miércoles, 7 de julio de 2010

La institutriz

Melaina Solámbar era una mujer estricta, solo había que verla para intuirlo, vestida de sobrio gris perla, cubierta con sus trajes largos que a pesar de ceñir sus formas aun apetitosas dejaban demasiado espacio a la imaginación. Era una mujer estricta, si, y confiaba tanto en la imagen implacable que su carácter le confería que depositaba también esa confianza en el respeto que los demás tenían hacia su persona inspirados en esa imagen. Por eso solía cerrar con llave la puerta de la pequeña biblioteca de la casa cuando su hijo mediano se reunía con la institutriz. Prefería curarse en salud, pues no sería la primera vez que el pequeño Theron aprovechase cualquier despiste de Briggite para escurrirse por los pasillos y esconderse en el jardín o en cualquier otro escondite que hubiese encontrado. La señora Solámbar conocía bien a su hijo, sabía que no era capaz de entender su punto de vista, era solo un niño incapaz de discernir lo que le daría frutos reales en un futuro, por eso todos los veranos Brigitte acudía a la casa de los Solámbar, cinco veces por semana, y adoctrinaba a los tres hijos de Melaina y Athanas. Theron era el más difícil de los tres, solía distraerse con cualquier cosa y aprovechar la mínima oportunidad para escaparse de sus responsabilidades, así que aquella tarde en la que Melaina deslizaba la llave en el bolsillo de su sobrio vestido gris perla se sintió satisfecha y tranquila con su decisión, que pronto se demostraría un verdadero acierto, a tenor del progreso y el interés que su pequeño demostraría con esta disciplina.

Briggite observaba al pequeño en silencio, habían pasado incontables minutos desde que le mandase leer el párrafo sobre el gran Dath’Remar, debió leer una frase entera hasta que su atención se desvió a los grandes ventanales que se abrían al balcón del jardín. Los ojos de límpido azul del crío estaban fijos en el sol que se colaba a través de las hojas del sauce llorón que acariciaba los cristales con el suave vaivén de la brisa estival, chispeaban con una inquietud que se ahogaba bajo la expresión de fastidio y total aburrimiento que solía vestir en sus clases. Briggite había estado pensando mucho en él… en ello. Era consciente de lo que significaba el chasquido en la puerta cada vez que Melaina les dejaba solos, y también de que la elfa confiaba en ella… habían sido muchos años sirviendo en la casa de los Solámbar y con el hermano mayor las cosas habían sido más fáciles, debido tal vez al carácter curioso de Ykrión al que hacía años que ya no adoctrinaba. Theron se había convertido en un reto para la elfa, un reto con visos de obsesión que se acentuaba cuando la puerta se cerraba tras ellos. Podía tomárselo con calma… nadie les molestaría y podría tomar las decisiones sin precipitarse, era por eso, por que estaba pensando en como estimular su interés por lo que quedaba también en silencio, observando el brillo en el pelo de ónice del chaval que devolvía reflejos irisados cuando el sol incidía en él… no había otra razón para recrearse en la curva de sus labios, en la diferencia entre el perfilado y fino labio superior y el carnoso y rosado inferior… estaba pensando en la mejor manera cuando recorría esas facciones, suaves y afiladas a un tiempo, en un punto femeninas y resplandencientes por la palidez de una piel que debía saber a nata montada. Las largas pestañas del joven elfo aletearon un momento al volver la mirada hacia su profesora a la cual el suspiro de fastidio que surgió de sus labios al ponerse a leer le despertó un inexplicable escalofrío.

“¿Nata montada?”

Se mordió los labios y se ajustó el moño al darse cuenta de que un mechón se le había caído delante de la cara. Briggite era una mujer decente, y se repetía eso cada vez que esos pensamientos la asaltaban, pero cada día era más difícil no dejarse llevar por la idea que se iba imponiendo a medida que todos los métodos que ella conocía se iban desmoronando. Nunca aceptaría que en el fondo de su alma se alegraba de que cada juego destinado a estimular al pequeño elfo al estudio fallase… tal vez que ella, sin saberlo, así lo deseaba. Era culpa de Melaina que la turbaba encerrándola con su hijo mediano en esa biblioteca.

Theron vivía ajeno a la turbación de su profesora. Se sentía desolado cada vez que posaba la mirada en el tomo intragable de historia que tenía delante. El sol le calentaba la espalda y aun le hacía más difícil concentrarse… era verano, debería estar jugando como todos los niños de su edad en Lunargenta, retozando por los parques y molestando a los comerciantes del Bazar con sus juegos. Pero estaba encerrado en la biblioteca con La Vieja, que aunque era más joven que su madre se peinaba y vestía como debió hacerlo su abuela. Dejó caer la cabeza sobre el libro, desolado, a sabiendas de que Brigitte no tardaría en darle con la regla en la cabeza para que volviese al estudio… eso al menos le daba dinamismo a la clase.

- Señor Solámbar. Siéntese sobre la mesa y cierre los ojos.

A Theron le pasó completamente desapercibido el tono ahogado en la voz de su profesora. No se había llevado la colleja, pero el cambio resultaba cuanto menos interesante. Así que levantó la cabeza, la observó un segundo dejando bien patente en su mirada cuanto le fastidiaba y cuanto pensaba ignorarla y se levantó, dándose la vuelta y dejando caer el trasero sobre la mesa, cruzado de brazos.

- Vamos a probar un nuevo método. Realizaremos un examen a la semana…

Iba a replicar, con un tono cargado de indignación, cuando las manos de tacto frío de la elfa se escurrieron entre sus cabellos y tiraron con suavidad. Abrió los ojos como un resorte, todo lo que pudo, cuando sintió el tacto templado en sus labios y la humedad de una lengua que los rozaba y luego volvió a cerrarlos con fuerza, apretando los labios al acelerársele el corazón. Una sensación desconocida le lamió la espalda y le hizo sudar, y tuvo que abrir la boca y dejar pasar a la lengua invasiva para tomar aire en un jadeo.

- Si lo apruebas… tendrás recompensa. – Susurró Briggite sobre sus labios entreabiertos, que ahora adoptaban un tono rojizo que también se había encendido en las pálidas mejillas del elfo.

La elfa le agarró las menudas manos, que se encontraban engarfiadas en el borde de la mesa, tensas y temblorosas. El jovencito seguía con los párpados fuertemente cerrados, respirando agitadamente mientras ella guiaba sus manos hacia el borde del escote de su vestido, las deslizó hasta que la piel de los senos quedó expuesta y las presionó contra la carne blanda y tersa, colándose entre las piernas que colgaban del borde de la mesa mientras empujaba con suavidad al elfo hacia ella. Un nuevo jadeo ahogado resbaló de los labios de Theron, que guiado por un instinto que se desperezaba en su interior, rozó con los labios temblorosos las turgencias de esa carne madura, y aspiró con fuerza el olor nuevo y estimulante de la piel femenina. La extraña sensación se desplazó por su cuerpo y mordió entre sus piernas, tensando la carne y palpitando con fuerza. Se le secó la garganta y era incapaz de abrir los ojos mientras estrechaba los pechos de su institutriz sin tener ni idea de que diablos pasaba o que estaba sintiendo. Escuchó el roce de la tela al desprenderse del torso y sintió las manos, ahora cálidas, deslizarse bajo la tela de su camiseta y acariciarle con tacto sinuoso, como nunca jamás lo había hecho nadie. Apartó las manos y las volvió a cerrar en el borde de la mesa cuando sintió el tirón en sus pantalones y el alivio de la tensión en su sexo al verse liberado. Las sensaciones eran nuevas, la dureza que tensaba la piel le sorprendió y le dolió en un punto cuando el roce de una mano delicada se produjo haciéndole estremecer y morderse los labios tras la fuga de un gemido.

- Shhh… tienes que guardar silencio. Este… este será nuestro secreto. ¿Me lo prometes?

El elfo abrió los ojos, y los fijó en la mirada transida de la elfa que se inclinaba sobre él, sentía con claridad su aliento caliente sobre su sexo y el deseo apenas descubierto le estaba atenazando la garganta.

- S…si… Señorita…

Apenas fue un susurro que se rompió en su garganta cuando Briggite deslizó la lengua sobre la carne pulsante. Dejó caer la cabeza hacia atrás y se arqueó, arrasado por el instinto que le hizo levantar las caderas al tiempo que la elfa enterraba el sexo en su boca. El cabello rojizo de Briggite se desparramó y le rozaba los muslos en cada movimiento. Le quemaba y le envolvía por completo y su lengua era una llama que le lamía con avidez. Los estremecimientos se producían sin darle tregua, aguantó la respiración y se tensó por completo cuando se vio impelido a un torbellino incomprensible que se contraía en su vientre. Apretó los labios y volvió a arquearse, empujando hacia adentro el gemido que se abría paso en su garganta y sin poder evitar el estallido que le hizo convulsionar y derramarse con una sensación líquida y ardiente. Sus manos seguían agarradas del borde, y temblaba con cada roce insoportable de la lengua que limpiaba su piel con un lento deleite. Briggite se incorporó, volvió a anudarse la melena rizada en la nuca y se arregló el vestido, le apartó el pelo del rostro a Theron y le subió los pantalones, arreglándole la ropa con el gesto severo de una profesora que acaba de levantar a un niño tras una caída.

- Siéntate. Tienes tres capítulos por leer.

Theron la observó perplejo un instante, hasta que la regla que había vuelto a coger la institutriz restalló contra la mesa y le hizo dar un respingo. Carraspeó y se apresuro a sentarse, cogiendo de nuevo el libro y sumergiéndose en la lectura bajo la severa mirada de La Vieja Briggite. A partir de entonces descubriría lo bien que se le daba mantener secretos… y aprobar exámenes.

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