miércoles, 7 de julio de 2010

La Espiral Descendente: Gratitud II

- Esos elfos se sorprenderán con la llegada de la primera lluvia.

Reconozco esa voz. El orco ha salido de la oquedad tras la catarata. Seguido de una súcubo de alas violaceas y piel blanca, y se ha puesto a hablar con la matrona.

- Luego arreglaremos eso…- Respondo a la orca, con el mismo tono lascivo y una sonrisa cargada de promesas. – Primero tengo que hablar con el maestro. Espéranos.

- Claro. Intenta no desmayarte por el camino. – Se da la vuelta con una carcajada y no tarda en desaparecer por el túnel de acceso a la caverna.

Hago un gesto a Vilanda, que nos sigue hasta que nos detenemos tras el orco. Se me da bien aparentar sumisión, por eso espero a que vuelva su atención hacia mi con la mirada baja y las manos cruzadas bajo las mangas de la túnica. La matrona se nos ha quedado mirando.

- Vaya. Saludos muchacho.- Sonríe con un gesto afable, con ese aspecto de viejo sabio. Sus ojos azules me observan casi con alegría. – Hacía tiempo que esperábamos tu visita… y curiosa compañía traes.

Extiende la mano y acaricia los bucles rojizos de Suzanne, sonriendo esta vez con malicia y un aire de complacencia. La matrona sigue observando a Vilanda, oigo su siseo a mis espaldas, y me tenso imperceptiblemente cuando la matrona retrocede amedrentada, intuyendo lo que tiene ante ella. El orco no parece haberse percatado, pues sigue prestando atención a Suzanne.

- Gatita, lo haces todo tan bien. – Sonríe y vuelve la mirada hacia mi. – ¿Te trajo Suzanne los libros que le di?

Asiento. La pálida súcubo del brujo se acerca a él y le agarra del brazo intentando llamar su atención, pero la aparta de un manotazo:

- No te pongas pesada. El joven Nar’shin y yo tenemos asuntos que tratar.- Se acerca y me agarra del brazo. – Ven, demos un paseo.

La matrona queda en la caverna, observándonos con un brillo de desconfianza mientras nos adentramos tras la cascada, seguidos por su súcubo, Vilanda y Suzanne. Como siempre la presencia del orco resulta engañosamente tranquilizadora, como la de un padre que solo tiene buenos consejos para un hijo perdido:

- ¿Qué tal ha ido?
- Nada mal, maestro. Nada mal desde que me di cuenta de algunas cosas… y sé que irán a mejor. – Mantengo la mirada baja, la actitud de respeto de un aprendiz o un iniciado. – He estado pensando en vuestras palabras, he pensado mucho en ellas.
- Vaya, eso es estupendo, chico.- Me sonríe, y habla con ese suave tono de voz, casi empalagoso.- He estado investigando sobre lo tuyo, y creo que he encontrado algo.
- No teníais por qué molestaros. Fue un error mío.
- Bah. – Me palmea la espalda y niega con la cabeza.- Por cierto, ¿te fueron de utilidad los libros?
- Sin duda… fueron decisivos, maestro. Demostrasteis ser hombre de palabra.

El pasillo desciende en espiral y las teas crepitan, iluminando nuestro paso a intervalos. Oigo el repiquetear de las pezuñas a nuestras espaldas. Vilanda está en tensión, en guardia.

- Deberías venir más por aquí.

Cuando al fin llegamos a la acogedora habitación de muebles de caoba y hogar encendido que recuerdo de mi última visita me permito relajarme un poco al comprobar que el orco no tiene visita hoy. Y sonrío camuflando mi complacencia con un gesto de humildad al sentarme en el sillón que me ofrece antes de ocupar su lugar ante el fuego crepitante.

- Háblame sobre lo que has aprendido estos meses.
- Algo fundamental para alcanzar el verdadero poder… maestro. He aprendido a valorar lo que soy, y lo que podría llegar a ser.

Suzanne se sienta a mis pies, con las rodillas juntas, acomodándose y apoyando la mejilla en mi rodilla, con un gesto felino y mimoso.

- Me alegra oír eso. El camino de la negación es el camino a la propia destrucción.
- Sois sabio.- Hablo mientras acaricio distraídamente el pelo de Suzanne, que frota su mejilla contra mi mano.- Vos me hicisteis ver eso.
- ¿Si?…vaya, solo siento que tu instructor no te hiciese partícipe de eso mismo.
- Mi maestro no supo instruirme como es debido, me temo. – Siento el tacto húmedo de la lengua de Suzanne recorrerme los dedos. El fuego arde dentro, he de ahogar un estremecimiento.- Alguien que alberga dudas no puede transitar el camino del poder… eso me ha hecho perder mucho tiempo.
- Les pasa a muchos.
- Habéis dicho que disteis con la solución…
- Ah, si, es sencillo, pero necesitaré que me ayudes… haremos un mannequin y con algunos componentes confío en que podrá revertirse.

Se acomoda en su asiento y enlaza las manos. Suzanne ha fijado su mirada en mi, penetrante, en estos instantes ni siquiera me fijo en la verticalidad que han adoptado sus pupilas, solo noto el roce de su lengua en mi pulgar cuando se lo mete en la boca. Asiento imperceptiblemente y vuelvo la mirada al brujo.

- Creo… que se como agradecer todo lo que habéis hecho por mi… maestro.

Aparto a Suzanne con un suave gesto y me acerco al orco, ahora sí fijo la mirada en sus ojos, y sé que está viendo prenderse la incandescencia en ella, el fuego arde dentro y sé que debo estar mirándole con una expresión ansiosa, casi arrebatada mientras me arrodillo entre sus piernas y tomo su mano con delicadeza.

-…y… ¿como piensas hacerlo, joven elfo? – Estrecha los ojos, hablando con su voz suave, mientras rozo la piel áspera de su mano con los labios.

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