miércoles, 7 de julio de 2010

Elriel y la piedra

- Tienes que ayudarnos.

Su mirada es exigente y fría. La sombra le lame la piel constantemente y tengo la continua impresión de que su presencia hace bajar la temperatura en la estancia del Sagrario. Apenas es un niño, y la rabia que bulle en su mirada haría retroceder a cualquiera. Alza la piedra ante mi mirada incrédula, y repite su demanda, con la voz cortante y empachada de dolor.

- Elriel… ¿que ha pasado?

- ¡Sácale de ahí!

- No puedo.- Le miro a los ojos, tenso, debe haber otra explicación.- Yo sé capturar almas, no liberarlas. ¿Estás seguro de que es él, Elriel?

- Lo vi con mis propios ojos. Un Wendigo le atacó en una de las misiones de exploración. Volvió destrozado al campamento… esos hijos de perra no desperdician nada Theron. Pensaban usarle para sanar a sus tropas.

Se encoge en un gesto de dolor, presionando la piedra contra si como si pudiera brindarle algún consuelo. Elriel solía estar cerca de Nymrodel, su presencia era inquietante y a pocos se les habría pasado el detalle de su relación con las sombras. Su mirada te cuenta algo desgarrador y terrible que contrasta demasiado con su rostro de niño. Está asustado y sobrecogido, hay un brillo desesperado en esos ojos que me exigen ayuda. Me paso las manos por el rostro y niego con la cabeza. Esto no entraba dentro de las posibilidades que había imaginado.

- Si la rompemos se perderá… si permanece demasiado tiempo ahí dentro, enloquecerá.

- Por eso teneis que actuar rápido.

Doy un respingo y vuelvo la mirada hacia las cortinas que se han entreabierto. Reconozco esas facciones de inmediato, el rostro armonioso y de expresión algo altiva y severa, el pelo recogido en un moño impecable en su nuca. La toga ajustada y la breve cintura. ¿Que coño hace aquí la madrastra de Iradiel?. Se inclina ante el sacerdote con un ademán tranquilo y educado, aunque mi mirada la está taladrando con indignación:

- El joven Solámbar sabe donde conseguir ayuda. Solo es cuestión de que lo recuerde.- Se me acelera el corazón, siento un repentino deseo de golpearla y hacerla callar.- Esa cueva guarda una gran sabiduría.

Elriel nos mira a ambos, escondiendo la piedra de alma entre los pliegues de la toga y enlazando los brazos sobre su estómago. Yo me mantengo el silencio. Esa puta sabe lo de Jaedenar y el recuerdo de su imagen pasando ante mi semi desnuda y con el cabello revuelto como una llamarada roja me golpea con una certeza. La agarro del brazo y le espeto a Elriel que espere, mientras la arrastro por la rampa que da acceso al exterior, ella no opone resistencia, y cuando la empujo contra la pared al amparo de la oscuridad del callejón sonrie con suficiencia:

- Vamos… Solámbar, no te pongas nervioso, solo he venido a ayudarte.

- No intentes manipularme, zorra. Yo también te vi allí, y tengo mucho menos que perder que tu. – Le escupo en tono cortante. Apretando sus brazos con las manos cerradas como garras.

- ¿Tan seguro está de eso?… señor Solámbar… está muy mal tontear con las esposas de los Vindicadores.- Murmura, y deja escapar una risilla que me hace apretar la mandíbula de contención.- Pero está mucho peor maldecirlas ¿verdad?. Eso le haría mucho daño a mi hijo…

He aflojado la presa. Su mirada me traspasa como si pudiera ver a través de mi. Se está riendo de mi y el puñal de la vergüenza se me antoja más frio que el de la culpabilidad.

- Bien… ahora suéltame, y déjame ayudaros. Tenemos que apoyarnos entre nosotros. ¿No estás de acuerdo?

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