domingo, 12 de junio de 2011

Interludio: El palacio de los Caminantes

Al fin hemos alcanzado las puertas del palacio. Llevamos días acampados junto con el Sol Devastado, después de la toma del puerto de Quel’danas conseguimos establecernos y afianzar nuestra base. Nunca imaginé que llegaría a ver draeneis en nuestras tierras, y aun me habría parecido más inverosímil ver a los arúspices de nuevo en el reino. A pesar del dramatismo de la situación este hecho hace que se respireun aire contenido de victoria, y una libertad como hace tiempo no hemos disfrutado aquellos agraciados con la verdad.

Estamos en la vanguardia, Iradiel abre el camino junto con el tauren, Ravenheart, Eliannor permanece a mi lado, y Kirathael protege con sus rezos e invocaciones desde la retaguardia, algo separado de nosotros. Hemos conseguido cruzar las puertas sin demasiados problemas, seguidos por los soldados del Sol Devastado que van dispersándose hacia las distintas zonas del palacio de los Caminantes. Me siento como un sacrílego, como si cada paso que doy fuera una mácula en el pavimento limpio de los jardines. No deberíamos estar aquí, nada debería ser como es, ojala no lo sea, ojala los equivocados seamos nosotros. Dicen que Kael’thas no ha muerto, dicen que sigue aquí… dicen que está perdido, dicen que debe morir. Creo que ninguno lo acabamos de creer, que todos avanzamos con una esperanza débil atenazándonos el corazón en un último suspiro.

Veo en el rostro de mis hermanos lo que esto supone. No es la primera vez que nos vemos forzados a abrirnos paso a costa de las vidas de nuestros hermanos, ellos hacen su trabajo, nosotros tenemos que hacer el nuestro aunque roguemos por estar equivocados. Iradiel nos hace un gesto tenso para que nos detengamos, la frialdad convierte su rostro en una suerte de imagen cincelada, pero veo a la perfección el brillo furioso en sus ojos, teñidos de una amargura que a veces se me antoja un espejismo. Ni siquiera se sienta, Kirathael se acerca a él y al tauren para revisar su estado, tiene parte de la capa quemada y una expresión entre amarga y desdeñosa le destella en la mirada cuando se acerca a mi, mirándome de arriba abajo con su aire de perdonavidas. Un fogonazo de rabia se prende en mi estómago, y por unos instantes me olvido de donde estamos y por qué. La luz destella y muerde en la quemadura de una explosión arcana que me ha alcanzado el brazo, siento ganas de escupirle, pero de mis labios solo brota un agradecimiento rasposo.

- Theron, asegúrate de salvaguardar a Kirathael, le tienen en el punto de mira.

La voz imperativa de Iradiel me devuelve a la realidad. Hemos venido a dejar las cosas en su lugar… yo también tengo cuentas que ajustar. Asiento y miro al paladín que sigue ante mi, que tuerce los labios en una expresión de fastidio, esperando con resignación a que yo haga mi trabajo y le asegure el regreso si uno de esos magos de batalla que protegen el palacio le deja sin aliento. Abro la faltriquera de almas y rebusco entre los cristales, puedo reconocerla con el simple tacto, está más fría que las demás, el corazón luminoso que late en su interior es de un intenso azul en lugar del púrpura profundo de las piedras que suelo emplear, en su interior no late un alma como en las demás. Apenas le doy tiempo a fijarse en ese detalle cuando estrello el fragmento contra su pechera, fijando la mirada en sus ojos un solo instante. Le he golpeado con fuerza, me ha agarrado de la muñeca y me aparta con un tirón brusco, frunciendo el ceño y mirándome con un parpadeo confuso.

- De nada. – Le espeto. Gruñe y se vuelve. Le observo por si se ha percatado de algo, pero toma su posición algo alejado de la maga y de mi. Nadie parece haberse dado cuenta. Aprieto los dientes con la ansiedad y la ira vivificadas en mi interior y les sigo al paso cuando volvemos a reanudar la marcha.

Las sombras se vuelven mordientes, van erosionando la amargura y sustituyéndola por ira, un sentimiento que afronto con más entereza y le da fuerza a mis ataques. Ya ni siquiera me impresionan los despojos de aquellos consumidos por el vil con el que el Príncipe premió a sus mejores hombres. Sigo por inercia, sin detenerme a pensar en cuanto nos parecemos, sigo por inercia hasta que me doy cuenta, como despertando de un sueño profundo, de que no estábamos equivocados, de que el despojo que nos esperaba en la cámara real fue la esperanza de todos nosotros. Despierto con el llanto ahogado de Eliannor, sintiendo que me falta el aire en los pulmones, con la mirada fija en el cristal verde y resplandeciente que le asoma del pecho al que fuera nuestro Príncipe, preguntándome si eso le ha mantenido con vida, si es lo que le ha consumido hasta volverle loco. Los Soldados del Sol Devastado han cerrado el círculo alrededor del cadáver, guardando un silencio de amargo respeto. Siento las miradas de algunos de ellos como cuchillos sobre mi, sé lo que se están preguntando, sé las respuestas a mis preguntas y a las suyas, y no soy capaz de enfrentarlas ahora. Me escabullo entre ellos y me alejo sin mirar atrás, pasando ante un pálido Kirathael, cuya expresión habría hecho mis delicias de no estar quemándome el miedo y la angustia en el interior.

miércoles, 14 de julio de 2010

El regalo de Nashidra

Siempre bajamos al submundo para las cosas de las que luego no solemos hablar. El Sagrario es un agujero bajo tierra, forrado de telas caras e iluminado como un prostíbulo, predispone el ánimo a la ilegalidad y al conciliábulo, aquí se me han pagado de diversas maneras los más inconfesables favores a señores y siervos… y también cortesanas. Me resulta muy extraño que sea Eliannor la que tira de mi manga con insistencia, cuchicheando mientras descendemos por la rampa a toda prisa seguidos por la fría presencia de Nashidra cuyas ojeras hacen juego con la toga morada que la cubre hasta el cuello.

- Nashidra tiene que pedirte algo… ya es hora de que espabile.

- Tiene boca para pedirlo por ella misma.

La maga se cruza de brazos y mira a Eliannor de reojo. Lleva la cabellera leonina recogida con una cinta oscura, está pálida y veo en ella un ligero reflejo de mi mismo en estos últimos días.

- Quiero que encierres en una de esas piedras al demonio que habita en mí.

No es que no lo hubiese notado, basta mirarle a la cara para saber que algo no funciona ahí dentro. Nashidra siempre ha tenido una presencia un tanto inquietante pero nunca ha acabado por convencerme su olor… no huele a demonio, o al menos, a un demonio normal.

- No preguntes.- Dice cuando me ve abrir la boca.- Es una historia larga y no te interesa.

Es cierto, no me interesa como ha acabado eso ahí.

- Haré esto por que eres amiga de Eliannor, lo que me pides es algo complicado… por lo que me conformaré con quedarme con esa esencia que te acompaña.

Eliannor sonríe y se acerca para besarle la mejilla. Me aprieta la mano y me da las gracias en un susurro. Lo cierto es que no me tomaría ninguna molestia de no considerar esa extraña presencia de valor para mi. Eliannor me habló de los problemas de personalidad de esta mujer, yo los he sufrido en alguna ocasión, sea lo que sea lo que habita en algún rincón de sus mientes le retuerce la conciencia sutilmente, hasta el extremo de haberla llevado a perder los papeles en alguna ocasión. Y si mi intuición no anda errada ese ser debe agotarla con la constante demanda de energías arcanas para su sustento.Puede que al fin y al cabo si sea digno de interés como demonios ha acabado eso ahí dentro.

La sala está en penumbra, apenas hay movimiento tras los cortinajes de algún reservado, que se agitan perezosamente. El orbe que refulge en el centro de la sala nos tiñe el rostro de verde y enciende aún más nuestras miradas. Indico a la maga que se siente mientras Eliannor se retuerce las mangas de la toga tras de mi.

- Nash… es lo mejor para ti. Esa cosa no te deja olvidar, no te deja ser tu misma y ya es hora de que vivas. Las cosas pueden ir bien.

La maga responde a los ánimos de Eliannor con un breve gruñido, mirándome de reojo al sentarse en uno de los enormes almohadones que rodean el orbe. Creo que jamás la he visto sonreír, pero entiendo que ahora no lo haga, nos une un sentimiento de apatía y tristeza común. Ella ha perdido a su amante, yo he perdido a mi hermano. Le levanto los párpados sin contemplaciones y cierro las manos en su cabeza, presionando con los pulgares en sus sienes.

- No hagas el paripé. Sé rápido o acabaré por arrepentirme… al menos este bicho me hace compañía.

- Déjame trabajar, no vaya a confundirte con el demonio.

Me concentro. No me resulta difícil, tan siquiera en presencia de nadie. El rumor de la energía que desprende el orbe suspendido en el centro de la sala me ayuda, de alguna manera hace más evidente esa presencia agazapada a mis sentidos. He fijado las yemas de los dedos entre los cabellos de la maga y presiono con firmeza al reconocer al ser que se retuerce en su interior. Oigo a Eliannor contener la respiración tras de mi cuando mi voz suena en un susurro imperante, con el acento retorcido del Eredun, siempre suena diferente cuando utilizo el idioma de los demonios, siento las palabras enroscarse en mi lengua y deslizarse en mi interior con su caricia ominosa. Siempre me ha resultado agradable.

- Shi x ze. ¡Ul mannor!

La elfa se tensa, sus manos se cierran en mis muñecas con fuerza. Gruñe y se revuelve, pero no me aparta. La energía se retuerce a su alrededor y se condensa, chisporretea y descarga la electricidad en forma de arcos azulados que comienzan a envolverme las manos. No me dejo impresionar, sigo repitiendo para mis adentros la fórmula, con la cadencia impositiva que uso con cualquiera de mis invocaciones.

Ven a mi. Te invoco. Ven a mi.

- ¡No quiere irse!

- Nash… ¡Suéltalo!. ¡Tienes que despacharlo tu!.- Oigo a Eliannor gritarle.

Tengo la sensación de tener las manos cerradas sobre la cabeza de un enorme reptil que se debate bajo la presa de mis dedos. Latiguea de un lado a otro y se resiste a mi contacto, pero tengo los dedos clavados en su testa y estoy tirando hacia mi. Siento la sangre fluir en las venas, fría como la sombra que despierta y se retuerce, enredándose en esa presencia, en el interior de Nashidra, que ahoga el llanto con los dientes apretados. Nadie dijo que fuera a ser indoloro.

- ¡Vete! ¡Agh, basta!

No basta. La red se va tejiendo en su interior, zarcillos tan fríos que abrasan por donde reptan, se cierran alrededor de la energía que se agota, tejiéndose con precisión. Mi voz marca el camino con el continuo recitar, le oigo gritar como se oyen los pensamientos, tras mis tímpanos, vertiendo en mi mente toda clase de imágenes terribles, de venganzas sangrantes y amargas. Ya les conozco, no me da miedo, y tiro con fuerza, tiro de las manos de Nashidra, tiro de mis hilos oscuros y de la energía que crepita y lucha por no ser absorbida. El frío mordiente se condensa en las palmas de mis manos, esa consciencia alienígena fluye hacia mi, constante, parece que no vaya a agotarse jamás. Oigo el primer cristal rebotar contra el suelo, Eliannor lo mira sin atreverse a recogerlo y entre mis manos siento la dureza de otra gema imposible, formada por el tejido en el que encierro a nuestro amigo, que deja de gritar en el interior de mi cráneo cuando al fin la energía deja de crepitar y Nashidra se deja caer sobre el almohadón, resollando y sudorosa. Eliannor se acerca y la abraza, la oigo sollozar al sentarme en el suelo y coger las gemas en las que ha quedado recluido el demonio. Destellan con una intensidad furiosa, las guardo mientras me arrastro a uno de los almohadones y me dejo caer en él.

Es curioso como actúa el destino, poniéndote en las manos lo que necesitas para dar el siguiente paso.

martes, 13 de julio de 2010

Vacío II

"Me dormí con el olor del cuero impregnado en sus cabellos cosquilleándome en la nariz, abrazado a él como un crío se abraza a su hermano en una noche oscura. Su presencia siempre me ha hecho sentir seguro, creo que me recuerda a Ykrion, algo en su manera de hablar, de mirarme cuando lo hace. Sé que es sincero, puedo leer en él, no me desprecia, no me esconde nada y tampoco yo a él. Le he contado lo que sucedió con Eliannor, le he contado que fui capaz de levantarle la mano en uno de esos vergonzosos accesos en los que la ansiedad me descontrola… nunca hay reproche en sus ojos de oro líquido, él no me juzga, puedo mirarle sin culpas y sé que me escucha en la misma medida en que yo le escucho a él. No le obligué a volver de su cautiverio entre los muertos por que Elriel me lo pidiera… le obligué por que le necesitaba, le obligué por que es mi hermano aunque no compartamos la sangre que corre por nuestras venas. He derramado lágrimas en sus manos, y sus abrazos han calmado las heridas más de lo que podría hacerlo la luz. Fui egoísta, traicioné y engañé para tenerle de vuelta, lo volvería a hacer… obligarle a cumplir sus promesas.

- Todo saldrá bien… encontraremos un remedio."


Los cascos de Desidia fragmentan la tierra cuarteada y reseca. Saltan esquirlas de fuego como si la tierra se prendiera a su paso furioso. Aprieto las riendas hasta que los nudillos comienzan a doler, ahogándome en la atmósfera irrespirable de la Península. El chirriar del cuerno de guerra que es la voz del Atracador llega en ecos a los riscos áridos que bordean el camino, la tierra tiembla y hundo las espuelas en los flancos del corcel, que galopa descontrolado hacia el valle que se abre como una herida sangrante a un lado del camino. No hay oxígeno suficiente… y ahora es fuego lo que respiro, cuando el sonido atronador del galope se convierte en un chapoteo. Y el vacío comienza a prenderse, aúlla con un millón de voces, todas ellas con un aspecto de la ira en la que se transforman el hueco y los fragmentos del recuerdo que se mantienen fijos como cuchillas rotas en la carne.

"Me mira con los ojos acuosos. No entiendo por que se emociona de esta manera, yo estoy jodidamente cabreado, cabreado por que está ciego y le veo correr de frente hacia la pared contra la que piensa estrellarse. Kirathael espera al otro lado del Bancal de la Luz, mirándonos de reojo mientras hablamos entre susurros cortantes.

- Joder Theron… te prometo que no volverá a pasar. Esta vez es distinto… hemos estado hablando, ¿sabes?. Él me quiere, quiere volver… y no veo razones para seguir sufriendo por esto.

- Es tu decisión, Nym… pero te juro que…

Me abraza. Suspiro. Cuando le miro a los ojos veo condensarse las emociones en forma de lágrimas, me guardo las palabras.

- Gracias por preocuparte por mi, Theron. Pero todo irá bien. Ahora es distinto.

Kirathael se ha acercado, impaciente por la espera, solo tengo una mirada de rencor hacia él cuando me vuelvo dispuesto a irme, dejándoles a solas. No hago promesas en vano.

- Si vuelves a joderle te juro que te mataré. "

Los ojos de los demonios parpadean a mi alrededor, como luminarias contagiadas del verde enfermizo de las pozas, sus presencias se abren al paso del corcel encabritado, su relincho resuena como un chirrido en el angosto valle anegado de sangre demoníaca, las cuencas vacías del gargantuesco cadáver del que brota nos observan de lejos. Puedo respirar, el fuego me llena y estalla en mis entrañas, grito dejando salir la rabia que me mordisquea. Desidia caracolea, se levanta sobre los cuartos traseros y parece rugir, agitando las crines prendidas de llamas que se han tornado glaucas, intento detenerla pero se desprende de mi con una sacudida furiosa que me precitita hacia el barro resplandeciente. El clamor en mi interior me ensordece, amortigua el dolor de la caída que me deja hundido en el cenagal, el olor de la sangre me azota los nervios en cada bocanada y hundo las manos en el fango intentando contener la respiración. Los aullidos me golpean los oídos desde dentro, el hambre me devora y evapora los recuerdos, me desnuda sin clemencia. Las runas en mi piel se inflaman, siento como se abren nuevos símbolos como si una cuchilla precisa y al rojo las estuviera grabando en mi carne, el fuego restalla, me alimenta y me consume en un ciclo tortuoso que parece no tener fin. Todo lo que soy, todo lo que fuera comienza a perder sentido, engullido por esa rabia ansiosa, por ese hambre insatisfecha que despierta con más fuerza que nunca, que sepulta bajo la rabia la aridez de la soledad. Algo más ha muerto en ese camastro y no solo el brillo de unos ojos de oro líquido. Algo titila, débil, y se ahoga en el fuego que impregna mis lágrimas.

Recuérdame riendo.

Te quiere ,

Nym.

Vacío I

La mantícora rompe el silencio con el batir constante de las alas. El paisaje rojizo se extiende, salpicado de figuras pinchudas que caracolean de un lado a otro. Observo cada sombra con mirada ávida, esperando encontrarle enfrascado en una lucha contra uno de esos inmensos jabalíes, buscando el sustento para la base de Thrallmar donde fue destinado hace semanas. No hay ninguna presencia a parte de los animales mutados y los demonios que vagan cerca de las forjas. Mantengo el puño apretado, bullendo de inquietud por dentro, me quema el papel arrugado en la mano como si fuera brea prendida.

No tengo palabras para describir la cobardía que es, huir sin darte un ultimo abrazo…

En el campamento nunca hay silencio. Los gritos hoscos de los orcos se elevan sobre el golpeteo de los obreros que reconstruyen incansables las murallas, rugiendo las órdenes a los destacamentos que se envían a las forjas de la legión y la Ciudadela que se recorta entre la bruma abrasiva de la Península. Soldados montados en lobos cruzan las puertas, los sacerdotes se afanan en atender a los heridos que regresan de las misiones rutinarias. Busco entre ellos una mirada ámbar, un destello de cabellos como el fuego, pero no le encuentro entre ellos. La saliva se me está volviendo amarga en la boca, se me seca la garganta de ansiedad en cada paso que me separa de la posada y en la cual no le encuentro. La nota cruje en la palma de mi mano cuando cierro el puño hasta clavar las uñas en el guante.

…marcharme abrumado por el dolor, sintiendo como me sangra en el corazón el amor que siento por ti.

La posada me recibe con una bocanada de aire caliente y el olor rancio de las gachas de hojaespina con las que se alimenta a las tropas. El vocerío parece suavizar el volumen cuando varias miradas reparan en mi presencia, oigo a los orcos con claridad y no se me escapa el gesto de uno de los veteranos deteniendo al orco que se levantaba empuñando su hacha. Pinkus asiente al verme con un gesto de reconocimiento y se acerca a la mesa en la que me siento con una bayeta mugrienta incapaz de hacer otra cosa que esparcir la suciedad cuando la pasa sobre el tablero de madera.

- ¿Qué va a ser?

- Siempre haces la misma pregunta cuando solo tienes la misma bazofia que ofrecer. – Se encoge de hombros mientras miro en derredor. No le reprocho el sabor terrible de sus guisos, es un no muerto. – No vengo a tomar nada. Estoy buscando a alguien.

- ¿A quien?

- Uno de los nuevos… llegó hace poco.

- ¿Cuál de los cientos?

- Elfo, Caballero de Sangre, pelirrojo.- Va negando con la cabeza a medida que desgrano la descripción, hasta que alza las cejas al reconocer algo.- Pelo largo… responde al nombre de Nymrodel.

- ¿Pecas?.- Asiento, el tono del posadero es tan desapasionado como siempre, no importa lo terribles que sean las palabras, las descarga sin más.- Eligió venir a morirse aquí ayer.

Eres el único amigo que he tenido en mi vida, el mejor amigo que nadie hubiera podido tener.

-… que? – La silla ha caído tras de mi al ponerme en pie, ni siquiera oigo el estruendo que hace que los orcos se vuelvan hacia nosotros. Pinkus señala un jergón de paja en un extremo de la sala.

- Lo recuerdo por las pecas. Pensé que estaba borracho o intoxicado del vil, vomitó algo y no se volvió a levantar.

El jergón está vacío, revuelto. Vuelvo a mirar en derredor, los orcos me miran de reojo y hablan por lo bajo. Deben haber cometido un error, debe estar en las dunas, le habrán enviado al zepelin accidentado a por piezas para las catapultas. No está aquí… simplemente. Hace demasiado calor, y no puedo respirar.

- ¿Dónde le han llevado?

- Ni idea. Los orcos sabrán. Yo cuando un elfo la espicha aviso al capitán.

Trago saliva y tomo aire, tengo la sensación de que no me llega a los pulmones, de que no tengo nada bajo las costillas. Los ojos sin vida de Pinkus me observan un instante, se me clavan sus dedos huesudos en el brazo cuando tira de mi.

- Ven… ven muchacho. Llevaba esto consigo…- Reconozco el morral que deja sobre el mostrador, ante mi. Cojo la bolsa y la aprieto contra el pecho.- Solo he cogido lo que me debía.

He sido muy feliz contigo

Aquí no importa una muerte más, han visto cientos de vidas siendo engullidas por esta tierra requemada, nadie llora por nadie. Pinkus señala el consistorio cuando consigo preguntar de nuevo, con la rabia royéndome las entrañas a falta de otra cosa. Me arden los ojos e intento mantenerme frío, aquí nadie llora por nadie. Las voces se mezclan en el exterior, los peregrinos se reúnen en el centro del campamento, con sus togas polvorientas y las manos alzadas hacia el sacerdote que les guía, vomita sus promesas, su voz se me retuerce en el estómago con un latigazo de angustia.

- ¡El maná brota del suelo! ¡Solo tenéis que alzar las manos y tomarlo! – No le oigo, su voz se apaga.- …paraíso… no sufrir más… libres…

Algo se deshace en mi interior en cada paso, como el agua escapándose entre los dedos, o la sangre de una herida demasiado profunda, una herida que no se ve y por la cual gotea el alma. Cada vez que exhalo este aire pegajoso pierdo algo de mi mismo que soy incapaz de contener. Me arden los ojos, pero el fuego consume por dentro. Conozco al elfo que me está hablando, apenas le oigo, estoy concentrado intentando no ahogarme, seguir respirando, recordar como se camina:

- Siempre es duro perder a los jóvenes… - Me ha puesto la mano en el hombro, tiene canas, y la mirada triste, pero no sé que dice.- …en Lunargenta… hace poco que fue ascendido… lo siento de veras.

No veo. No escucho. No siento. Los soldados me apartan a empellones en la salida, el aire en la base no es suficiente, tengo la sensación de arrastrarme bajo el lodo, de estar respirándolo, repta frío y sin vida en mi interior, llenando un hueco doloroso y demasiado profundo que se traga el llanto y las lágrimas que me niego a derramar.

Me diste una vida que no me merecí, y que he desaprovechado amando a quien no debí y que hoy me ha vuelto a matar.

Algo está muriéndose en ese hueco, algo tiene hambre y sed y grita con voz muda, los jirones de un tapiz irreconocible, mancillado y ensuciado por las manos que lo bordasen. No queda nada, solo un hueco que aúlla de hambre.

jueves, 8 de julio de 2010

La promesa del Pastor III

- No lo hemos tocado.- Una voz femenina, entre susurros.- Sangrevalor ha dicho que es de los nuestros.

- Dicen que volvían a levantarse… y sus heridas se cerraban al instante. Tenían esas mismas runas. ¿Por qué no le han ejecutado?

- Luchó para defender a los Caballeros del ataque, cuando le subieron estaba casi consumido. Y es uno de los hombres del Fénix de Sangre.

- ¿Ha despertado ya?

- No… esa herida es terrible, aunque su vida no corre peligro. Parece que el arma con la que le hirieron estaba contaminada.

- ¿De que?

- Aun no lo sé.

Oigo los pasos alejarse. Tengo la impresión de estar sobre la cubierta de un barco que se mece de un lado a otro sin ninguna estabilidad. Cuando abro los ojos, veo a Eliannor sentada, pálida y ojerosa, sujetándome una mano mientras aferra con la otra la mano de su marido inconsciente en el camastro contiguo, la observo en silencio, recuerdo con meridiana claridad todo lo ocurrido y no tengo ninguna palabra de consuelo para ella… ni para mi. Se levanta como un resorte cuando se da cuenta de que abierto los ojos y me ayuda a incorporarme, apartándome el cabello del rostro y dándome de beber. No había sido consciente de la sed que tenía hasta este momento, casi vacío el odre y aun me muerde la sed las entrañas, pero no es agua lo que necesito.

- Lo vieron brillar en la isla donde nacen los dracohalcones.

No respondo, me escurro de nuevo hasta la cama, asintiendo. Iradiel se incorpora de pronto, aferrándose a su espada y soltándola cuando el dolor de la herida vendada le asalta. Le oigo quejarse pero no me vuelvo. Todos estamos vivos… más o menos enteros. No sé si me siento aliviado, tengo la imagen de esos elfos grabada en la mente, como se grabaría el rostro de un hermano que te traiciona, o los ojos de una pesadilla terrible a la que de pronto descubres parecerte. Sé lo que hay en su sangre, como todos saben lo que hay en la mía… sé por que los sanadores me miran así y sé de qué estaba contaminada la espada que hirió a Iradiel.

- Quel’danas. – Murmura Iradiel, apretando los dientes mientras Eliannor le humedece la frente, aliviada al verle despierto.

- Iremos… - Los tres asentimos.- Habrá respuestas… ahora… recuperémonos.

-Si estás allí… bastardo… maldito bast… ¡agh!.

Aprieto los dientes al escuchar el quejido de Iradiel. Apenas tengo fuerzas para que me arda el corazón con la ira… la de todos está adormecida bajo el cansancio y el dolor. No sé si quiero las respuestas, solo quiero que termine la mentira.

La promesa del Pastor II

- Acompáñenos, Sir. El Príncipe querrá estar con los suyos en el cuartel.


Uno de los Guardias se ha acercado a nosotros, Eliannor me mira nerviosa, Iradiel asiente y nos mira un solo instante, acompañando al elfo de uniforme carmesí, los elfos a nuestro alrededor extienden los dedos y tiran de la capa del Fénix, alabándole, alzando los cánticos que van dirigidos también hacia los defensores de la patria. Eliannor se abraza a mi y la estrecho con fuerza mientras observo como Iradiel se pierde entre las puertas abiertas del Cuartel, acompañado por un grupo de Caballeros de su mismo rango. Estrecho a la elfa con fuerza nacida de la tensión, ella sigue llorando, el golpe que le propinase el guerrero se ha vuelto de un color morado oscuro y está cerrándole ligeramente el ojo derecho, me mira con los ojos anegados en lágrimas.


- Quiero verle… ¡Quiero verle!


- Tranquila… Eli… vamos a verle.


Parece haber olvidado lo vivido en Terrallende… la esperanza revive en ella con intensidad, borrando las estancias del Castillo de la Tempestad, los horrores del Mechanar, cada vez que nuestra lucha nos ha llevado a darnos de frente con la verdad de nuestro Príncipe. Quiero creer que las cosas han cambiado… quiero creer que todo ese camino tiene un sentido, que la agonía de nuestro pueblo ya termina, pero en el aire flota ese perfume ominoso que me impide contagiarme de la alegría general.


- ¡Ven, corre! Iradiel me enseñó una entrada secreta.


La maga tira de mi con fuerza, Betún nos sigue gruñendo, enredando los palpos en mi capa. Nos escabullimos en el callejón lateral, donde unos arcos abren paso a un largo pasillo flanqueado por un Guardia, cuya atención parece abstraída en la algarabía. Cuando vuelve la vista la fija en Eliannor, pero ya es demasiado tarde para detenerla.


- ¡Eh! ¡Alto ah…. ¡ ¡Oink!


Parpadeo y observo al pequeño cerdo al que ha quedado reducido el guardia gracias al hechizo de Eliannor. Saltamos sobre él y nos colamos corriendo en el pasillo, escabulléndonos por un sinfín de corredores, a medida que avanzamos se hace más patente la presencia de la Luz, un hormigueo mordiente y furioso que extrañamente no deja oir su canción esta noche, Mu’ru permanece callado, como a la expectativa. Nos detenemos ante la balconada que desemboca en la sala que es la prisión del Naaru, que permanece atrapado por los hechizos de los magísteres. La comitiva está allí, también Lady Liadrin y sus caballeros, los magos que mantienen atado al ser de luz siguen concentrados en renovar sus hechizos. Iradiel permanece al fondo de la sala, junto a los Caballeros. Kael’thas se ha adelantado hasta detenerse ante el naaru, alza la mirada y se baja la capucha. Contengo la respiración, Eliannor parece quedarse sin aliento a mi lado y solo un murmullo se alza desde la sala, la voz ahogada de Lady Liadrin que observa el rostro consumido del Príncipe con la misma expresión desolada que el resto. Cicatrices… la huella de la muerte… el fuego de la corrupción rezumando de su mirada.


- Por Belore…


Un fogonazo termina con el repentino paroxismo, el Príncipe ha extendido sus dedos y el cuerpo enfundado en placas de la Matriarca sale despedido hasta golpearse contra la pared. La tormenta se desata de pronto con el sonido del acero siendo desenfundado, de los embozos que caen y el crepitar de la magia al liberarse con intensidad. La comitiva se ha abierto, los guerreros se lanzan a por los caballeros en un ataque repentino, por un momento me parece ver la escena a cámara lenta, en el instante en el que reconozco el olor de la magia profana, el olor que exhalan los demonios, en el momento en que veo las astas que nacen en la frente de los guerreros de Kael’thas. Las runas brillan en las pieles oscuras, sus voces se alzan con fiereza, distorsionadas. Eli se ha quedado rígida a mi lado, muda por un momento, con las manos trémulas afianzadas a la balaustrada, mirando la sala con expresión de incredulidad.


-¿ Theron que…?


- No lo sé… Pero hay que… ¡Iradiel!


Le he visto desde mi posición, es como un golpe que me despierta del paroxismo, le he visto esquivar a uno de esos guerreros y cortarle la cabeza con un movimiento preciso, ese ataque le ha restado tiempo para defenderse del elfo que se acercaba por su espalda, el acero ha atravesado placas y carne haciendo rugir a Iradiel. Una oleada de magia ahoga el grito de Eliannor cuando salta desde la balaustrada. El Pastor ha elevado los brazos, su voz resuena en la sala y las energías comienzan a fluctuar, la barrera que se alza alrededor de él y del naaru es visible… como una especie de columna de luz roja retorciéndose sobre si misma. Todo sucede con la velocidad de un parpadeo, se elevan, la energía ruge y de pronto solo quedan los jirones de esa magia en el ambiente, y la batalla recrudeciéndose donde antes se encontrasen el naaru y el Pastor. Salto tras Eliannor, sin tiempo para pensar, mi caída es pesada y un dolor lacerante me muerde el tobillo al aterrizar en la sala, Eliannor se ha deslizado liviana hacia el otro extremo de la sala, conducida por los hechizos de caída lenta. Betún ha derribado al caer al elfo astado que se alzaba tras de mi, espada en mano, pongo distancia entre ambos, acercándole a los caballeros que están replegándose hacia el centro de la sala, las sombras comienzan a despertar cuando alzo la voz en una invocación rabiosa, se proyectan hacia el elfo que ha enviado a Betún al suelo de una patada. Varios Caballeros se adelantan ante mi, cubriéndome de los atacantes y dándome espacio para la conjuración, oigo a Eliannor gritar mi nombre, y en algún momento, entre la bruma febril que está comenzando a invadirme, veo a Iradiel enzarzado en una pelea cruenta con el elfo que le hiriese, el más grande entre los astados, el de la armadura más oscura y la mirada más ominosa. Nos están acorralando en el centro, algunos de los Caballeros de Sangre se han vuelto en nuestra contra, pero la mayor parte está defendiendo a Lady Liadrin, que se ha alzado con el rostro ensangrentado y la armadura humeante. Varios de nuestros enemigos salen corriendo cuando alzo la voz en un grito cargado de ignominia, aquellos que me defienden parecen clavarse al suelo ante mi, luchando por no seguir esa carrera descontrolada, he perdido de vista a Betún, y estamos retrocediendo hacia el centro, donde Eliannor acaba de caer de rodillas, sollozando tras detener el ataque de un par de astados a Iradiel. Desato la sombra en todas direcciones, la dejo desbordarse con toda su hambre, buscando la carne envilecida que podrá calmar su ansiedad, la sangre oscura no tarda en mezclarse en el suelo con la de los caballeros que han caído, salpica en todas direcciones cuando el hechizo que ha brotado de mis labios les revienta en el interior. La bruma que me anega la mirada se vuelve glauca, resplandeciente, no dejo de recitar, de incitar a las sombras, entregándome a mi mismo como tributo cuando su sed comienza a devorarme. Los gritos me alimentan, el olor de la sangre me hace arder la piel, el trance me abraza en el culmen del dolor. Oigo el entrechocar del acero, dirijo mi furia por puro instinto, hasta que ya no me queda nada y la corriente ansiosa se me lleva por delante, hundiéndome en un río oscuro en el que alcanzo a escuchar la voz de Eliannor una última vez:


- Caminante del Sol….- El frenesí engulló el sollozo.

La promesa del Pastor I

Creo que estoy soñando... escucho con claridad el sonido de la corriente sanguinea en mis venas, un río helado de lenguas de sombra que a veces se prende con un chisporroteo de fuego esmeralda. Aun siento las descargas bajo mi piel, el mordisco doloroso de las sombras cuya hambre nunca se sacia, ellas siguen inquietas, en algún momento comenzaron a devorarme también a mi e intuyo que esta inconsciencia me protege de ese apetito voraz. Intento recordarme, antes de que la fatiga me venciera, sacudirme de este sueño pesado reconociendo su origen… aun sé como me llamo…

- Theron… Hace mucho tiempo que sé de esto…

Los ojos de Iradiel se fijan en mi, hay algo extraño en su mirada, algo que despunta bajo la frialdad de esos ojos en los que no encuentro el odio que esperaba… que deseaba. ¿Aceptación?, ¿Tristeza?. No es lo que quiero, me duelen más que el odio o el acero. Me late el corazón con fuerza en los oídos.

- La amo… Iradiel, no me importa lo que vaya a ocurrir ahora... pero he entendido algo… durante estos días.

- ¿Qué fue lo que entendiste?. – Se cruza de brazos, la cuchilla fría de su mirada sigue pendiendo sobre mi, no le tiembla la voz y a mi me cuesta elevarla.

- Nos necesita… -Murmuro, enfrentando su mirada, tragando saliva.- Nos necesita a los dos… la he visto cambiar estos días, quiero… ver ese brillo en sus ojos constantemente, no me importa lo que deba hacer para conseguirlo…

- Su corazón te pertenece. – Aprieto los dientes. Mi cuerpo está tenso como antes de las batallas, pero el ataque no se produce.

- Ella me quiere…

- Entonces tu corazón debe pertenecerme a mi.

Trago saliva. Sé que he palidecido, el mundo pierde consistencia un instante, no sé si he asentido, pero el significado de esas palabras es innegable para mi. Le debo esto a Eliannor, me he prometido entregarle la felicidad aunque me cueste mi propia alma. La voz de Iradiel resuena de nuevo al darle la espalda:

- Si esto sale de aquí… os mataré a ambos.

Ya no me da miedo esa amenaza.


Soy Theron Solámbar, sé a quien amo, sé por qué lucho. Las corrientes me arrastran, pero las fauces de las bestias informes ya no me desgarran la carne, las heridas se recomponen. Desde aquí oigo voces conocidas, un llanto suave de mujer, lamentos distantes. Veo la ciudad como en un sueño… las voces resuenan en ecos difusos.

- ¡Ha vuelto!

Eliannor ha salido corriendo hacia la puerta de la posada. Iradiel me mira con gravedad, en sus ojos no se pinta la ilusión desbordada que humedecía los de Eliannor, en los míos solo hay inquietud.

- Vamos Theron… estemos juntos.

Es de noche, los faroles parecen brillar con más intensidad, la comitiva que ha atravesado las puertas de la ciudad va despertando a los habitantes de Lunargenta. Algunos se arrojan a las calles, gritando la bienvenida a su bienamado príncipe. Otros cierran los ventanales y rezan. Nosotros seguimos a Eliannor a empellones, Betún nos abre el paso entre gruñidos y embestidas, aquellos que no se apartan horrorizados son empujados por el Fénix de Sangre que camina a largas zancadas ante mi, con la espada enfundada brillando con un extraño resplandor ígneo. Pronto parece que la ciudad entera ha tomado las calles, la muchedumbre alaba al príncipe, los brazos se alzan hacia el cielo y claman a Belore en gratitud. La Guardia aparta a empellones a los elfos que intentan alcanzar la comitiva. Veo como uno de ellos golpea a Eliannor, arrojándola en brazos de la marabunta cuando intenta acercarse al carromato del Pastor. Conseguimos llegar y sujetarla, sus ojos observan desorbitados el tránsito del Príncipe y su Guardia.

- ¡Aldriel’shala! ¡Pastor del Sol, deja que te veamos!

Hemos ido avanzando con ellos. Los guerreros que acompañan al príncipe van embozados, el ambiente parece cargado de energía, algo en el olor que transporta esta comitiva me resulta familiar… y me inquieta. Sujeto a Eliannor, sabiendo que no tendrán reparos en volver a golpearla si intenta de nuevo alcanzar al príncipe, al que apenas hemos visto al otro lado de las cortinas del carromato tirado por los enormes halcones zancudos, embozado y cubierto con los ropajes del Caminante del Sol. La gente nos empuja, somos transportados por el río enfebrecido, Eliannor se me escurre entre los dedos, zarandeándose desesperada en un intento por llegar al Pastor, la sigo como puedo y la veo postrarse ante uno de los guerreros embozados cuando se detienen ante el Cuartel de los Caballeros de Sangre.

- ¡Por favor! ¡Dejadnos pasar!.- El puntapié de la bota de acero la estrella contra Iradiel, que la sujeta con fuerza mirando con rabia al elfo de facciones veladas, que sigue su camino hacia el interior del Cuartel con el resto de la comitiva.

-¡Bastardo!

Sujeto a Betún y aprieto los dientes. Estamos refrenándonos, sabedores de donde estamos y ante quien. Eliannor llora desesperada, sin darse cuenta de que le sangran los labios. Iradiel la abraza e intenta calmarla. Ante las puertas del Cuartel esperan Lady Liadrin, Sangrevalor y Solanar, postrándose ante el Pastor del Sol cuando este desciende de su transporte. Por un momento se hace el silencio, todos le miramos.

- Príncipe Kael’thas… - Murmura Iradiel, por un instante su mirada se asemeja a la de Eliannor, cuya voz se está uniendo al cántico que comienza a alzarse en las calles.

- Falah’na… Sin’dorei… sine… falah’na, Belore…

La inquietud se me retuerce en el estómago mientras mantengo silencio, sé que una tormenta está a punto de estallar… puedo oler la tierra mojada… y la sangre.