongo en marcha de nuevo, dejando atrás la sala atestada y el influjo del ritual.

Sé donde está, será fácil, obtendremos lo que quiero, nos marcharemos sin levantar revuelo… devolveré las cosas a su lugar, como siempre debieron estar, nadie sabrá nada. Será fácil

Giro un recodo, y casi me doy de bruces con la figura imponente de una súcubo de piel purpurea, la recuerdo bien, pertenece al orco al que busco. Me mira con curiosidad y aletea suavemente, esbozando una sonrisa taimada. Me estremezco al atisbar a su espalda a la Lilim, que fija su mirada de perturbadora inocencia en mi.

- Te vas a perder el ritual.- Sisea la súcubo.

- Necesito hablar con tu señor.- Contesto, apartando la mirada de la niña, intentando sonar firme. El demonio frunce el ceño, su trenzado cabello devuelve destellos azules, profundos.

- Mi señor está reunido… ¿que quieres, elfo?

- Eso son asuntos que solo nos conciernen a tu amo y a mi, demonio.- Replico, endureciendo la mirada. Pero casi se me corta la respiración al escuchar la vocecilla cristalina, y ver el rostro que se asoma desde detrás de la súcubo, fijando las ascuas de sus ojos en los mios. Su presencia eclipsa a las de las súcubos, por un momento olvido para que he venido.

- ¿Eres un elfo?

Asiento. Tengo la boca seca. Un escalofrío me recorre la espalda.

- Llévale, Lavinia. Me gusta. – Y su sonrisa se ensancha, terrorífica, sin un atisbo de humanidad o candidez en ella… y sin embargo resulta perturbadoramente apetecible en su espejismo de falsa pureza. ¿Que clase de brujo puede mantener bajo su control a tal ser…?. Rie, y sé que sabe lo que estoy pensando. – ¿Vamos, elfo?

Me siento aliviado cuando rompe el contacto visual y nos abre el camino hacia la cámara. Pero no puedo dejar de observarla, el contoneo gracioso al andar, los pies descalzos, gráciles sobre la roca fria, parece deslizarse como una bailarina irreal. Vilanda se agita tras de mi, nerviosa, amedrentada. La súcubo de piel purpurea desaparece tras una puerta labrada de ébano, y vuelvo a sentir el peso de esa mirada arrebatadora sobre mi.

-¿Como te llamas?.- Pregunta con naturalidad.

- Nar…. Nar’shin.- Respondo, en un murmullo entrecortado. Ella me mira la muñeca lacerada.

- ¿No te gusta el ritual, Nar’shin? – Me doy cuenta de que me cuesta hablar… es su olor, femenino, almizclado… primitivo

- A veces… hay cosas que se interponen a nuestros deseos. – Musito. Y agradezco el chirrido de la puerta al abrirse, que me hace volver los sentidos a la súcubo que nos franquea el paso a la estancia. Tomo aire.

Una sala nos acoge con un aire de normalidad que resulta perturbador. El hogar arde invitando a tomar asiento en los tapizados sillones, una luz tenue y agradable inunda la estancia desde los candelabros, tapices visten las paredes… como en la casa de cualquier noble. Ese aire acogedor me resulta extraño. Reconozco a una de las dos figuras que se sientan frente al hogar, una es el orco, aquel al que he venido a buscar, la otra mantiene su rostro vuelto hacia el fuego, y solo veo un perfil de facciones suaves, y las afiladas orejas propias de un Sin’dorei. El orco avanza hacia mi, cubriendo la imagen de su invitado.

- Vaya… me alegro de que hayas vuelto. – ¿Donde me he metido? – ¿No asistes al ritual?

- Espero no haber interrumpido nada importante.- Comienzo. La presencia del elfo me altera, cambia todos los planes.- Necesitaba hablar con vos…

- En absoluto, solo charlábamos.- Me mira y sonríe, cordial, afable, y me dedica un gesto invitador hacia una de las altas sillas de la estancia.- Toma asiento y cuéntame que puedo hacer por ti.

Su otra súcubo asoma por detrás de un biombo, se pasea por la estancia con andares indolentes. No tengo posibilidades… pero necesito resultados… los necesito.

- ¿Recordais el motivo por el que acudí a vos?. – Asiente y sonríe, se dibujan unas arrugas afables alrededor de sus ojos, hay algo en esa sonrisa que calma mi ansiedad.- Los… resultados no fueron satisfactorios.

- Hm… ¿si?. No me digas…- Me mira, preocupado, su tono de voz empalagado de esa preocupación. – Dime que ocurrió, si eres tan amable.- Dirige una fugaz mirada a la súcubo de cabello azulado.-Oh, Lavinia, sírvele un poco de vino a mi invitado, afuera hace frio.

Me siento abrumado. Acepto la copa que me tiende el demonio. Los pensamientos fluyen sin sentido por mi mente.

- Yo os pedí… algo que consideré inofensivo para la integridad física de la víctima.

Por el rabillo del ojo veo a la Lilim, sentarse a los pies de la butaca del extraño, una mano enguantada le acaricia los rizos dorados, y esta entrecierra los ojos satisfecha. No puedo evitar pasear la mirada entre ellos y el orco, inquieto.

- ¡Hay que ver, muchacho!… ¿Desde cuando una maldición es inofensiva para la integridad física de nadie?

- Solo quería una maldición de esterilidad…- Trato de defenderme, a pesar de sentir el peso de la vergüenza que sus palabras vierten sobre mi.

- ¿Y que pasó?

- Abortó…- Musito, impulsando las palabras a través del fuerte nudo en mi garganta. La mirada del orco es como la de un padre… y me siento como un niño estúpido, llevado por caprichos pueriles.

No… no es mi culpa… nunca le haría daño, jamás…

- ¿Y te aseguraste de que no estuviera embarazada antes de que la maldijeramos?

De estar bebiendo me hubiese atragantado. Escucho a la Lilim reirse tras el orco. Noto el sabor de la bilis en la boca reseca. Estúpido… maldito estúpido. Es el sabor de la impotencia, lo mastico con asco.

- ¿Como puedo retirarla?

- ¿Retirarla? – Asiento, no me atrevo a mirarle. Vergüenza.- No soy un mago, chico. Esas maldiciones están hechas para durar. Están hechas para que al retirarlas las consecuencias sean…

- Peores…- Termino la frase.

Les odio… les odio…

- Peores… si. Espero que no le tengas mucho aprecio a la víctima. – Sacude la cabeza, parece realmente preocupado, se lleva la mano al mentón, pensativo.- Veamos que se podría hacer… Menudo aprieto.- Vuelve la cabeza hacia el extraño del sillón.- ¿A vos se os ocurre algo?

El extraño tarda en contestar, pero se me hiela la sangre cuando al fin reconozco el acento suave del Thalassiano en su voz… y tengo la absoluta certeza de que la he escuchado antes.

- Se me ocurre que tal vez no os lo ha contado todo.

- Oh! ¡Vamos, vamos!.- Contesta, riendo, y se acerca para palmearme la espalda. – Menos mal que yo no soy un desconfiado ¿eh?. – Dice guiñandome el ojo, y su rostro se vuelve algo más serio, pero conciliador.- Mira, hagamos una cosa. Vamos al ritual, que a este paso me lo voy a perder entero, y mientras pienso en que se puede hacer. ¿Vale, chico?

Me lleva hacia la puerta. Le sigo… me siento como un niño aplastado bajo la lógica adulta. Sé que si acepto el favor será mucho peor… pero no tengo otra opción. Le sigo, perdiendo de vista al extraño elfo de la cámara. Sintiendo el brazo del orco en mi espalda, conciliador, amable, juraría que puede entenderme. Huele a limpio, a plantas y jabón. Sé que el elfo nos sigue, no puevo volver la cabeza para mirarle, el fuerte brazo del orco me rodea y solo me permite mirar hacia adelante:

- No suelo quitar lo que pongo… si me entiendes. – Dice bajando un poco la voz, su trato resulta tremendamente cercano.- Aunque harías mejor preguntándole a un mago creo que debe tener vuelta, no te preocupes.

Les veo por el rabillo del ojo al volver ligeramente la cabeza, el rostro ensombrecido por la capucha del elfo, el movimiento fluido del demonio a su lado. Oigo al orco susurrarme, cómplice, intenta mostrarse tranquilizador… y tengo la impresión de que consigue su propósito, he debido ponerme en tensión de nuevo.

- No la mires demasiado… o acabarás mal. – Dice con tono alegre, como si hablase de un perro, con una naturalidad apabullante.- Mira que le tengo dicho que con eso no se juega… pero nunca me hace caso, un día acabará mal.

- Nunca había visto una de esas..- Musito. Y le oigo reirse, es una risa clara, sin atisbo de burla o maleficencia.

- Ni las verás. Si quieres te cuento como invocar una.- Me suelta felizmente, y me esfuerzo en centrarme en lo que me trae aquí. – Umm… no, mejor esperar a que tengas tripas para oirlo, aun eres jovencito ¿eh?

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